Las guerras furibundas de antaño entre países, ciudades o
barrios se han trasladado al fútbol. Las vastas catedrales
adonde acudían los fieles se han cambiado por mausoleos
estadios, unos más dichosos que otros, unos más plagados de
guerreros talentosos y otros, menos. Sin duda, entre todos
los generales del mundo, el que sobresale del resto es José
Mourinho. Este hombre ha vertido su repugnante arrogancia
sobre sus jugadores y su club como si se tratara de
chapapote.
En su casa cuelgan medallas y trofeos a los que saca lustre
a diario con sus declaraciones petulantes.
El portugués demostró este pasado fin de semana que su amor
por el fútbol jamás será tan grande como el amor que siente
hacia su figura como fetiche. Progresivamente, se ha pasado
a hablar de esta personaje más a causa de sus impertinencias
y aires patriarcales de gitano portugués que por sus
virtudes profesionales.
Este hombre gusta de relamerse sobre la estrella que enfoca
el escenario mientras su equipo se desloma en el campo. No
olvidemos que tantos otros personajes de la historia general
quedaron trastornados cuando vieron incumplidos sus sueños
de la infancia y se dedicaron a otro oficio paralelo a
través de las malas artes con tal de lamer aquello que tanto
ansiaron, aunque con ello movieran cielo y tierra.
Decía Chandler Bing, personaje de la serie americana ‘Friends’,
que siempre usaba el humor como “mecanismo de defensa ante
la sociedad”.
Detrás de esa coraza tras la que se presenta a diario el
portugués se esconde un animal malherido.
Tanto él como Cristiano Ronaldo son los antihéroes de un
cuento que leen a diario millones de españoles. Ellos
encarnan la figura protagonista contra los Messi, Xavi,
Iniesta que persiguen destruir el anillo a las órdenes de un
mago más cursi y progre (Guardiola) que Gandalf.
Mou y CR7 son los Napoleón y Marc Lenders de la historia y
los dibujos animados. Su histrionismo a la hora de actuar
empobrece el honrado oficio de los payasos y deja mucho que
desear con respecto a los actores más mediocres.
Ambos se han vuelto presos de su propia cárcel dentro de un
cuento al que solo le falta la moraleja.
|