Esta imagen, la de la foto, la de un hombre sentado en la
barra de una cafetería, leyéndose el periódico mientras se
bebe un café y se fuma un cigarrillo, es ya una estampa del
pasado.
Con la nueva ley del tabaco, vigente desde ayer, solo está
permitido fumar en centros penitenciarios o psiquiátricos, y
en centros de mayores o de personas con discapacidad,
siempre que sea en las zonas exteriores de los edificios.
El ámbito de la hostelería es el que cuenta con mayores
limitaciones. Los hoteles pueden reservar hasta un 30% de
habitaciones para fumadores (siempre y cuando estén
separadas del resto), pero en los bares solo se permite
fumar en espacios al aire libre. Ya no está permitido
adecuar un espacio interior para los fumadores.
Ésta nueva ley se ha convertido para muchos en el empujón
que necesitaban para dejar de fumar. Aprovechar estas
restricciones para reforzar los clásicos propósitos de Año
Nuevo. Dejar de fumar encabeza muchas listas de buenas
intenciones. Al menos, durante los primeros días de enero.
Como en la lista de Gema, que hasta hace dos días, cuando
entraba en El Cafelito, lo primero que hacía era encender un
cigarro. Desde ayer, su intención es no encenderlo nunca
más. María, la camarera de dicha cafetería, se lo
agradecerá. A ella le parece “estupenda” esta nueva ley. “Yo
no fumo y, con este trabajo, me trago muchísimo humo a lo
largo del día”, explica.
Para sobrellevar el mono, muchos fumadores están optando por
el cigarro electrónico. Se trata de un dispositivo a pilas
que imita al cigarro tradicional, pero que solo desprende
vapor. Cada recambio equivale a unas 350 caladas, las que
suelen darse con un paquete de tabaco. El kit, que incluye
recargas de cartuchos, tanto con sabor a tabaco como con
sabor a menta, cuesta en torno a los 50 euros, y ayer se
agotó en algunas farmacias.
Pepe y Miguel, dueños de un estanco de la calle Real, están
convencidos de que estas buenas intenciones de dejar de
fumar durarán, “como todos los años, un par de semanas”. Por
lo que creen que aunque los establecimientos notarán los
primeros días que entran menos clientes, en poco tiempo se
volverá a la situación normal. A pesar de ello, consideran
que una restricción tan radical se convierte en “un acto que
suprime toda libertad”.
Carlis, dueño de la cafeteria que lleva su nombre está
planteándose colocar en la puerta de su local un cenicero,
pero teme convertirse en el cenicero de todos. “A mí no me
importa ponerlo para mis clientes, pero lo que no quiero es
que acaben apagando ahí sus cigarros todos los que entren en
los negocios colindantes”, protesta. Los que sí lo tienen
claro son los del Bar Charlotte. “La gente se saldrá a fumar
fuera y ya está”.
Eso es, precisamente, lo que ayer estaba haciendo la gente.
Y los que más lo notaron fueron los de los servicios de
limpieza. A las puertas del bar Noray, una barrendera tiraba
un recogedor lleno de cajetillas y cigarros. “Yo sí que he
notado la ley”, aseguraba.
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