Quien tiene un amigo tiene un
tesoro y aquí amanezco el 6 de enero, en Cantabria,
disfrutando de mi elegante bufanda colocada con primor bajo
el árbol navideño el día de los emblemáticos “Magos”, porque
de “Reyes” nada. Claro que entre éstos y el nórdico “Papá
Noel” yo me quedo con la tradición venida, como tantas
cosas, de Oriente y sus tres simbólicos regalos: oro,
incienso y mirra.
Arriba, en la buhardilla que mi amigo tiene acondicionada
como biblioteca, charlamos un buen rato sobre la tesis que
lleva largos años preparando sobre la filosofía de los
conflictos armados partiendo de la base de que la paz es un
concepto equívoco, difícilmente manejable incluso
conceptualmente. Naturalmente subyace en todo su trabajo,
con centenares de libros apiñados y subrayados, una
concepción de la política entendida como conciliación de
intereses contrapuestos puesto que, en caso contrario, no
hay política y se pasa directamente a la violencia
organizada. En definitiva y tal como yo entiendo, pensar la
guerra para diseñar la paz porque, fatalmente, la “Paz
Perpetua” de Kant no deja de ser un principio diletante.
Tampoco pienso que en el plano internacional la paz sea
posible porque el devenir histórico en sí mismo, unido a las
frías ecuaciones de la relación recursos/población, no
ayudan precisamente a ello. Es decir, un somero análisis
geopolítico arrumba de partida cualquier criterio
presuntamente pacifista. Aun así el historiador Donald Kagan,
en su clásica obra “Sobre las causas de la guerra y la
preservación de la paz” (Turner/FCE, Madrid 2003) concluye:
“El estudio de la guerra y sus causas es, al mismo tiempo,
un trabajo aleccionador y un desafío. Nadie puede examinar
la sombría historia de la humanidad, asolada repetidamente
por el dolor y el horror de la guerra, sin sentir una gran
tristeza por su ubicuidad y perpetuidad. No obstante,
cualquiera que analice los orígenes de algunas guerras en
particular puede sentirse impactado por la impresión de que
muchas pudieron evitarse”. O como señala el investigador
John Keegan en su obra “Historia de la Guerra” (Planeta,
Barcelona 1995), “La política debe continuar; la guerra no.
Eso no quiere decir que haya llegado el fin del papel del
guerrero. La comunidad mundial requiere más que nunca
guerreros hábiles y disciplinados dispuestos a ponerse al
servicio de la autoridad. Unos guerreros que puedan con
rigor considerarse protectores de la civilización, no sus
enemigos”. Porque en definitiva, a la hora de la verdad tal
y como ya advertían los latinos “Si vis pacem, para bellum”.
Lapidaria y premonitoria frase que luce en el frontispicio
del Centro Cultural de los Ejércitos de Madrid y que no
parece de más, pese a la ramplona ideología rampante,
recordar estos tiempos.
Buenos leños para encender, buenos libros para leer y buenos
amigos para conversar. Gracias Concha y Elías por vuestra
amistad y afecto de siempre. Que tu tesis, amigo, la lleves
a buen puerto cualquier año de éstos. Y ante los pleamares
de la vida, nos suenen estimulantes aquellas sabias palabras
de Julio Cortázar: “Nada está perdido si se tiene el valor
de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de
nuevo”. Porque el coraje está en madrugar con la aurora cada
día como si éste fuera el último de nuestra azarosa
existencia.
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