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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 29 DE DICIEMBRE DE 2010

 
OPINIÓN / premios juventud 2010 / PRIMER PREMIO RELATO CORTO (SEGUNDA PARTE)

Lo siento si lo consiento

Por Diego Jesús Prieto Morales


Ya lo sabía, pero no me trajo la paz el descubrir lo que desentrañaba esa telaraña de cuernos y mentiras, sólo me sacó de la ignorancia y las dudas para padecer esta crisis, aunque tengo aún la seguridad que vivir esta cruda realidad era lo mejor y lo más sensato. Mi amada esposa y mi querido hermano, posiblemente las personas más importantes de mi vida a parte de mis tres retoños, por ellos haría todo lo que estuviese en mis manos, daría la cara por ellos sin dudarlo, sacrificaría parte de mi felicidad a cambio de dársela a ellos; jamás pensé que me tomarían la palabra por la espalda.

¿Qué sentí al descubrirlo todo? No lo negaré, me fastidió más que nada, ganas de enfurecerme, de gritarles e incluso de pegarles y otras barbaries se posaron en mi cabeza enajenada, incapaz de atender a razones; pero al mismo tiempo me sentí incapaz siquiera de moverme ni de llorar debido a la impresión, pues en ese momento mi vida y mi mundo se desmoronaron como un enorme castillo de naipes expuesto a una repentina corriente de aire. Y después de estos escasos meses en los que tengo plena consciencia de lo que en verdad ocurría, aún no lo puedo concebir pese a tenerlo tan asimilado, los sentimientos y las emociones se mezclan en un constante y conflictivo debate moral. Amor y odio, tristeza e incredulidad, ganas de perdonar y de castigar, la tentación de empujarles a confesar para hacerles caer la cara de vergüenza pasa muchas veces por mi cabeza, más que la idea del diálogo para poner fin a los engaños y las traiciones sobre mi persona y dejarnos de tanto dolor innecesario hacia los demás y a nosotros mismos. Me encuentro en medio de un cruce de tantos caminos que, aún pudiendo tomar uno y luego otro distinto, no me siento capaz de orientarme, demasiadas direcciones y ninguna me hará feliz, todas tan tortuosas y con consecuencias llenas de pérdidas y destrozos en mi vida, en la de mi esposa, la de mi hermano, la de mis hijos, en la de toda mi familia y mis amigos de siempre. En medio de ese abanico de posibilidades tan poco gratas sólo siento ganas de caer de rodillas y gritar para desgarrar el cielo, pero sé que de mi garganta no saldría el menor sonido, porque en muchos aspectos la vida ya se me ha escapado del cuerpo y el que vuelva a mí a día de hoy lo veo tan incierto, tan imposible...

No sé que hacer, ni que sentir, sólo sigo con mi vida, yendo a mi trabajo, cuidando de mi descendencia, haciendo lo habitual con la gente que me rodea, pero ya me siento como un autómata que simplemente hace pero sin el sentimiento y las ganas de antes. Lo único que puedo hacer a día de hoy es permitir lo que está violando los preceptos de mi matrimonio, quizás la opción más cobarde, inexplicable y fácil de tomar, siguiendo con el dicho de “ojos que no ven, corazón que no siente”.

Me gustaría dialogarlo con ella, salvar lo nuestro de alguna manera, de que esté sólo por mí, que piense al menos en nuestros niños, pero no me siento capaz porque dudo que sirva de algo. No puedo culparla por volver a los brazos de su amante, él apareció en su vida antes que yo y tuve mejor suerte al aprovecharme en su momento de esa oportunidad para quedarme con la chica que me gustaba. Tampoco me siento capaz de odiarla, porque estos cuernos son el único mal que me ha causado, en lo demás a lo largo de estos casi quince años desde que estamos juntos ha sido intachable; una compañera amable, dulce, cariñosa, leal y comprensiva, que me ha apoyado siempre en buenos y malos momentos, que ha dado la cara por mí y por nuestra relación, y sobre todo que me ha dado unos hijos que son lo mejor que he podido recibir jamás. No lo tengo en duda, ella me ha amado siempre de verdad, nunca habría accedido a casarse conmigo sin ganas ni por compasión, aunque puede que yo la atosigase algo en adelantar aquel mágico momento de mi vida; sé que sus sentimientos hacia mí son parecidos a los que manifiesta por mi hermano, pero sé también que él en este aspecto me saca un par de cabezas de ventaja, y que el hecho de tenerme prácticamente día a día y a él con menos frecuencia han hecho que ella vuelque sus ganas, sus deseos y su atención sobre su amante, o eso es lo que en mi opinión personal creo con convicción.

Respecto a él, quien cualquiera le pondría la etiqueta de “vil, sucio, asqueroso y rastrero traidor”, pese a las ganas que a veces tengo de partirle la cara me gustaría que fuésemos tan sinceros como antaño, sin este culpable secreto, el único misterio que me ha ocultado en toda su vida. ¡No puedo culparle! Yo tampoco me habría resignado a lamentarme por perder el último tranvía y seguir adelante con mi vida, si él ama a mi mujer al menos con la misma intensidad que yo la amo, no perdería la ocasión, aunque tuviese que tragar la misma culpa por toda la eternidad y tener que conformarme con ser “el otro”. Aunque es esta una falta grande, también es la única que ha cometido; siempre ha sido un buenísimo hermano para mí, nos hemos apoyado tanto, hemos sido los mejores amigos del mundo, le he cuidado como el mayor que soy pero él tampoco a dudado en liarse a puñetazos con el primer gilipuertas que se haya metido conmigo, y los mejores momentos fuera de mi relación y mi hogar familiar, las mejores juergas de mi vida, han sido con él a mi lado, fiel e inseparable.

Después de tantos llantos, tanta rabia, conteniendo con un esfuerzo sobrehumano las ganas de pillarles in fraganti y echarles desnudos a la calle para que sufriesen la mayor de las humillaciones, o de desquitar mi sufrimiento sobre ellos y que sintiesen en sus propias carnes mi dolor, tras tantos lamentos, buscando en mí mismo mis fallos para ganarme estos cuernos, pensé fríamente lo que estaba pasando y me puse por un momento en el lugar de aquellos que en primera reacción se convirtieron en mis más odiados enemigos.

Les conozco demasiado bien, tanto como a mí mismo, y ellos son las personas que mejor pueden entenderme; y como ya he dicho, esta infidelidad es el único desliz que podría echarles en cara. No dudo en pensar que ellos trataron de contener sus sentimientos y deseos para no ser egoístas y no traicionarme, porque me quieren, pero al final tuvieron que ceder al romperse las cadenas con las que estaban reprimiendo de lo que parece imposible de frenar. Sí, egoístas son, pero yo también, porque sé que esa relación de amantes que mantienen es distinta a las de otras, que sólo lo hacen por vicio, por despecho, por venganza o por pura malicia, y en muchas ocasiones sin mantener ataduras de ningún tipo; pero ellos se mantienen fieles el uno al otro, ni el desquite, ni la malevolencia, ni la lujuria, ninguno de esos sentimientos se vislumbra en ellos, y creo que no me sentiría tampoco bien si ellos tuviesen que castrar una parte importante por mi propia dicha.

Definitivamente veo imposible que exista una alternativa que sea de pleno gusto para los tres, y temo que esto acabe volviéndose una bola de nieve que rueda y rueda por una pendiente, haciéndose más y más grande a cada paso, hasta que se vuelva enorme y sólo pueda detenerse en el momento que choque contra algo de forma destructiva y desatándose una hecatombe. No puedo dejar a mi mujer, la necesito y la amo tanto a pesar de esta situación que me tiene en un infierno en vida. Que mi hermano la deje no lo veo posible, aunque descubriesen que lo sé todo dudo que renuncien tan fácilmente, ni siquiera por mí, además sería ególatra por mi parte. ¿Una relación a tres bandas? El no es rotundo ante esa alternativa impensable, por más que fuese posible, por más que existan este tipo de relaciones y que en muchos casos llegan a funcionar en realidad sería un placebo; ese tipo de mentalidad no se amolda a la mía ni a la de mi mujer ni la de mi hermano, además están mis niños de por medio, sería una situación demasiado violenta que siempre nos echaría en cara en el futuro. Tampoco puedo tener una aventura para “devolvérsela” a ella, eso no me desquitaría ni me sentiría a gusto, porque la quiero a ella, no soy capaz de mantener relaciones con otra; además las razones serían distintas a las suyas, en mi caso sería sexo puramente carnal y para mí, traición en toda regla que estropearía aún más todo; puede que para algunos les sirva esta última alternativa, al más puro “ojo por ojo, diente por diente”, pero soy incapaz en todos los aspectos y que tampoco sería justo para esa cuarta persona, ya bastante nos toca pasar a los tres que formamos esta particular y real tragicomedia.

Tantas reflexiones, tantas palabras, tantas posibilidades y alternativas, demasiadas quizás, pero ninguna me parece la panacea que busco para este calvario que sufro en silencio. Seré cobarde y estúpido, cada vez estoy más seguro de ello, quiero que todo vuelva a ser como antes y al mismo tiempo quiero que ellos sean felices, pero esto es como juntar el agua y el aceite. Sé perfectamente que elija lo que elija, haga lo que haga, saldré perdiendo algo importante, pero no soy capaz, no puedo, me aterra, me siento desorientado, aunque me asesorase la persona más sabia, inteligente y sensata sobre la faz de la tierra; ya el mero hecho de saber la verdad y asimilarla me tiene con el alma en pie y a más no podría. Sólo puedo consentir y callarme, estando al lado de ambos aunque sepa que tras sus sonrisas y sus palabras hay máscaras y sombras que me aterra e incluso me repugnan de ver que están allí.

A ti, desconocido, o a ti, conocido que llegues a saber toda esta verdad de falsas, lo siento, lo siento si lo consiento, pero esto es lo que he decidido a día de hoy, hasta que llegue alguna solución o una luz que me ilumine, dejando ahora que el tiempo hable mañana. Gracias a estas líneas en las que me desahogo, preguntándome si alguna vez serán leídas y a saber cuanta incredulidad reflejarán esos ojos lectores o si llegarán hasta este punto sin sentir asco, pena, vergüenza o lo que sea que salga de sus adentros; pero como ya dejé bien claro al principio de estos pensamientos, me es indiferente lo que penséis o sintáis por mí.

Es increíble que no me tiemble el pulso escribiendo estas confesiones tan privadas, aquí sentado en el asiento de mi coche, estacionado en el aparcamiento de mi casa, porque en estos momentos aún deben estar mi mujer y mi hermano en ese cuerpo a cuerpo que les regocija, ese cuerpo a cuerpo que a día de hoy ella no es capaz de manifestar conmigo como tiempo atrás. Seré masoquistas a nivel emocional, porque muchas veces me tienta subir y estar cerca de la habitación en la deben estar copulando, para así intentar comprenderles más, o para ver si eso sería el estímulo que definitivamente me saque de mis dudas y mi consentimiento para acabar con todo tan violentamente y dejar de padecer esto que tanto aborrezco; pero no, aún sigo aquí como imantado al asiento del conductor, resignándome a esperar una hora o dos más para que terminen y poder subir a casa con fingida ignorancia, haciendo igual que ellos un teatro, mostrando una expresión tan habitual en mi semblante, como si estuviese ajeno a eso que ha crecido tanto sobre mi cabeza. A fin de cuentas, yo también estoy mintiendo, además de consolidar esta charada de infidelidades. En definitiva, todos somos culpables, aunque algunos piensen lo contrario.
 

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