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OPINIÓN - JUEVES, 20 DE ENERO DE 2011

 
OPINIÓN / COLABORACION

Ceuta, a la hora violeta…

Por Nuria Van Den Berghe


Llevo viviendo en Ceuta diez días, contando mal y pronto, lo que me da la ventaja de contemplar la ciudad “a vista de guiri” sin condicionamientos previos, sin ideas preconcebidas, si prejuicios de ningún tipo, miro, veo y siento. Así puedo relatar mis sensaciones y hacer comparaciones sobre el terreno, con parámetros ciertos y experimentados.

Yo digo que aquí, hay que llegar por mar y a la hora violeta… Ya saben, en ese momento intermedio en el que, sin haber muerto el día por el horizonte, se encienden las primeras luces. ¡Qué digo se encienden las primeras luces! Desde las ventanas del barco percibí un despliegue tal de iluminación que pensé que estaban celebrando una feria o el día de la Santa Patrona. La ciudad relucía como un ascua entre la negrura, apenas rotas por alguna tímida y pálida luz, del resto de la costa africana. Vamos, de los vecinos.

Más tarde he podido comprobar que, dentro del exagerado acicalamiento de este “sol de España en África” (manido slogan años sesenta) uno de los rasgos a destacar es el sabio empleo de la decoración de luces. A menos que algo se menea le plantan un artístico foco o una farola decimonónica. ¡Y vengan farolas abolengosas!. Yo, que vengo de una barriada donde la gente lo está pasando mal y presenta esa pátina de dejadez y pobreza vergonzante de tantos de los barrios españoles habitados por la clase ex –trabajadora y por inmigrantes tristes, yo me extasio y hasta me emociono porque esto es muy lindo, hay cientos de pájaros, palomas descaradas, que van vendiendo salud, gorriones saltarines, gaviotas por todas partes (normal, la ciudad es abrumadoramente y por tradición histórica el orgullo del Partido Popular) ¿Y los jardines? ¡Ya quisiera Marbella! Por menos que los ceutíes se despisten, llegan los del Ayuntamiento, enjaretan una plaza, la llenan de flores y de gloria bendita, apañan artísticos bancos de hierro forjado para que se sienten las madres y los abuelos, levantan una fuente que echa chorros y colocan algún chirimbolo para que jueguen los niños. Porque aquí en las calles y en las plazas, hay docenas de niños jugando. Por las mañanas temprano son cientos los niños con mochila y vestidos como para un anuncio del Corte Inglés los que se dirigen a los colegios. Salen los niños de debajo de las piedras. Y luego están las mascotas que pasean con sus amos, compitiendo en elegancia, a ver quien lleva el mejor abrigo o el collar más original.

Ceuta es un lugar “de los de antes” de cuando en el resto de España, los parados y jubilados, no escarbaban en los contenedores de los supermercados buscando restos para poder comer. De cuando, las criaturas, no formaban colas kilométricas en las puertas de los comedores sociales, personas que, en la España de ayer pagaban su hipoteca y las letras del coche y que, la España de hoy ha permitido que las pirañas de los bancos les arrebaten sus pisos a medio pagar y se vean en la puta calle, sin trabajo, sin casa y ahora sin la “paguilla” de 426 euros. Ceuta me parece irreal. Está libre de la sensación de cansancio y de decadencia, de filas en las puertas del INEM, de asentamientos chabolistas, de españoles atrincherados en sus casas y aterrorizados por si llegan a robar los de las mafias del Este.

Aquí no se respira intranquilidad y cuando salgo a correr a las siete de la mañana por el interminable paseo marítimo que llega hasta la frontera, mirando al volver el espectáculo de una Ceuta iluminada que parece Mónaco, con los únicos con quienes me cruzo es con grupos de chicotes en plan yogurines haciendo footing, señoras andarinas con elegantes equipaciones deportivas y el Presidente Vivas que va sudando el chandall con un colega que va a su ritmo, dando ejemplo y demostrando que no es de los que se le pegan las sábanas ¡Que polvorilla de hombre!. Se lo juro por el aire que respiro, que no se ven ni chorizos, ni engancháos, ni tipos extraños al acecho, ni macarras que vuelven borrachos de la marcha al son del “chumba-chumba” y molestando.

La gente es cívica, ecologista, amante del arte (por eso han llenado la ciudad de esculturas clásicas y no para que se fotografíen los turistas) y educada. En una cafetería he llegado a ver una pegatina que avisaba “Espacio sin ruido” invitando a la conversación en tono quedo y a no armar pachanguéo.

Les digo que “esto” es el Mónaco de España, con sus bulevares, los paseos a la vieja usanza, los parques y las plazas con niños y palomas, las mujeres callejeando sin el terror de que les roben el bolso los de las mafias extranjeras de la mendicidad y los robos. De eso no hay.

Ni la policía lo iba a permitir. Ni los nacionales ni los locales que asemejan a esos bomberos de cualquier ciudad española que, de cuando en cuando, posan para un almanaque solidario y para refocile del marujerío patrio. ¡Que planta! ¡Y que poderío! ¡Y cuantos son! Y si no son tantos como son tan lucidos y tan guapetones parecen que les multiplican por dos. Claro, eso da mucha seguridad y hace que los ciudadanos estén tranquilos y se sientan contentos porque a poco que giran los ojos ven a un par de guardias ojo avizor, cosas de las Autoridades nacionales y locales que quieren tener en Ceuta y en Melilla que son las avanzadillas de Europa en África, a “lo más de lo más” en todo, para que, los de enfrente “se empapen”. ¡Toma ya!.

No puedo decir que aquí me sienta feliz, puedo decir más, siento mil instantes de contento a lo largo del día. La belleza genera contento, el cromatismo de este lugar arrebata y más a la hora violeta. Ustedes, ninguno se puede figurar lo que se siente a la hora violeta ceutí…

Para puestas de sol la de Granada desde el mirador de San Nicolás. Para amaneceres los de Finisterre. Para lluvia la de Aranjuez sentida paseando por los jardines. Y Ceuta a la hora violeta…
 

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