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OPINIÓN - MARTES, 28 DE DICIEMBRE DE 2010

 
OPINIÓN / PREMIOS JUVENTUD 2010/ PRIMER PREMIO RELATO CORTO

Lo siento si lo consiento

Por Diego Jesús Prieto Morales


Si hay un tema que esté de manera tan presente y constante en el día a día, sin importar las crisis, las guerras, las pandemias, los crímenes y las corrupciones que plagan, vienen y van en la historia de la humanidad, ese es el de las infidelidades. Pocos son los afortunados que se libran de ser señalados por esta poco agradable palabra y todos pensamos que nunca nos pasará, pero eso es mentira, nos puede pasar a cualquiera, sin importar etnia, cultura, edad, orientación sexual ni estatus social, y tengo por seguro que a todos nos rodea, ya sea a mayor o menor distancia de salpicarnos; y si no es a uno mismo, seguro que le habrá podido pasar a un hermano, a un tío, a una prima, a un amigo, a la vecina de al lado, a cualquier persona relacionada con ellos y sin tener nada que ver con nosotros, o a un conocido de estos, y así sucesivamente en una cadena que dudo que lleguemos a encontrar el primer eslabón. Que equivocado estuve yo de creerme inmune hasta el día que descubrí que me tocó esta desagradable china.

¿Por qué existe el adulterio? Quizás por la facilidad que muchas veces parece tener el ser humano de olvidar la virtud de la sinceridad. La cobardía o la inevitable debilidad, en especial la de la carne que tanto suele llevar a la gente a tropezar de manera constante con la misma piedra, podría ser un motivo más. O simplemente porque muchos quieren jugar en la vida de manera egoísta e inescrupulosa con dos barajas en las manos: una para ganar y otra para no perder nunca; pero en definitiva cualquier subterfugio o placebo es perfecto para escudarse, tanto en este tema como en cualquier otro. Con lo fácil que sería dejar las cosas claras y ahorrar tanto sufrimiento, pero la mayoría desarrolla una fobia mayor a la honestidad, como si fuese esta el mayor de los sufrimientos cuando en verdad es un mal menor; valientes excusas para no hacerse cargo de las responsabilidades menos gratas de nuestras propias vidas. Pero no soy quién para juzgar ni dar lecciones de moral, porque soy otro viajero más en este tren, aunque el mío es un trayecto obligado.

¿Quiénes son los responsables? ¿Quiénes son las “víctimas”? Eso es imposible de saber, ya que infinidad de razones nos podemos encontrar, todas ellas tan personales y entendibles en mayor o menor medida; además cambia el color que se refleja tras este cristal según el ojo que lo observa, sin importar el conocimiento de la situación o lo que lleguemos a prejuzgar a los demás. Quien es objeto de la traición puede ser responsable de las infidelidades por no cumplir sus “obligaciones”, tanto de alcoba como sentimentales, o por no ser capaz o no querer satisfacer a su pareja, o quizás víctima de alguien sin el menor escrúpulo; quién comete el adulterio es para algunos un ser infame que le mueve la lujuria o un exceso de lívido, para otros puede ser alguien infeliz y con desesperación ante la soledad sentimental y/o carnal que le transmite su cónyuge o que ha encontrado alguien que sí merezca darle lo que ya no le transmite. ¿Y el tercer elemento en medio de la pareja? Para la mayoría es una persona que no tiene perdón alguno por arruinar una buena relación, sin pensar la posibilidad que algunos puedan creer de que quiera a su amante a toda costa y de forma sincera, aceptando ensuciarse por lo que en verdad le importa, o que quizás desconozca la existencia de esa relación formal y vive en la ignorancia al igual que la verdadera pareja; es muy posible que viva creyendo eternamente que algún día dejará de ser el segundo plato para ocupar el puesto más alto en el podium, sin saber, o quizás sabiéndolo pero autoengañándose, de que es y será siempre un juguete de usar, tirar y quizás volver a ser usado; además dos no hacen nada si uno no quiere y por tanto el que es infiel tiene tanta responsabilidad o quizás más que aquel que asume el rol de “amante”.

Estos son algunos de la infinidad de motivos y factores que suelen conllevar a ser partícipe, tanto de forma activa como pasiva, de una infidelidad, pero nadie puede entenderlo mejor que los propios protagonistas principales de este tipo de historias, tan únicas cada una pese a las similitudes. Nadie puede sentir mejor que uno mismo los remordimientos, la amargura, la rabia, las dudas y la ignorancia que te trae ser parte de este tipo de situaciones. Y la mía es quizás una de las menos comprensibles y a su vez de las más complicadas: la infidelidad consentida.

Es ahora cuando dejaré de hablar en términos generales y de ponerme en el cuarto de la salud, para hablar con la voz de la experiencia sobre mi propio caso. No espero comprensión, me es igual si se me insulta, si se me compadece, si se ríen de mi persona o si todo esto que compartiré os transmite indiferencia; sólo espero hacer entender la dimensión de este tema, que siempre lo tachamos de blanco o de negro, cuando en verdad tiene infinitos tonos de grises para dar y regalar, y con esto espero dar testimonio de mi propio y único gris. Egoístamente espero también encontrar un remanso de paz y de desahogo, por más que lo asimile, lo padezca o que me enfade, pesa mucho esta procesión que llevo por dentro desde hace bastante tiempo.

Cualquiera no me bajaría de imbécil, pero no le culparé, pues sólo yo puedo entenderlo. No es fácil vivir sabiendo que estás compartiendo, tanto en cuerpo como en alma, a la mujer que amas, especialmente si es con tu propio hermano. ¿Cuándo empezó todo? La infidelidad propiamente dicha lo ignoro, deben de llevar encontrándose a mis espaldas desde hace muchos meses, quizás años sin duda, pero el detonante tengo la plena certeza de que data de mis años de juventud. Conocí a mi esposa, unos pocos años más joven que yo, cuando se estaba debatiendo entre estar conmigo o con un muchacho más joven que ella con el que estuvo a punto de iniciar una relación formal. Jamás se me olvidará aquel día que la presenté de manera oficial a mi familia al completo, donde se encontraba mi hermano recién llegado de varios meses de ausencia estudiando en la otra punta del país; fue una gran sorpresa para nosotros comprobar que resultó ser él aquel muchacho con el que estuvo a punto de emparejarse. Fue una época tensa sin duda, mi prometida estuvo con mi hermano poco antes de estar conmigo, él y yo hemos estado casi al mismo tiempo con la misma mujer, en otras circunstancias yo habría sido “el perdedor” en llevarme a la chica. Afortunadamente poco a poco esa situación cambió, siendo él un gran apoyo para mí y tornándose en amistad aquella pasión que ambos compartieron en el pasado. Aún me llamo tonto por pensar que aquello fuese así. No fui capaz de ver la sutil complicidad que había en las miradas que se intercambiaban, que con el tiempo estas no fueron suficiente para lo que llevaban reprimiéndose durante años; que gran verdad aquel dicho de “donde hubo fuego siempre quedan brasas”.

No tardamos en casarnos ella y yo, aunque no me fue necesario aquel “sí, quiero” de sus labios para saber que ella de verdad me quería, llegó al altar enamorada y esos sentimientos continuaron después de que la lluvia de arroz nos recibiese al salir de la iglesia. Doce maravillosos años de matrimonio donde el amor entre los dos no cabía a dudas, y sus frutos son el hogar que creamos juntos y los tres hijos que me dio, tres soles que por ellos aún puedo vivir y tratar de buscar la salida a todas mis crisis del día a día; pero a pesar del amor que aún existe entre nosotros, todo lo que hemos construido, compartido y levantado juntos y la prole que llenan de alegría mi vida, desde que mis ojos perdieron la venda mi camino se ha tornado una cuesta tan empinada y larga que cada paso es un esfuerzo sobrehumano, tanto física como emocional y espiritualmente.

Por mi trabajo, tengo que viajar con cierta regularidad, teniendo que ausentarme incluso varios días y algún que otro fin de semana, algo que facilitaría bastante una posible infidelidad pero que nunca me preocupó ante la fe tan ciega que siempre he tenido con mi mujer, que es ama de casa pero que se saca un dinero extra haciendo en nuestro hogar trabajos de costura, algo en lo que siempre había sido muy mañosa; por su parte, mi hermano logró con esfuerzo aprobar oposiciones y goza de un muy buen puesto de funcionario, lo que le permite tener bastante más tiempo libre que la mayoría de personas que se ganan el pan en una empresa privada. En definitiva, todos los factores les permitía tener el gozo para lo que deseaban hacer a espaldas de todos.

Empecé a atar cabos hace cosa de unos meses, cuando el comportamiento tanto de mi mujer como de mi hermano cambió y de manera prolongada. Todos tenemos nuestras épocas, unas con mejor ánimo y otras que nos puede molestar incluso un simple saludo, pero ellos casi al mismo tiempo mostraron una conducta más apagado en muchos aspectos, como si en parte quisieran evitarme; pongo la mano en el fuego que el peso de la culpa, de traicionarme, de “ponerme los cuernos bien puestos” empezaba a hundirse más notablemente sobre sus espaldas. Desde que nació mi tercer hijo hace dos años, las relaciones de ternura y pasión en mi alcoba fueron cayendo de manera paulatina, pero no le dí importancia y fui comprensivo; llevar la casa, su pequeña ocupación y hobby haciendo primores y tener que estar pendiente de tres niños que tenemos, en especial el más pequeño, eso puede agotar a cualquier ama de casa y lo que más le apetece por la noche es dormir y descansar hasta el siguiente día. Pero por más estrés y cansancio que ella cargase, en algún momento, como humanos y matrimonio que somos, debemos desear al menos un breve momento de desahogo y deseo, pero los encuentros amatorios entre nosotros eran muy poco frecuentes, y he llegado a la conclusión de que si hacíamos el amor ella lo hacía principalmente para contentarme; ya casi ni recuerdo sus gestos o su voz cuando en verdad disfrutaba de estar conmigo en ese cuerpo a cuerpo.

Por su parte mi hermano cada vez quería estar menos tiempo conmigo fuera de nuestras responsabilidades laborales. Pese a que a llevarnos seis años de diferencia, siempre hemos pasado nuestros mejores momentos juntos, no éramos sólo hermanos, él siempre ha sido mi mejor amigo, y yo el suyo, aunque nadie lo diría si supiesen que es él quien está “beneficiándose” a mi señora; aunque es cierto que es muy común que incluso entre excelentes amigos pasen estas cosas, y es cuando más duele esta traición, así pues imaginad la mía, cuando el “traidor” es mi mejor amigo y mi hermano.

A veces me gustaría volver a la ignorancia, que ellos no tuviesen remordimiento por lo que llevan tanto tiempo haciendo. Los días festivos que pasaba con mi esposa y mis niños yendo de paseo, al cine, al parque de atracciones o a la playa, las tardes tomando una caña con mi hermano o yendo de tapeo, o celebrando toda la familia unida el cumpleaños de algún miembro, todo eso aunque se siga haciendo ya se ha convertido en un hermoso árbol que por dentro está hueco y muerto. Pero no debo ser cobarde, porque sé que eso sería evadirme y lamentarme, porque la verdad que he descubierto seguiría allí por más de rosa que quiera volver a pintar mi vida.

Las primeras sospechas de esta infidelidad fue precisamente en mi intimidad con ella, pues ahora me doy cuenta que en más de un momento tuvo que morderse los labios para no pronunciar por error el nombre de mi hermano en vez del mío en sus acelerada y excitada respiración. Después estaba el hecho de que mi hermano no ha mantenido ningún tipo de relación con otra desde que conoció a mi mujer, por mucho que quiera ocultarlo le conozco lo suficiente para pillar cualquier mentira o disuasión que tratase de hacerme creer; que lleve casi tres lustros sin tener siquiera una breve relación de pareja o conocer a otra fémina puede llegar a entenderse, existen muchos hombres que gran parte de su vida, en especial la juventud, prefieren la independencia y la soledad en ese aspecto, pero que todos estos años no haya echado siquiera una canita al aire es algo que personalmente no me lo tragaba. Mis sospechas fueron creciendo cuando empezaron a cruzarse en mi camino ciertos deslices y comportamientos que sin darse cuenta fueron otorgándome las últimas pistas; sin duda, por más que queramos enterrar algo, al final de una manera u otra acaba emergiendo de las más oscuras profundidades para salir a la luz.

En más de una ocasión he escuchado a mi mujer manteniendo conversaciones en voz baja mientras creía que me encontraba en otra habitación o durmiendo en la cama; o pensando que no me encontraba aún en casa y que susurraba por propio temor y culpabilidad; en estas extrañas y breves llamadas, en las que parecía casi usar un lenguaje en clave, he llegado a distinguir el nombre de mi hermano e incluso disimuladas expresiones de afecto y deseo. Las veces que quedaba con él, que ya era bastante raro poder quedar como siempre a solas para charlar de nuestras vidas y preocupaciones, ya nunca hablaba de sí mismo y procuraba cambiar de tema cuando hablábamos de mi familia y, más concretamente, de mi mujer; varias veces traté de hacer hincapié en sacar conversaciones donde saliese el nombre de ella y cada vez la tensión era más notable al fijarme en los pequeños detalles, tales como algún tic nervioso o que se le cayese algo de las manos.

Ya tenía demasiadas sospechas, además de muchos temores, una parte de mí deseaba continuar en la ignorancia y fingir que no pasaba nada, pero en verdad deseaba y necesitaba quitarme esa duda, vivir compartiendo, ya sea consciente o inconsciente, la mentira que ellos habían montado me haría igual de culpable; además no me cabe la menor duda de que a la larga esas mismas dudas, sospechas e incertidumbres me habrían llegado a volver, de algún modo, loco del todo para estallar en el momento menos esperado a causa de la presión y entonces sí que habría salido todo a relucir y las consecuencias habrían sido mucho más duras si caben. Aún recuerdo como me temblaba la mano cuando me armé de valor de hacer lo que me quitaría del todo las dudas, algo que iba totalmente en contra de mis principios basados en el respeto y la tolerancia, pero que no me quedó otra alternativa: violar su propia privacidad. Primero lo probé con ella, luego con él, en sus teléfonos móviles quedaba constancia de los registros de llamadas que coincidían, pero sobre todo al ver el registro de mensajes cortos en el aparato de mi hermano, donde guardaba cada uno de los mensajes que recibía y mandaba como un perverso diario y cómplice. Mensajes llenos de deseo, de añoranza, de querer estar juntos siempre que pudiesen, a la vez que las confesiones de culpabilidad por traicionarme eran evidentes, que nunca quisieron en verdad llegar a ese extremo pero que sus deseos personales pudieron más. Fue entonces cuando la realidad y las verdades me atizaron el puñetazo más fuerte de mi vida, y el dolor fue tan certero que no se podía comparar a nada que pudiese imaginar pero al mismo tiempo me quedé vacío emocionalmente durante el shock posterior, el cual parecía aparecer con frecuencia en muchos momentos que le daba la vuelta a la cabeza, sin importar si estaba en el trabajo, con mi familia o con mis amigos; lo peor era tratar de mantener la normalidad para no levantar sospechas ni preocupaciones a nadie, en especial a ellos dos, entonces se volvió una procesión que llevo por dentro sin desahogo ni confidente que tratase de reconfortarme. (CONTINUARÁ)
 

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