En primer lugar, nunca hay que
apresurarse en hacer un amigo. Cicerón había
recomendado que, antes de arriesgarse a considerarlo como
tal, había que compartir tantas comidas con el posible amigo
como para consumir juntos un quintal de sal. En segundo
lugar, hay que poner a prueba al amigo antes de confiar en
él. El tonelero vierte agua en el barril antes de confiarle
el vino. En tercer lugar, hay que guardarse de una amistad
que sirve a los propósitos del otro y no a los propios, o se
corre el peligro de ser como el roble que soporta a la
hiedra y cuya recompensa es la de terminar siendo asfixiado
por ella. En cuarto lugar, hay que ser siempre cauteloso
antes de confiar un secreto a nadie, incluso a un amigo,
pues eso es situarse en voluntaria servidumbre, ponerse en
poder de otro. Hay pocos a quienes pueda confiarse un
secreto.
Es más: “Son muy pocos los que puedan decir, y decir con
verdad, lo mismo que decían los griegos de tiempos antiguos,
que si se les acusaba de mal aliento replicaban que era por
razón de los muchos secretos que habían pasado largo tiempo
pudriéndose dentro de ellos…”. Estas normas básicas son,
como ven ustedes, sencillas y evidentes. Pero hay otras que
son más sorprendentes, según leo en el capítulo de la
política de la amistad: “Solo hay que hacer amigos entre
quienes parezcan rehuir la amistad. “Si es demasiado
directo, guárdate; pues bien es un amigo común, y entonces
no lo es, o bien tiene la intención de traicionarte. Los más
seguros son los que se ganan con trabajos, y los más ciertos
los que se adquieren con dificultad”.
Paradójicamente, los amigos en los que se puede confiar no
son aquellos a los que se ha ayudado en el pasado, sino
aquellos que tienen razones para confiar en que se les
ayudará en el futuro. Así, si se desea que un amigo nos haga
un favor, se le deberá recordar la propia gratitud por los
favores anteriores que él nos haya hecho, jamás, bajo
ninguna circunstancia, se le deberán recordar los favores
que le hayamos hecho.
En cualquier caso, es prácticamente imposible denegar el
favor que pida un amigo (incluso aunque uno no esté en
condiciones de conceder lo que pide) sin poner en peligro la
amistad. Y así seguiríamos relatando las dificultades que
entraña la amistad. Ya que se tome el camino que se tome, la
amistad siempre amenaza con convertirse en su opuesto. Por
tanto, uno debería reservarse los secretos, incluso frente a
los amigos; pero no confiar los secretos a los amigos
implica desconfianza y es correr el riesgo de que los amigos
se conviertan en enemigos. Y lo que es peor, nunca debe
olvidarse que los supuestos amigos son más peligrosos que
los enemigos declarados: “Sansón vivió con seguridad entre
sus enemigos, los gigantescos filisteos, pero en el regazo
de su mujer, donde se creía más seguro, fue rápidamente
sometido…”. La amistad está cercana al odio. En buena
medida, está la cita de Cosme, duque de Florencia:
éste acostumbraba a decir de los amigos pérfidos: “Leemos
que debemos perdonar a nuestros enemigos, pero no que
debamos perdonar a nuestros amigos”.
Leído este pasaje sobre la amistad, cuando al dos mil diez
le quedaba un suspiro, y convencido de que la amistad
solamente es posible como pacto de intereses, cuando oigo a
alguien usar la palabra amigo, como si tal cosa, tengo
derecho a pensar que ese alguien frivoliza o es un
mistificador de tomo y lomo.
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