El orbe se ha convertido en un
laberinto de velocidades que nos confunden. Sólo hay que
mirar y ver. Es cierto que los países se recuperan de las
vicisitudes con el corazón roto, puesto que la realidad es
la que es, un descontrol total y una penuria permanente.
Esto pasa por endiosar poderes sin alma. La tierra se ha
convertido en el planeta de las fortunas, en lugar del
planeta de los seres humanos. Unos derrochan mientras otros
se empobrecen. Las miserias, pobrezas, carencias,
desgracias, fracasos, tienen poca consideración en este
mundo de víboras. Bajo este paraguas de egoísmos,
ambiciones, codicias, usuras, nadie conoce a nadie y, lo que
es peor, tampoco se reconoce la humanidad en su fondo de
humanidad. El peor enemigo está en nosotros mismos. Nos han
derrotado las economías, nos tienen dominados las economías,
somos esclavos de injustos poderes económicos. El resultado
salta a la vista. Son muy pocas las rentas que avanzan
humanamente, muchas más las que retroceden y nos
deshumanizan, y numerosas las que progresan muy lentamente
porque también atravesamos una crisis de entusiasmo.
Caer en el desaliento es lo peor de lo peor. El que no posee
el don de solidarizarse ni de apasionarse por las causas
justas, más le valdría buscar sosiego y reflexionar, porque
sus ojos están muertos aunque viva. Se precisan personas a
las que les afane y desvele el bien del planeta y el de sus
moradores. El trabajo pendiente es duro, se trata de
ablandar corazones. Hay que reducir deudas y propiciar más
recursos para los pobres, luchar contra la corrupción,
establecer la velocidad humana (no la de las máquinas), con
sus pausas y sus ritmos, como estética del corazón de la
vida. La recesión, que viene padeciendo el planeta por sus
nefastos administradores, no sólo es dramática para las
millones de personas que perdieron sus empleos, sino que
también afecta a quienes mantienen sus trabajos, al reducir
de manera drástica su poder adquisitivo y su bienestar
general.
Este mundo de velocidades inhumanas ha perdido los más
hondos sentimientos. Sin emociones es difícil mover nada. Y
hay que hacerlo, debemos cambiar actitudes que respeten más
a las personas y cuiden más de las personas. El planeta
prosperará si la ciudadanía se desarrolla. Ahora bien, nadie
puede usar la palabra progreso si no tiene una orientación
definida y un implacable código ético, la misma voz nos
indica un itinerario; y en el mismo momento en que, por
mínimo que sea, dudamos respecto al trazado, pasamos a dudar
en el mismo grado del propio avance. Por ello, los
responsables de las políticas macroeconómicas deben tenerlo
claro y actuar sin titubeos, se trata de encauzar toda la
energía positiva en el empleo y en los salarios, para así
afianzar la ínfima recuperación económica que atisbamos en
algunos países, al tiempo que se hace frente a los
desequilibrios sociales y económicos de más largo plazo.
Desde luego, la mejor prueba de progreso de una civilización
es la de su propio progreso de solidaridad.
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