El año está ya dando las boqueadas
y el Rey, en su mensaje de Navidad, apeló a los grandes
valores para superar la crisis económica. Es decir, más de
lo mismo que el año anterior por estas fechas. Aunque el
drama de los parados, esta vez, trate de atenuarse con la
fotografía de los campeones del Mundo de Fútbol que figuraba
a la izquierda de don Juan Carlos. Mi parecer,
humilde donde los haya, es que esa imagen de fondo sobraba
en noche tan especial y con la que está cayendo en España.
En España, los parados se multiplican mientras los hay que
siguen todavía en permanente estado de euforia por lo
ocurrido en Sudáfrica. En España se sigue viviendo del
recuerdo del gol de Iniesta a Holanda y del uno
contra uno entre Casillas y Robben. En suma:
que el drama de los parados halla su mejor antídoto en hacer
lo imposible porque éstos mantengan sus cinco sentidos
puestos en la hazaña del ‘niño’ nacido en Móstoles.
Convertido ya en ángel de la guarda de todos nuestros
problemas.
De no ser así, uno no entiende la razón por la que a Su
Majestad le dio por sacar pecho a costa de situar el
daguerrotipo de La Roja –cursilería de tomo y lomo- en sitio
tan preferente. Porque, en este caso, está claro que no se
trataba de valerse del poder del fútbol como ideología. Pero
sí de paliar en parte la tragedia de tantos españoles que
andan con la botarga vacía y sumidos en la desesperanza;
situación que es aun peor que la desesperación. Como si eso
fuera posible.
La desesperanza de los parados es un calvario que sólo puede
apreciar quien haya pasado por tan mal trance. Muchas veces
he sacado a relucir el pánico de los parados. Ese hombre que
no sabe qué hacer consigo mismo. Ya que un hombre sin
trabajo va de un lado a otro por la casa como un perro
abandonado.
Un varón sin trabajo se siente casi emasculado. Un varón sin
trabajo experimenta una angustia indescriptible. Y no
solamente culpa a la sociedad de haberle arrebatado la
posibilidad de ganarse la vida, sino que también duda de sí
mismo, de su capacidad. Y termina convirtiéndose en una
fiera dispuesta a responder a media vuelta de manivela,
debido a que tiene la susceptibilidad a flor de piel.
Los parados son, sin duda alguna, personas propensas a
sentirse ofendidas y menospreciadas a cada paso. Y merecen
el mayor de los respetos. Me contaba un amigo, no hace mucho
tiempo, de qué manera vivió un tiempo su condición de
parado:
-Mira, Manolo, tras leerme todos los anuncios de los
periódicos, relacionados con empleos; después de haberme
pateado la calle a la búsqueda de un anuncio reclamando
empleado; y dispuesto a regresar a casa con cierta serenidad
para no discutir con mi mujer, por nada y menos, me
encontraba con que ella casi siempre deslizaba alguna
pregunta que me sacaba de mis casillas. Y entonces,
ofuscadas mis entendederas, saltaba como un resorte y me
convertía en un energúmeno.
Cuando España está repleta de criaturas que viven semejante
trance. El mal trance de los parados. Con todo lo que ello
significa de desesperanza, me reitero en lo dicho al
principio: sobraba la fotografía de La Roja como imagen de
fondo en el Palacio de la Zarzuela. Sí, ya sé que el Rey es
muy dado al casticismo. Pero, en esta ocasión, no tocaba
hacer alardes de semejante actitud.
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