En el abecedario de los días
cohabitan tantos mensajes a los que no prestamos atención,
que el mundo necesita de personas dispuestas a descifrarnos,
con sus hazañas y testimonios, aquello que no alcanzamos a
sentir con la mirada del corazón. El mundo de los polos
opuestos nace en nosotros por una falta de humanidad. Por
eso, hay un mundo que se recrea con el mundo creado,
mientras tenemos otro mundo que inconcebiblemente se
destruye a su antojo. Se precisan, luego, personas
voluntariosas dispuestas a conquistar a ese otro mundo
enloquecido, que lucha por adaptar el mundo a sí mismo, como
si el mundo le perteneciese a él únicamente, en lugar de
adaptarse él al mundo como persona razonable. Por este
motivo, nos da una gran alegría que este año sea el Año
Europeo del Voluntariado. Debiera serlo del planeta entero y
de todos sus moradores. Está justificado. Hay una necesidad
real de humanizarse. La globalización nos llama a ello.
Naturalmente, hacen falta muchos brazos dispuestos a
trabajar desinteresadamente, muchas manos dispuestas a
tender la mano para buscar un cambio a mejor en la situación
del otro.
El ser humano no puede perder el deseo innato de ayudar a
otro ser humano. Sería el fin de la humanidad. Perdería el
gozo que se siente al donarse libremente a los demás. La
alegría más pura. Cosecharíamos un planeta triste porque sus
pobladores se sentirían solos. No olvidemos que para estar
satisfecho necesitamos compañía, cuánta más mejor.
Precisamente por esta causa, el voluntariado es un factor
fundamental de humanización, que a todos nos interesa avivar
y ser protagonistas, a la vez, del mismo. El mundo no puede
abandonarse al mundo, la cultura de la solidaridad tiene que
ser permanente y continua entre las gentes con alma. Cuánto
más se cultive este valor mayor grado de crecimiento y
civilización habitará en el planeta. La paz no la consiguen
los guerreros, sino los altruistas, aquellas personas que se
dejan la vida por mejorar la calidad de vida de todos. No
esperan gratificación económica alguna, con una sonrisa se
dan por pagados. Ciertamente, con una expresión de amor todo
se cura. Nos curamos todos. Quien quiera desentenderse del
amor, se desentiende de su propio corazón. Algo horrible,
porque siempre habrá algún impulso que necesita consuelo,
ayuda.
Para humanizar el mundo conviene verse cada cual consigo
mismo, cambiar actitudes, porque el voluntariado es algo más
que “hacer” por el prójimo, es también una manera de vivir
al lado del que requiere ayuda, de sentir junto al ser
humano como tal, compartiendo tanto las alegrías como los
dolores. En consecuencia, todos podemos ejercer el
voluntariado. No hay nadie que no pueda participar en la
donación, incluso la persona más humilde, más mísera y
desfavorecida, tiene algo que participar a los demás, que
compartir y ofrecer. Cuando llueve comparto mi paraguas, si
no tengo paraguas, comparto la lluvia. Cuando hace sol
comparto mi sombrilla, si no tengo sombrilla, comparto el
sol. Cuando camino comparto mi sombra, si no tengo sombra,
comparto el camino… La naturaleza es un ejemplo permanente y
vivo del que todos tomamos parte de todo, puesto que a todos
nos afectan los días de lluvia y los días de sol, los
caminos vividos y las sombras vertidas. Por estas enseñanzas
que nos injerta la propia vida, pienso que todavía no es
demasiado tarde para construir y reconstruir un mundo
inclusivo. Compartir la tierra como hogar común puede que
sea una utopía, pero esta ilusión también es el principio de
toda humanización.
El que millones de personas de todo el mundo contribuyan con
su tiempo y talento a cimentar un mundo más justo y más
libre, es una valiosa aportación a la humanización del
planeta. Un mundo mejor siempre es posible. Va a depender de
la apuesta de cada uno. El amor invariablemente será
necesario, incluso en las sociedades más equitativas. Por
tanto, el voluntariado, que no es otro que el ser humano que
siembra con amor, es tan preciso y precioso hoy en día como
lo será mañana. Sus pruebas de afecto son, igualmente, la
mejor escuela de vida. Ama y haz lo que quieras, decía San
Agustín. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás
con amor; si corriges, corregirás con amor, si perdonas,
perdonarás con amor. Sin duda, todo en el planeta requiere
de la ternura, el único motor que nos mueve y nos conmueve,
la única fuerza y la insuperable verdad que nos injerta
emociones y nos da vida.
Una vida en la que el voluntariado enhebra sus actuaciones
como principio humanitario. Su espíritu de servicio es
importante, porque “servir quiere decir dar, sacrificar una
parte de sí mismo, de lo que se posee, a favor de otros”,
dijo Jean-G. Lossier. Pero, evidentemente, uno no puede
iluminar a otros si no posee dentro de sí luz alguna,
irradiación que proviene del amor que pongamos en la
entrega. Quien ama y sirve gratuitamente, vive y actúa con
sentido humanitario que es lo que le falta al mundo para
humanizarse. Por desgracia, nos invaden demasiados intereses
y el interés no conoce de amores verdaderos, de espíritu de
generosidad. Como dice la plataforma del Voluntariado de
España, lo esencial “no es lo que hago, es por qué lo hago”.
Y uno debe hacerlo porque tiene ese deseo natural que le
sale del corazón. De lo contrario, seríamos seres, pero no
humanos. No tiene sentido, pues, un voluntariado que no
humanice de manera universal e incluyente, que sea incapaz
de reconocer y de acoger la diversidad del planeta. Lo que
si tiene razón de ser, y la tiene fundamental, es ese
voluntariado valiente y valeroso, comprometido con una
actitud del corazón; de un corazón que sabe abrirse a las
necesidades del mundo, que son las de todos sus ocupantes.
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