Es sabido que, cualquier ciudad, puede ser contemplada desde
diversas perspectivas. A “vista de pájaro” es decir, con
fotografía aérea, el lugar puede aparecer en toda su
amplitud, pero, desde el aire, no te enteras de nada.
También puede ser observada desde el día a día, desde lo
cotidiano, por “costumbre” y entonces no se suele “mirar”
con auténtica atención, ni se ponen en alerta máxima los
mecanismos mentales del “instinto del explorador”.
Por último y ese es mi caso, una nueva ciudad, un nuevo
lugar puede observarse “a vista de guiri” de extranjero, de
importado, de total desconocedor que no sabe lo que se va a
encontrar y que está a “verlas venir”. Así llegué por un
tema de trabajo hace un par de meses, en un desagradable día
gris y lluvioso, con la mar alborotada y sin nadie a quien
llamar, aunque sí con una gran curiosidad por “pasear” la
ciudad y empezar a descubrirla, a ver que tal y a ver si me
convencía lo bastante como para pasar parte de cada mes en
ella.
¿Y lo mejor para “enterarse” de un lugar?:Preguntarle a un
taxista. Así me acerqué en la Gran Vía a la parada y allí al
taxi nº 11 “Oiga ¿Cuánto cuesta una vuelta por la ciudad y
luego llevarme al puerto?”. Me señaló un precio, yo dije
otro, llegamos a un acuerdo y me monté en el vehículo para
que mi, ahora amigo, Mohamed Rabeh me enseñara la ciudad.
Dejé el recorrido a su libre albedrío y pinchándole un poco
“Me enseña lo que pueda, esto, desde luego, no es Marbella”.
Rabeh se picó “¿Qué no es Marbella? ¡Por supuesto que no!
¡Esto es mucho mejor!”.
No recuerdo más que vagamente nombres de calles y de lugares
que me iba mostrando, porque, ni un solo segundo, dejó de
hablar y de pregonar las excelencias de “su” Ceuta. Si
pasábamos por una zona ajardinada “era” la mejor zona
ajardinada porque “su” Alcalde era el mejor. ¿Y las
palmeras? “Sin picudo rojo”. ¿Y la limpieza? “Se puede comer
en el suelo, aquí en el centro se puede comer en el suelo”.
Vale, es verdad que estaba y está limpio y repulido,
cuidadísimo, sin contenedores rebosando basuras y sin restos
de botellón, pero tampoco yo me había subido en el taxi para
que ese tipo me humillara. Y con la belleza de las playas me
humilló y encima se obstinó en llevarme, en esa tarde de
nubarrones, por la carretera de Benzú, Rabeh iba
entusiasmado “¿Ha visto usted? ¿Tiene en Málaga algo así?”
Gruñí “Yo veo una carretera al lado del mar, con buenas
vistas, nada más”. El taxista se ufanó “Pues no. Usted no ha
visto nada, porque por aquí va un paseo marítimo maravilloso
que va a hacer Vivas, el mejor paseo marítimo de España y
aquí el agua de las playas está limpia y no tiene
porquerías”. Comprendí de que iba la cosa y creí haber
descubierto la auténtica personalidad del taxista “Oiga,
amigo Rabeh, a usted le paga una gratificación la Ciudad
Autónoma ¿verdad? Me refiero a que le gratifican por hacer
propaganda turística”. El hombre se mostró confuso
“¿Pagarme? No, me paga usted lo que hemos convenido cuando
lleguemos al puerto ¿Qué dice de que me pagan?”.
Pues no. El ceutí cantaba las maravillas de su ciudad de
manera espontánea y con un entusiasmo contagioso, me obligó
a bajarme del coche, casi por la fuerza, para contemplar
cerca de un cuarto de hora la formación rocosa de “la mujer
muerta” con una peineta de nubes grises de levante,
fluctuantes y movedizas, envolviendo el perfil y luego, para
consolarme porque estaba aterida me señaló un pequeño café
“El café moderno”. “Si quiere se puede tomar usted un té
aquí porque aquí se toma…” Me apresuré a acabar la frase “El
mejor té del mundo” (Lógico, todo lo suyo era lo mejor)
Rabeh me corrigió “No, el mejor del mundo no lo sé, pero sí
el mejor té de España, porque en Ceuta…” Volví a acabar la
frase “Se toma el mejor té de España, ya lo sé, si quiere le
invito y me acompaña”.
El ceutí rechazó la oferta “No, yo la invito a usted, porque
soy de Ceuta y la gente de Ceuta es…” Esta vez fui más
rápida “Ya, ya, es la mejor y la más hospitalaria de España
¡faltaría más!”.
Tomamos un té con dulces junto a una ventana, las olas
rompían a un metro de distancia y realmente la naturaleza
era más auténtica, más salvaje e infinitamente más hermosa.
Sobre todo por la mágica movilidad de las nubes y por el
cromatismo cambiante azuzado por el aire, que parecía de
cristal. Lógicamente no se lo dije a Rabeh, para no darle
nuevos argumentos. Y con la esperanza de que se le hubiera
secado la lengua y enmudeciera al menos unos minutos.
Pero ni por esas, porque aún debía envanecerse y sublimar su
ego caballa llevándome al Mirador. Allí tuve que suspirar
“¡Joder, que precioso!. Porque era “la hora violeta” justo
el instante en el que palidece el día en matices malvas y
apuntan las primeras luces. Al fondo del paisaje el taxista
seguía con lo suyo “Esto es maravilloso, nuestro Alcalde es
el mejor y vamos a más porque…”.
Eso ya dejaba de ser un monólogo para convertirse en una
sucesión de slogans pre-electorales. Pero me convenció.
Y el pasado domingo cuando llegué con mis muebles en cajas,
al único que pude avisar y el único que me estaba esperando
para ayudarme fue mi amigo Rabeh, por supuesto que yo tenía
pensado llevarle un detalle ¿Y que mejor detalle que mi
consuegro Jorge Bugga que es de Transilvania y no conocía
Ceuta? ¡Para que le comente y pedí que “demostrara” a mi
consuegro la belleza de la hora violeta porque, como también
es “guiri”, ya se sabe…!
Esta vez mi amigo se superó y como la energía telúrica que
desprende la ciudad por la cercanía de montañas, es tan
fuerte, no llegó a abrumarme tanto, pero sí a mi consuegro
transilvano que tiene casa a treinta kilómetros del castillo
de Drácula y que está acostumbrado a paisajes sublimes. A
Jorge Bugga le engatusó de tal manera con su dialéctica
imparable e implacable, que, en estos momentos, está
suspirando por trasladar su empresa a Ceuta.
Esa fue mi primera impresión “a vista de guiri”: la visita
guiada por un forofo caballa, el descubrir lugares de la
mano de un enamorado de Ceuta, lugares y sabores, rincones y
sensaciones, hora violeta y gaviotas, mares y energía
telúrica a chorros de presión. Y la calidez increíble de
este amigo, su entusiasmo por hacerme , hacernos, partícipes
de su pasión por esta tierra.
No he podido tener mejor aterrizaje caballa. Gracias a Rabeh.
Aunque a veces se pasa y asemeja que la ciudad es suya y que
la está exhibiendo. Pero se disculpa porque, de verdad,
merece la pena. ¡Ay, esa hora violeta…!.
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