Como lector asiduo de periódicos
que soy, desde tiempo inmemorial, sé que leyendo ABC me voy
a encontrar con cinco o seis columnistas que todos los días,
salvo raras excepciones, van a despotricar contra José
Luis Rodríguez Zapatero. Y, desde luego, también acudo a
La Razón convencido de que tampoco el todavía presidente del
Gobierno saldrá ileso de los comentarios de sus
articulistas.
Lo cual es lo más normal del mundo. Ya que la línea
editorial de ambos periódicos está inclinada,
favorablemente, a la defensa del PP. Lo que no obsta,
faltaría más, para que los deslices cometidos por Mariano
Rajoy o por cualquier otro personaje del partido, no
sean criticados. Ahora bien, debo decir que en ningún
momento me sorprendo al ver que tales críticas están
edulcoradas a conveniencia de los opinantes.
Por lo que a veces me pregunto lo siguiente: ¿dada la
cantidad de noticias que se genera en la península, cómo es
posible que las mejores plumas de esos medios escritos y de
otros más, tan importantes, no dejen ni un solo día de
sacarles punta a lo que hace y dice el inquilino de La
Moncloa?
Y, a renglón seguido, echando mano de los conocimientos que
yo pueda tener de cómo se desenvuelven los periódicos
provincianos, deduzco lo que sigue: tales columnistas están
obligados a repetirse por intereses empresariales; cuando me
imagino que a ellos les gustaría lo indecible escribir,
también, de otros temas. En principio, para no aburrirse; y,
naturalmente, para que tampoco bostecen ni sus más
fervientes lectores.
Por todo lo dicho, continúo recordando a Francisco Umbral.
El más genial de los columnistas. El hombre que manejaba el
castellano como le daba la gana. Sin importarme que fuera,
como decían de él, apasionado, subjetivo y unilateral.
Disfrutaba yo con Umbral, cambiando lo que haya que cambiar,
de esa forma de hacer sus artículos que en su tiempo hacía
Pemán: capaz de abordar los asuntos más variados y
que, gracias a una técnica exquisita, trivializaba los temas
trascendentales con alusiones a cosas populares y
trascendentalizaba lo vulgar con alusiones o recuerdos de
alta cultura. En suma, a mí, leyendo a Umbral me importaba
un pito el contenido de sus escritos, lo que me atraía era
el continente. La manera de decir las cosas que tenía. Y,
sobre todo que era muy dado a escoger un tema distinto cada
día. Y uno se iba embebido detrás de la muleta de su enorme
prosa.
-De acuerdo, De la Torre, pero usted no predica con
el ejemplo, y me explico: Por qué insiste usted tanto en
recordarnos la figura de un perdedor nato de la política
local, como es Juan Luis Aróstegui, dándole una
importancia de la cual carece y que puede hasta beneficiarle
a un señor que carece de tirón.
Muchas veces se me ha preguntado lo que usted acaba de
inquirirme. Y la respuesta es sencilla. Veamos. Ceuta, por
más que goce de una gran importancia geoestratégica, no
genera noticias para que haya temas todos los días para una
columna. Aquí todos nos conocemos y resulta bochornoso que
el tal Aróstegui propale que toda la prensa está vendida al
Gobierno de Vivas. Y, cómo no, porque se ha
convertido en un peligro público. Y, por último, le diré que
la línea de este periódico está establecida desde su
nacimiento y no acostumbra a dar camballadas.
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