Recién comenzada la sobremesa,
decidí mirar el reloj para comprobar cuánto tiempo durábamos
todos los comensales reunidos y conversando. El reloj
marcaba las tres y media, y cuando decidimos dar por
finalizada nuestra tertulia, resulta que éste había avanzado
cuatro horas. Cuatro horas charlando dan para mucho. Dan,
entre otras cosas, para aburrirse y hacer posible que los
bostezos ininterrumpidos cundieran en el ambiente. Tanto
tiempo hablando pudo ser motivo para que alguien, debido a
la somnolencia que producen los primeros síntomas de la
digestión, pegara más de una cabezada, ante el regocijo de
los demás. Y, por qué no, tan extenso parlamento pudo muy
bien enfrentar a las partes, por algún motivo sin
importancia. Nada de lo reflejado sucedió. Todo lo
contrario: el que estuviésemos cuatro horas de cháchara, sin
que nadie quisiera ahuecar, puso de relieve la necesidad de
hablar que tenemos todos, siempre y cuando ninguno de los
reunidos intente imponer su voluntad.
En tan larga sobremesa, debo decir que ningún comensal había
sido nacido en Ceuta. Quizá lo fuera, aunque no me atrevería
a asegurarlo, la persona que, casi al final, se unió al
grupo. Sé que era de religión musulmana. Pero no se me
ocurrió preguntarle si era español y venido al mundo aquí.
Y, desde luego, tampoco me atreví a inquirirle acerca de si
era hijo o nieto de esos soldados de Regulares que han sido
tachados de traidores por la coalición Caballas.
Lo cierto es que a todos los presentes en esta tertulia de
la que hablo, nos unía el enorme atractivo que esta ciudad
ejerce sobre nosotros; en mi caso está a punto de cumplirse
ya tres décadas sintiendo semejante ascendencia. Y no me
canso de repetirlo. Por más que decirlo, como asimismo
reconocer que Ceuta ha sufrido una enorme transformación en
los últimos años, para bien, sea motivo principalísimo para
que se nos catalogue de mala manera por parte de quienes
deberían darse cuenta de que su participación en la política
activa es de segundo plano. Porque así lo manifiestan los
ciudadanos cada cuatro años en las urnas.
En tan larga sobremesa, también hubo tiempo para dialogar de
fútbol. Y a mí me tocó decir lo siguiente: sigo teniendo
puesta una confianza enorme en el buen hacer del presidente
de la ADC. Hasta el punto de que estoy convencido de que su
gestión acabará obteniendo los éxitos que él se ha exigido.
En relación con la Feria de Fitur dije que se me había
invitado a ir, pero que mi pereza a la hora de viajar es tan
evidente como para que rechace cualquier oportunidad de
hacerlo. Tal vez sea que uno viajó muchísimo otrora. Aunque
reconocí la necesidad que tenemos los españoles de ir de un
lado para otro; ya que los nacidos en tierras de
conquistadores somos personas muy dadas a recorrer mundo.
Y, por último, conversamos sobre la obesidad. Y a mí se me
ocurrió contar la siguiente conversación entre el doctor
Marañón y Pedro Sainz Rodríguez: -Don Pedro, no
debe usted preocuparse excesivamente por su obesidad; tiene
una gran salud. Usted es un gordo constitucional y no le
conviene adelgazar excesivamente, aunque es posible que
muchos médicos se lo aconsejen. Y don Pedro respondió: -Pues
mire usted, Marañón, como creo que soy lo único
constitucional que queda en esta país, voy a conservarme lo
más gordo posible. El auditorio se echó a reír.
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