Llevo viviendo en Ceuta diez días, contando mal y pronto, lo
que me da la ventaja de contemplar la ciudad “a vista de
guiri” sin condicionamientos previos, sin ideas
preconcebidas, si prejuicios de ningún tipo, miro, veo y
siento. Así puedo relatar mis sensaciones y hacer
comparaciones sobre el terreno, con parámetros ciertos y
experimentados.
Yo digo que aquí, hay que llegar por mar y a la hora
violeta… Ya saben, en ese momento intermedio en el que, sin
haber muerto el día por el horizonte, se encienden las
primeras luces. ¡Qué digo se encienden las primeras luces!
Desde las ventanas del barco percibí un despliegue tal de
iluminación que pensé que estaban celebrando una feria o el
día de la Santa Patrona. La ciudad relucía como un ascua
entre la negrura, apenas rotas por alguna tímida y pálida
luz, del resto de la costa africana. Vamos, de los vecinos.
Más tarde he podido comprobar que, dentro del exagerado
acicalamiento de este “sol de España en África” (manido
slogan años sesenta) uno de los rasgos a destacar es el
sabio empleo de la decoración de luces. A menos que algo se
menea le plantan un artístico foco o una farola
decimonónica. ¡Y vengan farolas abolengosas!. Yo, que vengo
de una barriada donde la gente lo está pasando mal y
presenta esa pátina de dejadez y pobreza vergonzante de
tantos de los barrios españoles habitados por la clase ex
–trabajadora y por inmigrantes tristes, yo me extasio y
hasta me emociono porque esto es muy lindo, hay cientos de
pájaros, palomas descaradas, que van vendiendo salud,
gorriones saltarines, gaviotas por todas partes (normal, la
ciudad es abrumadoramente y por tradición histórica el
orgullo del Partido Popular) ¿Y los jardines? ¡Ya quisiera
Marbella! Por menos que los ceutíes se despisten, llegan los
del Ayuntamiento, enjaretan una plaza, la llenan de flores y
de gloria bendita, apañan artísticos bancos de hierro
forjado para que se sienten las madres y los abuelos,
levantan una fuente que echa chorros y colocan algún
chirimbolo para que jueguen los niños. Porque aquí en las
calles y en las plazas, hay docenas de niños jugando. Por
las mañanas temprano son cientos los niños con mochila y
vestidos como para un anuncio del Corte Inglés los que se
dirigen a los colegios. Salen los niños de debajo de las
piedras. Y luego están las mascotas que pasean con sus amos,
compitiendo en elegancia, a ver quien lleva el mejor abrigo
o el collar más original.
Ceuta es un lugar “de los de antes” de cuando en el resto de
España, los parados y jubilados, no escarbaban en los
contenedores de los supermercados buscando restos para poder
comer. De cuando, las criaturas, no formaban colas
kilométricas en las puertas de los comedores sociales,
personas que, en la España de ayer pagaban su hipoteca y las
letras del coche y que, la España de hoy ha permitido que
las pirañas de los bancos les arrebaten sus pisos a medio
pagar y se vean en la puta calle, sin trabajo, sin casa y
ahora sin la “paguilla” de 426 euros. Ceuta me parece
irreal. Está libre de la sensación de cansancio y de
decadencia, de filas en las puertas del INEM, de
asentamientos chabolistas, de españoles atrincherados en sus
casas y aterrorizados por si llegan a robar los de las
mafias del Este.
Aquí no se respira intranquilidad y cuando salgo a correr a
las siete de la mañana por el interminable paseo marítimo
que llega hasta la frontera, mirando al volver el
espectáculo de una Ceuta iluminada que parece Mónaco, con
los únicos con quienes me cruzo es con grupos de chicotes en
plan yogurines haciendo footing, señoras andarinas con
elegantes equipaciones deportivas y el Presidente Vivas que
va sudando el chandall con un colega que va a su ritmo,
dando ejemplo y demostrando que no es de los que se le pegan
las sábanas ¡Que polvorilla de hombre!. Se lo juro por el
aire que respiro, que no se ven ni chorizos, ni engancháos,
ni tipos extraños al acecho, ni macarras que vuelven
borrachos de la marcha al son del “chumba-chumba” y
molestando.
La gente es cívica, ecologista, amante del arte (por eso han
llenado la ciudad de esculturas clásicas y no para que se
fotografíen los turistas) y educada. En una cafetería he
llegado a ver una pegatina que avisaba “Espacio sin ruido”
invitando a la conversación en tono quedo y a no armar
pachanguéo.
Les digo que “esto” es el Mónaco de España, con sus
bulevares, los paseos a la vieja usanza, los parques y las
plazas con niños y palomas, las mujeres callejeando sin el
terror de que les roben el bolso los de las mafias
extranjeras de la mendicidad y los robos. De eso no hay.
Ni la policía lo iba a permitir. Ni los nacionales ni los
locales que asemejan a esos bomberos de cualquier ciudad
española que, de cuando en cuando, posan para un almanaque
solidario y para refocile del marujerío patrio. ¡Que planta!
¡Y que poderío! ¡Y cuantos son! Y si no son tantos como son
tan lucidos y tan guapetones parecen que les multiplican por
dos. Claro, eso da mucha seguridad y hace que los ciudadanos
estén tranquilos y se sientan contentos porque a poco que
giran los ojos ven a un par de guardias ojo avizor, cosas de
las Autoridades nacionales y locales que quieren tener en
Ceuta y en Melilla que son las avanzadillas de Europa en
África, a “lo más de lo más” en todo, para que, los de
enfrente “se empapen”. ¡Toma ya!.
No puedo decir que aquí me sienta feliz, puedo decir más,
siento mil instantes de contento a lo largo del día. La
belleza genera contento, el cromatismo de este lugar
arrebata y más a la hora violeta. Ustedes, ninguno se puede
figurar lo que se siente a la hora violeta ceutí…
Para puestas de sol la de Granada desde el mirador de San
Nicolás. Para amaneceres los de Finisterre. Para lluvia la
de Aranjuez sentida paseando por los jardines. Y Ceuta a la
hora violeta…
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