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OPINIÓN - DOMINGO, 2 DE ENERO DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

La mala reputación de la amistad
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

En primer lugar, nunca hay que apresurarse en hacer un amigo. Cicerón había recomendado que, antes de arriesgarse a considerarlo como tal, había que compartir tantas comidas con el posible amigo como para consumir juntos un quintal de sal. En segundo lugar, hay que poner a prueba al amigo antes de confiar en él. El tonelero vierte agua en el barril antes de confiarle el vino. En tercer lugar, hay que guardarse de una amistad que sirve a los propósitos del otro y no a los propios, o se corre el peligro de ser como el roble que soporta a la hiedra y cuya recompensa es la de terminar siendo asfixiado por ella. En cuarto lugar, hay que ser siempre cauteloso antes de confiar un secreto a nadie, incluso a un amigo, pues eso es situarse en voluntaria servidumbre, ponerse en poder de otro. Hay pocos a quienes pueda confiarse un secreto.

Es más: “Son muy pocos los que puedan decir, y decir con verdad, lo mismo que decían los griegos de tiempos antiguos, que si se les acusaba de mal aliento replicaban que era por razón de los muchos secretos que habían pasado largo tiempo pudriéndose dentro de ellos…”. Estas normas básicas son, como ven ustedes, sencillas y evidentes. Pero hay otras que son más sorprendentes, según leo en el capítulo de la política de la amistad: “Solo hay que hacer amigos entre quienes parezcan rehuir la amistad. “Si es demasiado directo, guárdate; pues bien es un amigo común, y entonces no lo es, o bien tiene la intención de traicionarte. Los más seguros son los que se ganan con trabajos, y los más ciertos los que se adquieren con dificultad”.

Paradójicamente, los amigos en los que se puede confiar no son aquellos a los que se ha ayudado en el pasado, sino aquellos que tienen razones para confiar en que se les ayudará en el futuro. Así, si se desea que un amigo nos haga un favor, se le deberá recordar la propia gratitud por los favores anteriores que él nos haya hecho, jamás, bajo ninguna circunstancia, se le deberán recordar los favores que le hayamos hecho.

En cualquier caso, es prácticamente imposible denegar el favor que pida un amigo (incluso aunque uno no esté en condiciones de conceder lo que pide) sin poner en peligro la amistad. Y así seguiríamos relatando las dificultades que entraña la amistad. Ya que se tome el camino que se tome, la amistad siempre amenaza con convertirse en su opuesto. Por tanto, uno debería reservarse los secretos, incluso frente a los amigos; pero no confiar los secretos a los amigos implica desconfianza y es correr el riesgo de que los amigos se conviertan en enemigos. Y lo que es peor, nunca debe olvidarse que los supuestos amigos son más peligrosos que los enemigos declarados: “Sansón vivió con seguridad entre sus enemigos, los gigantescos filisteos, pero en el regazo de su mujer, donde se creía más seguro, fue rápidamente sometido…”. La amistad está cercana al odio. En buena medida, está la cita de Cosme, duque de Florencia: éste acostumbraba a decir de los amigos pérfidos: “Leemos que debemos perdonar a nuestros enemigos, pero no que debamos perdonar a nuestros amigos”.

Leído este pasaje sobre la amistad, cuando al dos mil diez le quedaba un suspiro, y convencido de que la amistad solamente es posible como pacto de intereses, cuando oigo a alguien usar la palabra amigo, como si tal cosa, tengo derecho a pensar que ese alguien frivoliza o es un mistificador de tomo y lomo.
 

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