Si hay un tema que esté de manera tan presente y constante
en el día a día, sin importar las crisis, las guerras, las
pandemias, los crímenes y las corrupciones que plagan,
vienen y van en la historia de la humanidad, ese es el de
las infidelidades. Pocos son los afortunados que se libran
de ser señalados por esta poco agradable palabra y todos
pensamos que nunca nos pasará, pero eso es mentira, nos
puede pasar a cualquiera, sin importar etnia, cultura, edad,
orientación sexual ni estatus social, y tengo por seguro que
a todos nos rodea, ya sea a mayor o menor distancia de
salpicarnos; y si no es a uno mismo, seguro que le habrá
podido pasar a un hermano, a un tío, a una prima, a un
amigo, a la vecina de al lado, a cualquier persona
relacionada con ellos y sin tener nada que ver con nosotros,
o a un conocido de estos, y así sucesivamente en una cadena
que dudo que lleguemos a encontrar el primer eslabón. Que
equivocado estuve yo de creerme inmune hasta el día que
descubrí que me tocó esta desagradable china.
¿Por qué existe el adulterio? Quizás por la facilidad que
muchas veces parece tener el ser humano de olvidar la virtud
de la sinceridad. La cobardía o la inevitable debilidad, en
especial la de la carne que tanto suele llevar a la gente a
tropezar de manera constante con la misma piedra, podría ser
un motivo más. O simplemente porque muchos quieren jugar en
la vida de manera egoísta e inescrupulosa con dos barajas en
las manos: una para ganar y otra para no perder nunca; pero
en definitiva cualquier subterfugio o placebo es perfecto
para escudarse, tanto en este tema como en cualquier otro.
Con lo fácil que sería dejar las cosas claras y ahorrar
tanto sufrimiento, pero la mayoría desarrolla una fobia
mayor a la honestidad, como si fuese esta el mayor de los
sufrimientos cuando en verdad es un mal menor; valientes
excusas para no hacerse cargo de las responsabilidades menos
gratas de nuestras propias vidas. Pero no soy quién para
juzgar ni dar lecciones de moral, porque soy otro viajero
más en este tren, aunque el mío es un trayecto obligado.
¿Quiénes son los responsables? ¿Quiénes son las “víctimas”?
Eso es imposible de saber, ya que infinidad de razones nos
podemos encontrar, todas ellas tan personales y entendibles
en mayor o menor medida; además cambia el color que se
refleja tras este cristal según el ojo que lo observa, sin
importar el conocimiento de la situación o lo que lleguemos
a prejuzgar a los demás. Quien es objeto de la traición
puede ser responsable de las infidelidades por no cumplir
sus “obligaciones”, tanto de alcoba como sentimentales, o
por no ser capaz o no querer satisfacer a su pareja, o
quizás víctima de alguien sin el menor escrúpulo; quién
comete el adulterio es para algunos un ser infame que le
mueve la lujuria o un exceso de lívido, para otros puede ser
alguien infeliz y con desesperación ante la soledad
sentimental y/o carnal que le transmite su cónyuge o que ha
encontrado alguien que sí merezca darle lo que ya no le
transmite. ¿Y el tercer elemento en medio de la pareja? Para
la mayoría es una persona que no tiene perdón alguno por
arruinar una buena relación, sin pensar la posibilidad que
algunos puedan creer de que quiera a su amante a toda costa
y de forma sincera, aceptando ensuciarse por lo que en
verdad le importa, o que quizás desconozca la existencia de
esa relación formal y vive en la ignorancia al igual que la
verdadera pareja; es muy posible que viva creyendo
eternamente que algún día dejará de ser el segundo plato
para ocupar el puesto más alto en el podium, sin saber, o
quizás sabiéndolo pero autoengañándose, de que es y será
siempre un juguete de usar, tirar y quizás volver a ser
usado; además dos no hacen nada si uno no quiere y por tanto
el que es infiel tiene tanta responsabilidad o quizás más
que aquel que asume el rol de “amante”.
Estos son algunos de la infinidad de motivos y factores que
suelen conllevar a ser partícipe, tanto de forma activa como
pasiva, de una infidelidad, pero nadie puede entenderlo
mejor que los propios protagonistas principales de este tipo
de historias, tan únicas cada una pese a las similitudes.
Nadie puede sentir mejor que uno mismo los remordimientos,
la amargura, la rabia, las dudas y la ignorancia que te trae
ser parte de este tipo de situaciones. Y la mía es quizás
una de las menos comprensibles y a su vez de las más
complicadas: la infidelidad consentida.
Es ahora cuando dejaré de hablar en términos generales y de
ponerme en el cuarto de la salud, para hablar con la voz de
la experiencia sobre mi propio caso. No espero comprensión,
me es igual si se me insulta, si se me compadece, si se ríen
de mi persona o si todo esto que compartiré os transmite
indiferencia; sólo espero hacer entender la dimensión de
este tema, que siempre lo tachamos de blanco o de negro,
cuando en verdad tiene infinitos tonos de grises para dar y
regalar, y con esto espero dar testimonio de mi propio y
único gris. Egoístamente espero también encontrar un remanso
de paz y de desahogo, por más que lo asimile, lo padezca o
que me enfade, pesa mucho esta procesión que llevo por
dentro desde hace bastante tiempo.
Cualquiera no me bajaría de imbécil, pero no le culparé,
pues sólo yo puedo entenderlo. No es fácil vivir sabiendo
que estás compartiendo, tanto en cuerpo como en alma, a la
mujer que amas, especialmente si es con tu propio hermano.
¿Cuándo empezó todo? La infidelidad propiamente dicha lo
ignoro, deben de llevar encontrándose a mis espaldas desde
hace muchos meses, quizás años sin duda, pero el detonante
tengo la plena certeza de que data de mis años de juventud.
Conocí a mi esposa, unos pocos años más joven que yo, cuando
se estaba debatiendo entre estar conmigo o con un muchacho
más joven que ella con el que estuvo a punto de iniciar una
relación formal. Jamás se me olvidará aquel día que la
presenté de manera oficial a mi familia al completo, donde
se encontraba mi hermano recién llegado de varios meses de
ausencia estudiando en la otra punta del país; fue una gran
sorpresa para nosotros comprobar que resultó ser él aquel
muchacho con el que estuvo a punto de emparejarse. Fue una
época tensa sin duda, mi prometida estuvo con mi hermano
poco antes de estar conmigo, él y yo hemos estado casi al
mismo tiempo con la misma mujer, en otras circunstancias yo
habría sido “el perdedor” en llevarme a la chica.
Afortunadamente poco a poco esa situación cambió, siendo él
un gran apoyo para mí y tornándose en amistad aquella pasión
que ambos compartieron en el pasado. Aún me llamo tonto por
pensar que aquello fuese así. No fui capaz de ver la sutil
complicidad que había en las miradas que se intercambiaban,
que con el tiempo estas no fueron suficiente para lo que
llevaban reprimiéndose durante años; que gran verdad aquel
dicho de “donde hubo fuego siempre quedan brasas”.
No tardamos en casarnos ella y yo, aunque no me fue
necesario aquel “sí, quiero” de sus labios para saber que
ella de verdad me quería, llegó al altar enamorada y esos
sentimientos continuaron después de que la lluvia de arroz
nos recibiese al salir de la iglesia. Doce maravillosos años
de matrimonio donde el amor entre los dos no cabía a dudas,
y sus frutos son el hogar que creamos juntos y los tres
hijos que me dio, tres soles que por ellos aún puedo vivir y
tratar de buscar la salida a todas mis crisis del día a día;
pero a pesar del amor que aún existe entre nosotros, todo lo
que hemos construido, compartido y levantado juntos y la
prole que llenan de alegría mi vida, desde que mis ojos
perdieron la venda mi camino se ha tornado una cuesta tan
empinada y larga que cada paso es un esfuerzo sobrehumano,
tanto física como emocional y espiritualmente.
Por mi trabajo, tengo que viajar con cierta regularidad,
teniendo que ausentarme incluso varios días y algún que otro
fin de semana, algo que facilitaría bastante una posible
infidelidad pero que nunca me preocupó ante la fe tan ciega
que siempre he tenido con mi mujer, que es ama de casa pero
que se saca un dinero extra haciendo en nuestro hogar
trabajos de costura, algo en lo que siempre había sido muy
mañosa; por su parte, mi hermano logró con esfuerzo aprobar
oposiciones y goza de un muy buen puesto de funcionario, lo
que le permite tener bastante más tiempo libre que la
mayoría de personas que se ganan el pan en una empresa
privada. En definitiva, todos los factores les permitía
tener el gozo para lo que deseaban hacer a espaldas de
todos.
Empecé a atar cabos hace cosa de unos meses, cuando el
comportamiento tanto de mi mujer como de mi hermano cambió y
de manera prolongada. Todos tenemos nuestras épocas, unas
con mejor ánimo y otras que nos puede molestar incluso un
simple saludo, pero ellos casi al mismo tiempo mostraron una
conducta más apagado en muchos aspectos, como si en parte
quisieran evitarme; pongo la mano en el fuego que el peso de
la culpa, de traicionarme, de “ponerme los cuernos bien
puestos” empezaba a hundirse más notablemente sobre sus
espaldas. Desde que nació mi tercer hijo hace dos años, las
relaciones de ternura y pasión en mi alcoba fueron cayendo
de manera paulatina, pero no le dí importancia y fui
comprensivo; llevar la casa, su pequeña ocupación y hobby
haciendo primores y tener que estar pendiente de tres niños
que tenemos, en especial el más pequeño, eso puede agotar a
cualquier ama de casa y lo que más le apetece por la noche
es dormir y descansar hasta el siguiente día. Pero por más
estrés y cansancio que ella cargase, en algún momento, como
humanos y matrimonio que somos, debemos desear al menos un
breve momento de desahogo y deseo, pero los encuentros
amatorios entre nosotros eran muy poco frecuentes, y he
llegado a la conclusión de que si hacíamos el amor ella lo
hacía principalmente para contentarme; ya casi ni recuerdo
sus gestos o su voz cuando en verdad disfrutaba de estar
conmigo en ese cuerpo a cuerpo.
Por su parte mi hermano cada vez quería estar menos tiempo
conmigo fuera de nuestras responsabilidades laborales. Pese
a que a llevarnos seis años de diferencia, siempre hemos
pasado nuestros mejores momentos juntos, no éramos sólo
hermanos, él siempre ha sido mi mejor amigo, y yo el suyo,
aunque nadie lo diría si supiesen que es él quien está
“beneficiándose” a mi señora; aunque es cierto que es muy
común que incluso entre excelentes amigos pasen estas cosas,
y es cuando más duele esta traición, así pues imaginad la
mía, cuando el “traidor” es mi mejor amigo y mi hermano.
A veces me gustaría volver a la ignorancia, que ellos no
tuviesen remordimiento por lo que llevan tanto tiempo
haciendo. Los días festivos que pasaba con mi esposa y mis
niños yendo de paseo, al cine, al parque de atracciones o a
la playa, las tardes tomando una caña con mi hermano o yendo
de tapeo, o celebrando toda la familia unida el cumpleaños
de algún miembro, todo eso aunque se siga haciendo ya se ha
convertido en un hermoso árbol que por dentro está hueco y
muerto. Pero no debo ser cobarde, porque sé que eso sería
evadirme y lamentarme, porque la verdad que he descubierto
seguiría allí por más de rosa que quiera volver a pintar mi
vida.
Las primeras sospechas de esta infidelidad fue precisamente
en mi intimidad con ella, pues ahora me doy cuenta que en
más de un momento tuvo que morderse los labios para no
pronunciar por error el nombre de mi hermano en vez del mío
en sus acelerada y excitada respiración. Después estaba el
hecho de que mi hermano no ha mantenido ningún tipo de
relación con otra desde que conoció a mi mujer, por mucho
que quiera ocultarlo le conozco lo suficiente para pillar
cualquier mentira o disuasión que tratase de hacerme creer;
que lleve casi tres lustros sin tener siquiera una breve
relación de pareja o conocer a otra fémina puede llegar a
entenderse, existen muchos hombres que gran parte de su
vida, en especial la juventud, prefieren la independencia y
la soledad en ese aspecto, pero que todos estos años no haya
echado siquiera una canita al aire es algo que personalmente
no me lo tragaba. Mis sospechas fueron creciendo cuando
empezaron a cruzarse en mi camino ciertos deslices y
comportamientos que sin darse cuenta fueron otorgándome las
últimas pistas; sin duda, por más que queramos enterrar
algo, al final de una manera u otra acaba emergiendo de las
más oscuras profundidades para salir a la luz.
En más de una ocasión he escuchado a mi mujer manteniendo
conversaciones en voz baja mientras creía que me encontraba
en otra habitación o durmiendo en la cama; o pensando que no
me encontraba aún en casa y que susurraba por propio temor y
culpabilidad; en estas extrañas y breves llamadas, en las
que parecía casi usar un lenguaje en clave, he llegado a
distinguir el nombre de mi hermano e incluso disimuladas
expresiones de afecto y deseo. Las veces que quedaba con él,
que ya era bastante raro poder quedar como siempre a solas
para charlar de nuestras vidas y preocupaciones, ya nunca
hablaba de sí mismo y procuraba cambiar de tema cuando
hablábamos de mi familia y, más concretamente, de mi mujer;
varias veces traté de hacer hincapié en sacar conversaciones
donde saliese el nombre de ella y cada vez la tensión era
más notable al fijarme en los pequeños detalles, tales como
algún tic nervioso o que se le cayese algo de las manos.
Ya tenía demasiadas sospechas, además de muchos temores, una
parte de mí deseaba continuar en la ignorancia y fingir que
no pasaba nada, pero en verdad deseaba y necesitaba quitarme
esa duda, vivir compartiendo, ya sea consciente o
inconsciente, la mentira que ellos habían montado me haría
igual de culpable; además no me cabe la menor duda de que a
la larga esas mismas dudas, sospechas e incertidumbres me
habrían llegado a volver, de algún modo, loco del todo para
estallar en el momento menos esperado a causa de la presión
y entonces sí que habría salido todo a relucir y las
consecuencias habrían sido mucho más duras si caben. Aún
recuerdo como me temblaba la mano cuando me armé de valor de
hacer lo que me quitaría del todo las dudas, algo que iba
totalmente en contra de mis principios basados en el respeto
y la tolerancia, pero que no me quedó otra alternativa:
violar su propia privacidad. Primero lo probé con ella,
luego con él, en sus teléfonos móviles quedaba constancia de
los registros de llamadas que coincidían, pero sobre todo al
ver el registro de mensajes cortos en el aparato de mi
hermano, donde guardaba cada uno de los mensajes que recibía
y mandaba como un perverso diario y cómplice. Mensajes
llenos de deseo, de añoranza, de querer estar juntos siempre
que pudiesen, a la vez que las confesiones de culpabilidad
por traicionarme eran evidentes, que nunca quisieron en
verdad llegar a ese extremo pero que sus deseos personales
pudieron más. Fue entonces cuando la realidad y las verdades
me atizaron el puñetazo más fuerte de mi vida, y el dolor
fue tan certero que no se podía comparar a nada que pudiese
imaginar pero al mismo tiempo me quedé vacío emocionalmente
durante el shock posterior, el cual parecía aparecer con
frecuencia en muchos momentos que le daba la vuelta a la
cabeza, sin importar si estaba en el trabajo, con mi familia
o con mis amigos; lo peor era tratar de mantener la
normalidad para no levantar sospechas ni preocupaciones a
nadie, en especial a ellos dos, entonces se volvió una
procesión que llevo por dentro sin desahogo ni confidente
que tratase de reconfortarme. (CONTINUARÁ)
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