Es jueves, y hora vaga de
mediodía, cuando me pongo a escribir con cierta
satisfacción. Lo hago nada más regresar de pasear con mi
perro, ‘Oasis’, y después de haber visto a unos niños
disfrutar de lo lindo con los juguetes que les han traído
los Reyes Magos. Muchos recuerdos se agolpan en mi mente
durante esta celebración. Y debo decir, aunque les parezca
mentira, que también me siento reconocido y, por tanto, paso
por ese momento de inconsciencia que los sabios suelen
atribuirle a la felicidad. Y todo debido a los presentes que
he recibido.
Me han regalado un ordenador. Y libros. En esta ocasión, los
Reyes Magos han querido que intente saber algo más sobre
vinos. Así que me han dejado en sitio preferido por mí,
“Tierra de vinos”; que es el título del libro que me va a
permitir seguir ahondando en los conocimientos acerca de la
historia del vino, la elección de los vinos, la conservación
de los vinos, la cata, etcétera.
El segundo libro con el que he sido premiado, me ha cogido
de sorpresa aunque mayor ha sido mi alegría. Y es que un
rey, anónimo él, ha decidido regalarme la novela de “Genji”.
Que consta de dos partes: una, llamada Esplendor; otra,
Catástrofe. La novela de “Genji” es la gran obra maestra de
la literatura japonesa de todos los tiempos y una de las
primeras novelas de la historia.
Y a mí que no me gusta el anonimato, sobre todo cuando se
pone al servicio de la cobardía, no tengo más remedio que
alabar el buen gusto y la finura de quien ha creído
conveniente hacerme llegar semejante obra literaria -sin
dejar el menor rastro-, que no había leído y que lo haré
ahora con enorme placer. Eso sí, creo saber quién ha sido la
persona que ha querido darme tal motivo de satisfacción.
Pero jamás se me ocurriría, a pesar de que por deformación
profesional lo esté deseando, descubrirla.
Tampoco entra dentro de mis cálculos airear los nombres de
quienes, durante las fiestas pasadas, han venido contándome
chismes políticos. Enredos inconcebibles. Bulos como
catedrales de grandes. Y por más que en situaciones
especiales, digan que una ristra de bulos se agradece tanto
como un aumento de sueldo, no pienso propalar ninguno. Entre
otras razones, porque ni siquiera valían para salir del paso
en esa ya cateta tradición de tener por c… que dar la
inocentada en los medios de comunicación.
Lo que si diré es que todos los camelos o patrañas oídos se
referían al Partido Popular de Ceuta. A la lucha interna que
me han dicho se ha desatado ya entre sus militantes por ver
la manera de figurar en la lista de las próximas elecciones
de un partido que arrasará en las urnas. Dicen que sólo ha
faltado el clásico grito de guerra de la infancia: M… el
último.
Habrán observado ustedes que escribo hoy, cuando todavía
estamos padeciendo los excesos de las celebraciones, con una
cursilería de la que yo tanto suelo abominar. Y seguro que
habrá algún lector que diga que me la cojo con un papel de
fumar. Y está en su perfecto derecho. Porque me lo tengo más
que merecido. Pero el miedo es libre. Y a mí, en este nuevo
año, parece ser que el canguelo me tiene atenazado. Y que
estoy empezando a ser domeñado por ese problema del cual
todos queremos evadirnos a cualquier precio: evitar tenerle
miedo al miedo. Porque a un miedoso, cuando lo abaten,
encima se jiñan encima de él. Y apesta. En fin, procuraré
hablar de los miedosos en algún momento.
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