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OPINIÓN - LUNES, 27 DE DICIEMBRE DE 2010

 
COLABORACIÓN / premios juventud 2010 / ACCÉSIT RELATO CORTO

Rumbo a una nueva vida (II)

Por Lidia Guevara Vargas


Hablas español? -¿Cómo te llamas?¿Entiendes lo que te digo?, preguntaban dos funcionarios sentados tras la mesa. Alguna vez habíamos oído hablar de la existencia de este lugar, una medrasa, donde los menores que escapábamos de Marruecos, podíamos vivir hasta que cumpliésemos dieciocho años. Pero como estaba alejada de la ciudad, nunca había pasado por aquí con mi grupo. Tras de mí, se abrió la puerta, la atravesó la habitación una mujer que rondaría los cuarenta, menuda, con el cabello largo moreno, recogido a modo de “cola de caballo”. Andaba de forma graciosa y vivaz, tenía una mirada que transmitía confianza.

-¡Hola, me llamo María y a partir de ahora soy vuestra tutora! Tú, ¿Cómo te llamas?

- Yussef. Contestó tímidamente, un chico de aspecto desarrapado, que tenía a mi izquierda.

-¡Bienvenido Yussef!, decía mientras le extendía la mano. Yuseff, respondió al gesto, y tras un casi conseguido apretón de manos, llevó su mano derecha hasta tocar su corazón.

-¿Alguien más me quiere decir su nombre? ¡Vamos, sé que me entendéis!. Aquella mujer tenía algo, no consigo adivinar qué, que yo echaba en falta.

-Yo, yo me llamo Yasser. Dije casi como si fuese otra persona la que hablase por mí.

-¡Hola Yasser! Nos vamos a llevar muy bien. Regalándome una sonrisa, pasó su mano, acariciando levemente mi cabeza. Jamás podrá imaginar María, lo mucho que significó aquel gesto. Removió sentimientos que parecían haber quedado enterrados meses atrás, a una madre que no reaccionó, recordé los juegos con mis hermanos, sentí sus risas. Extrañamente sentí que era mi familia. ¡Una cama, cuánto tiempo! No recuerdo la última vez que sentí el olor a sábanas limpias. Ha sido un día agridulce, lleno de emociones. He dormido toda la noche de un tirón. Me despiertan unos pasos que se acercan por el pasillo. Se oye un “click” y los fluorescentes parpadean como si les costara trabajo ponerse en faena. El aroma a chocolate, café, tostadas y dulces se entremezcla inundando poco a poco todos los rincones. La persiana mal engrasada hace un ruido irritante al levantarse. Un tímido rayo de sol se abre paso entre los visillos, dejando ver las pequeñas partículas de polvo que flotan en la habitación. Remoloneo unos instantes, al abrigo de la blanca sábana con la que me cubro hasta la cabeza, mientras intento repasar todo lo acontecido desde que salí de mi casa y que me ha traído hasta este lugar.

-¡Chicos, chicos, vamos arriba que son las ocho!

Los pasillos se llenaron de algarabía y carreras. Tras un prolongado estiramiento y un más que profundo suspiro, decidí que era el momento de ponerme en marcha. Sentado en la litera con los pies colgando, ataviado con mi recién estrenado pijama azul, intenté localizar mis babuchas. Estaban allí al fondo. Supongo que Fahd, que dormía en la cama de abajo, siendo persona de buen comer, despertado su apetito con los olores que provenían de la cocina, las habría mandado hasta allí en medio de la estampida. La puerta se abrió bruscamente, era mi amigo que arrojaba con cierta rabia y prisa la camiseta y buscaba la toalla.

-¿Qué te pasa tío?

-Estos “mendas”, que no me dejan entrar al comedor en pijama y además quieren que me asee y me peine. -Es normal. Venga vamos y en dos minutos estamos zampando. A regañadientes nos encaminamos al servicio. Nos preguntábamos si habría noticias de los del “Equipo”. Vimos a Rabet, que ya se dirigía a la mesa. Había oído rumores de que al menos Momo lo había conseguido, pero ¿y los demás?. Nadie había oído nada de ellos. Un chico pelirrojo comentó que fueron más de cincuenta los que intentaron pasar aquel día y corrieron suertes diferentes. Sentados delante de aquella taza de cacao caliente, a mi amigo le había cambiado el semblante y el humor. No alcanzaba a recordar la última vez que había desayunado tostadas con mantequilla, un poquito “churruscaditas”, como a él le gustan, sin tener que estar “al loro” por si le “trincaban los Locales”. No dejó ni las migajas, incluso era el principal candidato a engullir cualquier cosa con apariencia de comestible que rondara a su alcance. Con la tripa llena, salimos buscando un rato el solecito antes de que “Lorenzo” se empeñara a fondo. Tocaba ubicarse y planear cuales serían nuestros siguientes pasos; no pensábamos acomodarnos aquí durante mucho tiempo ahora que habíamos estado tan cerca. Sentados a horcajadas sobre un poyete dejábamos correr la imaginación…

-Pienso buscar un trabajo, ahorrar, y cuando vuelva me compraré una casa- Decía Rabet.

-Pues yo, en cuanto pueda me compro un “carro” y en vacaciones cuando vuelva a casa a “fardar”.- Replicó el chico pelirrojo con el que hablamos esta mañana.

-Yo me voy a poner “morao” a dulces todos los días. Apostilló Fahd, como era de esperar. Y yo, ¿yo que haré?, no sé si quiero volver a casa. Echo de menos a mis hermanos. A mi padre ¡¡no!!.Y a mi madre, ¿Qué siento por mi madre? Creo que no volveré jamás. Si nos empeñamos un poco, y nos buscamos un buen sitio, desde lo alto de la grada del campo de deportes se pueden ver las montañas de Marruecos, aquí se empeñan en llamarlas “La Mujer Muerta” porque dibujan en el horizonte la silueta de mujer tendida. Un chirrido familiar se oye al otro lado del patio, la gran cancela negra que nos recibió ayer, se abre dejando paso a un pequeño coche rojo algo destartalado. La curiosidad propia de la niñez nos hace empeñamos ver el interior del vehículo. Una extraña sensación me invade el estómago. A través del cristal se adivina el largo cabello de María, me da la impresión de que si el día es claro, se ha hecho más claro todavía. Esgrimiendo vanas excusas, me alejo del grupo y me acerco a merodear por el edificio de oficinas, para hacerme el encontradizo.

-Chico. Me llama un señor que sale de una oficina. ¿Tú eres del grupo que llegó anoche?.

-Sí, sí señor. Me puede decir cuándo podré salir.

-Todos tenéis prisa, mucha prisa.

-Pero es que tengo planes, tengo que buscar trabajo, tengo que buscarme la vida.

-Tranquilo muchacho. Detrás de mí se oyó una voz femenina. Tranquilo muchacho ¿quieres pasear?

-Claro que sí.

-Bueno pronto saldremos. Aquello me tranquilizó, no creí nada de lo que me dijo, pero extrañamente me tranquilizó. Pasaron varios meses en los que volvimos a ser niños de nuevo. No teníamos ninguna preocupación que no fuese ver al Barça en televisión, o emular a sus jugadores en el polideportivo, me creé una reputación como delantero. Y así entre risas, juegos, clase de español y otras ocupábamos un día tras otro. Llegó el mal tiempo y con él la lluvia y el viento. Un miércoles por la tarde, después de la última clase, estaba estudiando en mi habitación. Los cristales de mi ventana estaban empañados. Mi compañero, antes de irse, había dibujado con el dedo en el vaho varias caras sonrientes. Alguien llama a la puerta.

-¿Estáis visibles? -Adelante, pasa, pasa, estoy solo. María entró con su eterna sonrisa. -¿Te apetece pasear?

-Prefiero quedarme, en el patio hace frio. -No querías dar una vuelta por Ceuta.

-¡Claro, claro que sí!

Me arreglé de un salto y precipitados subimos a su pequeño “Panda”, que en aquella ocasión me pareció el más “molón” de los coches; y poco a poco emprendimos la bajada por una tortuosa y empinada carretera que conduce hasta la barriada de San Amaro. Conforme avanzábamos, las luces de navidad iluminaban nuestro camino. Los rojos, verdes, amarillos y azules inundaban todos los rincones. Encontramos aparcamiento cerca del centro. Nunca había visto de esta forma la ciudad, era un sitio lleno de alborozo, los niños correteaban, alegres, persiguiendo a las palomas, que huían espantadas. Los padres, para ayudar a los Reyes Magos, buscaban ansiosos los juguetes que sus hijos habían pedido en sus cartas.

Todo me parecía tan nuevo, tan fantástico, tan … Cansados de ir tienda tras tienda rebuscando regalos en cada estantería, decidimos darnos un respiro, y paramos a tomar un chocolate caliente en la cafetería que estaba junto a aquel gran escaparate. Allí en frente, sobre el seto del jardín, había un gracioso reno bizco. Ella me dijo que se trataba de un viejo conocido que volvía navidad tras navidad. Nos reíamos, bromeábamos, todo era perfecto. Mientras esperábamos a que se enfriara un poco el café, María llamó la atención de un hombre que caminaba un poco despistado.

-Juan, Juan, estamos aquí.

-¡Hola, no os había visto!¿Todo bien? Tú debes de ser Yasser. Tenía ganas de conocerte.

-Yasser, este es Juan, mi marido.

-María me hablado mucho sobre ti.

-Encantado.

-Bueno, habíamos quedado aquí esa tarde porque queremos proponerte algo.

-¿He hecho algo que te ha molestado?

- No, no nada de eso, todo lo contrario.

-Sí, queríamos decirte … , queremos proponerte que te vengas a pasar estas fiestas a casa, con nosotros.

-No tengas prisa, piénsalo y nos contestas cuando lo tengas decidido.

-Sí, claro que sí, gracias.- Algo debió de entrarme en los ojos.

Y así empezó mi nueva vida, como ya dije, de la antigua sólo me queda el nombre y mis amargos recuerdos, bueno y también mis hermanos con los que ahora hablo muy a menudo y a los que pronto volveré a ver. Hoy tengo una gran familia, una parte en Fdineq y otra aquí, en Ceuta. Este es el relato de mi pequeña historia, quizás penséis que es algo común y sin importancia, pero os puedo asegurar que estoy agradecido por todos aquellos que se han cruzado en mi camino; empezando por la peculiar, comprensiva y desconfiada Encarnita, y sus pasteles, claro está, pasando por Momo y el resto del “Equipo” por ser mis amigos, espero que les vaya bien todo allá donde estén. También por esta banda de fiesteros que tengo ahora como cuadrilla. Y sobre todo xúkran por esta familia, mi familia, María y Juan.
 

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