Hace algo más de un año, el 5 de noviembre de 2009, Nidal
Malik Hasan, un musulmán psiquiatra del Ejército americano,
provocó una matanza en Fort Hood, Texas, al grito de “¡Alá
es grande!”, tras meses de compartir con colegas opiniones
tan aterradoras como que hay que degollar a los infieles.
¿Veredicto de la prensa al uso? Se trataba de un individuo
sometido a presión, probablemente afectado por el Síndrome
de Estrés Postraumático (que nunca hubiera pisado un campo
de batalla no afectó a este curioso diagnóstico), que acabó
estallando. Nada que ver aquí: hagan el favor de seguir
circulando. La semana pasada, Jared Loughner, un joven de 22
años consumidor de drogas y con más que probable
esquizofrenia paranoide, definido por sus compañeros como
izquierdista, ateo confeso y partidario de quemar banderas
norteamericanas, disparó contra una congresista demócrata en
un tiroteo que causó seis víctimas mortales. ¿Interpretación
de los medios? La primera plana de El País del lunes resume
el sentir general: “La matanza de Tucson cuestiona al Tea
Party”. ¿No es evidente?
Cara, yo gano; cruz, tú pierdes. Esa parece ser la única
regla de juego que aceptan los progresistas en la
interpretación de la realidad. Durante décadas, cada vez que
el proyecto revolucionario marxista se convertía en una
tiranía feroz, se insistía en que se había “traicionado” el
socialismo, en que este no era el producto genuino, que el
bueno era el que estaba empezando en... (rellenen ustedes
mismos la línea de puntos: China, Vietnam, Etiopía, Cuba,
Nicaragua...)
Todavía estaban calientes los cadáveres de las víctimas de
un pistolero aún anónimo y el objetivo principal, la
congresista demócrata por Arizona Gabrielle Giffords, en la
mesa de operaciones, cuando la izquierda norteamericana se
lanzó, primero en Twitter y en blogs y luego en la prensa
seria, a buscar los culpables últimos de la masacre en la
bestia negra de los demócratas: el Tea Party.
Incluso el principal responsable de la investigación, el
sheriff del condado de Pima, Clarence Dupnik (demócrata),
contribuyó en el sorprendente linchamiento mediático con sus
primeras declaraciones la tarde misma de la matanza de
Tucson. Dupnik culpó claramente a “el vitriolo que sale de
ciertas bocas decididas a derribar el Gobierno; a la ira, el
odio y el fanatismo que está alcanzando cotas indignantes en
este país”.
Raúl Grijalva, diputado demócrata de la Cámara de
Representantes por Arizona, declaró en The Huffington Post:
“La líder del Tea Party, Sarah Palin, debería reflexionar
sobre la retórica que emplea. Si quiere contribuir al
discurso público, lo mejor que podría hacer es callarse”.
Quizá se llevó la palma del oportunismo el columnista de The
New York Times Paul Krugman. “Uno sólo tenía que contemplar
las multitudes en las manifestaciones McCain-Palin” para
deducir que algo así “tenía que suceder”.
En esas horas en las que el nombre de Jared Loughner no
decía nada a nadie, operativos demócratas pidieron
públicamente a los republicanos que expresaran su repulsa
cada vez que alguien como el comentarista de la Cadena Fox
Glenn Beck dijera algo incendiario, y alguien hizo notar
que, en la página web de su grupo de activistas, SarahPAC,
Sarah Palin había apuntado a la congresista Giffords con una
simbólica mirilla de rifle, un signo que claramente
intentaba transmitir la idea de que la demócrata era
objetivo a batir electoralmente, no literalmente.
Tras un primer momento, en cuanto se conocieron mejor las
circunstancias del atentado y sus protagonistas, la teoría
según la cual detrás del crimen estaba el Tea Party, empezó
a venirse abajo. La propia víctima no era precisamente el
objetivo obvio de un derechista radical. De origen
republicano, se opuso a diversas medidas propuestas por
Obama y pedía que se endurecieran las leyes contra la
inmigración ilegal.
Por otra parte, los vídeos que Loughner, de 22 años, había
colgado en YouTube, pintaban el retrato de un psicópata de
ideas obsesivas y erráticas, no un ideólogo. Jared Lee
Loughner, era un solitario con cargos por consumo de drogas
a quien una compañera de clase, Caitie Parker, definía en su
cuenta de Twitter como “izquierdista, bastante progresista y
extrañamente obsesionado con las profecías sobre el año
2012”.
Entre los libros favoritos que cita Loughner en su perfil
figuran El Manifiesto Comunista y Mein Kampf, lo que indica
un gusto lector bastante ecléctico, no precisamente del
gusto del Tea Party.
Pero si la derecha no inspiró ideológicamente al asesino,
¿no ha creado, al menos, el clima de enfrentamiento en que
una tragedia así se hace más probable? Ahí están las
mirillas de Palin, el lenguaje bélico de sus mensajes
políticos.
Sin embargo, nada de esto es nuevo ni privativo del Tea
Party o el Partido Republicano. La propia palabra “campaña”
para referirse al periodo electoral procede del lenguaje
bélico. Y en cuanto al mapa con candidatos bajo mirillas de
rifle, uno prácticamente idéntico lo hizo público en 2004 el
Comité del Liderazgo Demócrata teniendo en esta ocasión como
objetivos distritos republicanos que habían quedado, en
palabras del documento, “tras las líneas enemigas”. De la
propia Giffords dijo el blog impecablemente izquierdista
DailyKos: “Para mí es como si hubiera muerto”, después de
que la congresista votara contra la permanencia de Nancy
Pelosi como líder de la minoría demócrata en la Cámara de
Representantes.
Durante el último medio siglo, la izquierda ha mostrado una
habilidad asombrosa para presentar la violencia pública como
un monopolio de la derecha, pese a la abrumadora evidencia
en contrario. Por citar un magnicidio que marcó la Guerra
Fría, todo el mundo recuerda el asesinato del presidente
John Kennedy. Lo que es menos recordado -ocultado, en
realidad- es que el asesino Lee Harvey Oswald, era un
comunista admirador del régimen de Fidel Castro que se había
exiliado temporalmente a la Unión Soviética.
De hecho, durante la segunda mitad del siglo XX
proliferaron sangrientos grupos terroristas (Brigadas Rojas,
Baader Meinhoff, FARC), casi todos ellos de signo
izquierdista. En nuestro propio país operaron el Grapo, el
Frap y ETA. Esta última, responsable de más de un millar de
asesinatos, es irresponsablemente calificada en ocasiones de
“banda fascista” cuando desde su fundación ha dejado claro
(y el lector de su último comunicado de tregua trampa puede
comprobar) su carácter marxista-leninista.
“La violencia es la partera de la historia”, dijo en su
momento Karl Marx, y sus seguidores han tomado sus palabras
al pie de la letra. En El Libro Negro del Comunismo,
Stéphane Courtois cita un total de muertes que “... se
acerca a la cifra de 100 millones”. El análisis detallado
del total es el siguiente: 20 millones en la Unión
Soviética, 65 millones en la República Popular China, un
millón en Vietnam, dos millones en Corea del Norte, dos
millones en Camboya, un millón en los regímenes comunistas
de Europa oriental, 150.000 en Latinoamérica, 1,7 millones
en África, 1,5 millones en Afganistán y unos 10.000 muertes
provocadas por “el movimiento comunista internacional y
partidos comunistas no situados en el poder”.
En 1925 Bernard Shaw recibe el Premio Nobel de Literatura,
el juicio del jurado no deja lugar a dudas: “Por su trabajo
que está marcado tanto por idealismo como por humanidad”. El
mismo Shaw en su Racionalización de Rusia escrita después de
un conocimiento directo de la realidad estalinista escribe:
“A diferencia de Gran Bretaña, en la Rusia de Stalin, un
hombre entra en la cárcel como un criminal y sale como un
hombre común, salvo la dificultad de hacerle abandonar ese
lugar”.
En 1930 la población de los campos de concentración
soviéticos nunca bajó de los 10 millones de prisioneros. ¡Al
tonto de Shaw nunca se le retiró el Premio Nobel!
Los ejemplos de siniestra estupidez son incontables. Anna
Louise Strong, reputada periodista y activista de izquierdas
se atrevía a escribir: “El método soviético de recomposición
de los seres humanos es tan conocido y eficaz que ahora los
criminales a veces solicitan el ingreso en sus cárceles”.
Lo cierto es que acaba produciendo verdadera repugnancia la
incapacidad de una gran parte de la “intelectualidad” de
izquierdas para analizar la realidad con una mínima
objetividad y coherencia. Muchos siguen creyendo que pueden
hacer un círculo cuadrado, cuando Dios mismo, que es
omnipotente, no puede hacerlo.
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