Decía Platón que la libertad
radicaba en ser dueños de la propia vida. Uno necesita ser
uno mismo y emanciparse de las cadenas, que son numerosas y
diversas. Por muchos tratados internacionales que nos demos
para que la tortura cese, hay que pasar a la acción y hacer
justicia. La desesperación en la que mueren a diario
multitud de seres humanos nos exige una reacción contundente
contra aquellos que bombardean el aleteo de los inocentes.
El mundo tiene que pasar de las palabras vacías a los hechos
concretos, de la formulación de leyes a la era de su
cumplimiento, de los intereses de los poderosos a los
intereses del planeta y a la de sus moradores, sin
exclusiones. Detrás de tantas naciones que proclaman el
imperio de la ley en su territorio, en ocasiones se guarecen
las mayores injusticias y atrocidades. Los derechos humanos
solo parecen existir para el territorio de los pudientes.
Para poder vivir en dignidad no sirven los adoctrinamientos,
hay que dejar la libertad de pensar en buen recaudo, y
tampoco vale la mano de los caudillos que suelen cerrar la
puerta a los buscadores de independencias.
En este planeta son muchas las personas apresadas que viven
con gran temor. Vivimos un momento de degradación total, no
sólo del medio ambiente, también de la persona como ser
humano. Cada día es más complicado vivir y que nos dejen
vivir. Hay que alzar la voz de la libertad frente a tanta
delincuencia organizada que ha tomado el uso de la fuerza
como abecedario de actuaciones. A estos sembradores de
miedos debemos plantarle cara, el propio deseo de hacerlo
vence cualquier recelo. Estos activos cultivadores del
pánico suelen jugar con las personas más débiles. Debemos
actuar con contundencia para impedir que el terror se
apodere de nuestras vidas. Para enfocar la seguridad
colectiva, o lo que es lo mismo, la seguridad mundial, es
preciso consensuar lenguajes y establecer una cultura de paz
emanada de testimonios verdaderos, que es lo que más educa y
reeduca. Nuestras sociedades necesitan volver a descubrir el
valor de la persona en libertad, así como aprender a
convivir sin sumisiones.
Toda libertad debe defender la dignidad humana y todos los
pueblos, para vivir como una auténtica comunidad de seres
humanos libres, necesita inspirarse y apoyarse sobre el
fundamento común de valores morales. Cuando se pierde la
racionalidad surgen todas las esclavitudes. No ser dueños ni
de nuestra propia vida conlleva deshumanización y fracaso.
Sin embargo, jamás se ha predicado tanto sobre la libertad,
quizás porque el planeta está desbordado de prisioneros
ansiosos de sentirse libres. Habría que meditar sobre ello.
La realidad es muy distinta.
Lo que se percibe en el ambiente es reclusión. Agoniza la
libertad, cuando las relaciones entre los países y entre sus
ciudadanos se fundan no sobre el respeto de la dignidad
igual de cada uno, sino sobre el derecho del más león, del
más bestia, sobre la actitud de mentes dominantes y sobre
imperialismos. Igualmente, agoniza la libertad, cuando se
persigue la libertad de pensamiento, la libre expresión de
los ciudadanos, sus creencias. De igual modo, agoniza la
libertad, cuándo el diálogo tiene un guión preestablecido,
dictado por los poderosos, por las naciones privilegiadas y
fuertes. A este tenor, también agoniza la libertad, cuando
la crisis económica actual no nos hace recapacitar y los
países se retroalimentan de un desmedido orgullo. En suma,
que cuando escasea la autonomía del ser humano, todo se
viene abajo, hasta el respeto tolerante hacia cualquier otra
opinión individual.
Por otra parte, son también muchos los crímenes que se
cometen en nombre de una falsa libertad. La libertad implica
responsabilidad. A propósito, decía José Saramago, que
“somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que
asumimos; sin memoria no existimos y sin responsabilidad
quizá no merezcamos existir”. Y no le faltaba razón en lo
que escribió, puesto que el sello de grandeza de la
humanidad reside en una conciencia humana responsable. No en
vano, asimismo, Jean Paul Sartre, puso el acento en la
autenticidad, subrayando que “quien es auténtico, asume la
responsabilidad por ser lo que es y se reconoce libre de ser
lo que es”. Evidentemente, hasta el día que quienes ocupen
puestos de responsabilidad, (políticos, judiciales,
económicos...) no se sometan a interrogarse con valentía
sobre su modo de administrar el poder y de procurar la
libertad de sus pueblos, será complicado imaginar que se
pueda salir de ninguna crisis; porque la mayor crisis es la
irresponsabilidad de miles de gobiernos y de centenares de
malos administradores de la justicia.
En cualquier caso, si cada uno de nosotros se atreviese a
barrer -como apunta un proverbio ruso- delante de su puerta,
¡qué limpia estaría la ciudad! Si el cimiento de la ONU es
el derecho; la raíz de ese derecho de libertades debe partir
de cada persona. El rescate de las liberaciones humanas es
un proceso, no surge de ningún evento, tampoco debe conocer
fronteras, cada persona se merece poder hacer su opción de
vida acorde con los valores a los cuales da su adhesión.
Desde luego, no se pueden promover hombres libres en una
sociedad esclava de sus miserias, tampoco en una sociedad
permisiva que infunde y confunde la libertad con el
beneplácito de hacer irresponsablemente lo que a cada uno le
plazca sin referentes éticos alguno. Por esta confusión
hemos llegado al cénit del caos, porque las personas jamás
seremos libres si antes no somos conscientes de ayudarnos
unos a otros. Esa madurez humana es la que realmente nos
hace grandes y libres a la especie. Sólo ese discernimiento.
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