Hablas español? -¿Cómo te llamas?¿Entiendes lo que te digo?,
preguntaban dos funcionarios sentados tras la mesa. Alguna
vez habíamos oído hablar de la existencia de este lugar, una
medrasa, donde los menores que escapábamos de Marruecos,
podíamos vivir hasta que cumpliésemos dieciocho años. Pero
como estaba alejada de la ciudad, nunca había pasado por
aquí con mi grupo. Tras de mí, se abrió la puerta, la
atravesó la habitación una mujer que rondaría los cuarenta,
menuda, con el cabello largo moreno, recogido a modo de
“cola de caballo”. Andaba de forma graciosa y vivaz, tenía
una mirada que transmitía confianza.
-¡Hola, me llamo María y a partir de ahora soy vuestra
tutora! Tú, ¿Cómo te llamas?
- Yussef. Contestó tímidamente, un chico de aspecto
desarrapado, que tenía a mi izquierda.
-¡Bienvenido Yussef!, decía mientras le extendía la mano.
Yuseff, respondió al gesto, y tras un casi conseguido
apretón de manos, llevó su mano derecha hasta tocar su
corazón.
-¿Alguien más me quiere decir su nombre? ¡Vamos, sé que me
entendéis!. Aquella mujer tenía algo, no consigo adivinar
qué, que yo echaba en falta.
-Yo, yo me llamo Yasser. Dije casi como si fuese otra
persona la que hablase por mí.
-¡Hola Yasser! Nos vamos a llevar muy bien. Regalándome una
sonrisa, pasó su mano, acariciando levemente mi cabeza.
Jamás podrá imaginar María, lo mucho que significó aquel
gesto. Removió sentimientos que parecían haber quedado
enterrados meses atrás, a una madre que no reaccionó,
recordé los juegos con mis hermanos, sentí sus risas.
Extrañamente sentí que era mi familia. ¡Una cama, cuánto
tiempo! No recuerdo la última vez que sentí el olor a
sábanas limpias. Ha sido un día agridulce, lleno de
emociones. He dormido toda la noche de un tirón. Me
despiertan unos pasos que se acercan por el pasillo. Se oye
un “click” y los fluorescentes parpadean como si les costara
trabajo ponerse en faena. El aroma a chocolate, café,
tostadas y dulces se entremezcla inundando poco a poco todos
los rincones. La persiana mal engrasada hace un ruido
irritante al levantarse. Un tímido rayo de sol se abre paso
entre los visillos, dejando ver las pequeñas partículas de
polvo que flotan en la habitación. Remoloneo unos instantes,
al abrigo de la blanca sábana con la que me cubro hasta la
cabeza, mientras intento repasar todo lo acontecido desde
que salí de mi casa y que me ha traído hasta este lugar.
-¡Chicos, chicos, vamos arriba que son las ocho!
Los pasillos se llenaron de algarabía y carreras. Tras un
prolongado estiramiento y un más que profundo suspiro,
decidí que era el momento de ponerme en marcha. Sentado en
la litera con los pies colgando, ataviado con mi recién
estrenado pijama azul, intenté localizar mis babuchas.
Estaban allí al fondo. Supongo que Fahd, que dormía en la
cama de abajo, siendo persona de buen comer, despertado su
apetito con los olores que provenían de la cocina, las
habría mandado hasta allí en medio de la estampida. La
puerta se abrió bruscamente, era mi amigo que arrojaba con
cierta rabia y prisa la camiseta y buscaba la toalla.
-¿Qué te pasa tío?
-Estos “mendas”, que no me dejan entrar al comedor en pijama
y además quieren que me asee y me peine. -Es normal. Venga
vamos y en dos minutos estamos zampando. A regañadientes nos
encaminamos al servicio. Nos preguntábamos si habría
noticias de los del “Equipo”. Vimos a Rabet, que ya se
dirigía a la mesa. Había oído rumores de que al menos Momo
lo había conseguido, pero ¿y los demás?. Nadie había oído
nada de ellos. Un chico pelirrojo comentó que fueron más de
cincuenta los que intentaron pasar aquel día y corrieron
suertes diferentes. Sentados delante de aquella taza de
cacao caliente, a mi amigo le había cambiado el semblante y
el humor. No alcanzaba a recordar la última vez que había
desayunado tostadas con mantequilla, un poquito
“churruscaditas”, como a él le gustan, sin tener que estar
“al loro” por si le “trincaban los Locales”. No dejó ni las
migajas, incluso era el principal candidato a engullir
cualquier cosa con apariencia de comestible que rondara a su
alcance. Con la tripa llena, salimos buscando un rato el
solecito antes de que “Lorenzo” se empeñara a fondo. Tocaba
ubicarse y planear cuales serían nuestros siguientes pasos;
no pensábamos acomodarnos aquí durante mucho tiempo ahora
que habíamos estado tan cerca. Sentados a horcajadas sobre
un poyete dejábamos correr la imaginación…
-Pienso buscar un trabajo, ahorrar, y cuando vuelva me
compraré una casa- Decía Rabet.
-Pues yo, en cuanto pueda me compro un “carro” y en
vacaciones cuando vuelva a casa a “fardar”.- Replicó el
chico pelirrojo con el que hablamos esta mañana.
-Yo me voy a poner “morao” a dulces todos los días.
Apostilló Fahd, como era de esperar. Y yo, ¿yo que haré?, no
sé si quiero volver a casa. Echo de menos a mis hermanos. A
mi padre ¡¡no!!.Y a mi madre, ¿Qué siento por mi madre? Creo
que no volveré jamás. Si nos empeñamos un poco, y nos
buscamos un buen sitio, desde lo alto de la grada del campo
de deportes se pueden ver las montañas de Marruecos, aquí se
empeñan en llamarlas “La Mujer Muerta” porque dibujan en el
horizonte la silueta de mujer tendida. Un chirrido familiar
se oye al otro lado del patio, la gran cancela negra que nos
recibió ayer, se abre dejando paso a un pequeño coche rojo
algo destartalado. La curiosidad propia de la niñez nos hace
empeñamos ver el interior del vehículo. Una extraña
sensación me invade el estómago. A través del cristal se
adivina el largo cabello de María, me da la impresión de que
si el día es claro, se ha hecho más claro todavía.
Esgrimiendo vanas excusas, me alejo del grupo y me acerco a
merodear por el edificio de oficinas, para hacerme el
encontradizo.
-Chico. Me llama un señor que sale de una oficina. ¿Tú eres
del grupo que llegó anoche?.
-Sí, sí señor. Me puede decir cuándo podré salir.
-Todos tenéis prisa, mucha prisa.
-Pero es que tengo planes, tengo que buscar trabajo, tengo
que buscarme la vida.
-Tranquilo muchacho. Detrás de mí se oyó una voz femenina.
Tranquilo muchacho ¿quieres pasear?
-Claro que sí.
-Bueno pronto saldremos. Aquello me tranquilizó, no creí
nada de lo que me dijo, pero extrañamente me tranquilizó.
Pasaron varios meses en los que volvimos a ser niños de
nuevo. No teníamos ninguna preocupación que no fuese ver al
Barça en televisión, o emular a sus jugadores en el
polideportivo, me creé una reputación como delantero. Y así
entre risas, juegos, clase de español y otras ocupábamos un
día tras otro. Llegó el mal tiempo y con él la lluvia y el
viento. Un miércoles por la tarde, después de la última
clase, estaba estudiando en mi habitación. Los cristales de
mi ventana estaban empañados. Mi compañero, antes de irse,
había dibujado con el dedo en el vaho varias caras
sonrientes. Alguien llama a la puerta.
-¿Estáis visibles? -Adelante, pasa, pasa, estoy solo. María
entró con su eterna sonrisa. -¿Te apetece pasear?
-Prefiero quedarme, en el patio hace frio. -No querías dar
una vuelta por Ceuta.
-¡Claro, claro que sí!
Me arreglé de un salto y precipitados subimos a su pequeño
“Panda”, que en aquella ocasión me pareció el más “molón” de
los coches; y poco a poco emprendimos la bajada por una
tortuosa y empinada carretera que conduce hasta la barriada
de San Amaro. Conforme avanzábamos, las luces de navidad
iluminaban nuestro camino. Los rojos, verdes, amarillos y
azules inundaban todos los rincones. Encontramos
aparcamiento cerca del centro. Nunca había visto de esta
forma la ciudad, era un sitio lleno de alborozo, los niños
correteaban, alegres, persiguiendo a las palomas, que huían
espantadas. Los padres, para ayudar a los Reyes Magos,
buscaban ansiosos los juguetes que sus hijos habían pedido
en sus cartas.
Todo me parecía tan nuevo, tan fantástico, tan … Cansados de
ir tienda tras tienda rebuscando regalos en cada estantería,
decidimos darnos un respiro, y paramos a tomar un chocolate
caliente en la cafetería que estaba junto a aquel gran
escaparate. Allí en frente, sobre el seto del jardín, había
un gracioso reno bizco. Ella me dijo que se trataba de un
viejo conocido que volvía navidad tras navidad. Nos reíamos,
bromeábamos, todo era perfecto. Mientras esperábamos a que
se enfriara un poco el café, María llamó la atención de un
hombre que caminaba un poco despistado.
-Juan, Juan, estamos aquí.
-¡Hola, no os había visto!¿Todo bien? Tú debes de ser Yasser.
Tenía ganas de conocerte.
-Yasser, este es Juan, mi marido.
-María me hablado mucho sobre ti.
-Encantado.
-Bueno, habíamos quedado aquí esa tarde porque queremos
proponerte algo.
-¿He hecho algo que te ha molestado?
- No, no nada de eso, todo lo contrario.
-Sí, queríamos decirte … , queremos proponerte que te vengas
a pasar estas fiestas a casa, con nosotros.
-No tengas prisa, piénsalo y nos contestas cuando lo tengas
decidido.
-Sí, claro que sí, gracias.- Algo debió de entrarme en los
ojos.
Y así empezó mi nueva vida, como ya dije, de la antigua sólo
me queda el nombre y mis amargos recuerdos, bueno y también
mis hermanos con los que ahora hablo muy a menudo y a los
que pronto volveré a ver. Hoy tengo una gran familia, una
parte en Fdineq y otra aquí, en Ceuta. Este es el relato de
mi pequeña historia, quizás penséis que es algo común y sin
importancia, pero os puedo asegurar que estoy agradecido por
todos aquellos que se han cruzado en mi camino; empezando
por la peculiar, comprensiva y desconfiada Encarnita, y sus
pasteles, claro está, pasando por Momo y el resto del
“Equipo” por ser mis amigos, espero que les vaya bien todo
allá donde estén. También por esta banda de fiesteros que
tengo ahora como cuadrilla. Y sobre todo xúkran por esta
familia, mi familia, María y Juan.
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