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OPINIÓN - JUEVES,23 DE DICIEMBRE DE 2010

 

OPINIÓN / EL OASIS

Vanidad y alcohol
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Me toca comer con dos universitarios que son capaces de decirme que a los temperamentos fuertes, la Universidad los ahoga, los corrompe. Que en la Universidad, el saber cuenta muy poco: puesto que lo principal es aprobar. Y lo primero que se me ocurre decirles es que tengo la impresión de que ellos han leído a Josep Pla, uno de los más grandes prosistas del siglo pasado.

Pero ellos me responden que no tienen ni idea de quién es el escritor del cual les hablo. Por lo que no tengo ningún inconveniente en decirles que se han perdido un disfrute de lectura que les iría que ni pintiparada para la formación de ambos. Y les aconsejo que procuren leer el ‘Cuaderno gris’ de este gran escritor, nacido en Palafruguell.

Así que continúo hablando al respecto: llevo varios días embebido de nuevo en la lectura de quien dice que descubrió el siguiente párrafo en una instantánea de Joseph Ferrer: “La embriaguez por alcohol hace volver espléndidos a los avaros; da ingenio a los ignorantes; convierte a los egoístas en generosos; hace dilapidadores a los cortos de mano; buenos a los malos”.

Los dos universitarios, ante la atenta mirada de otro comensal, se hacen cruces ante mi recital de memoria. Y, claro, aprovecho la ocasión para seguir deslumbrándoles con mi memoria.

Con el alcohol, el hombre más agarrado, el más pasmarote, el pedante integral, es capaz, a través del alcohol, de un gesto generoso y de un gesto que, en estado normal, es literalmente imposible atribuirle. Y es que el alcohol, en bastantes ocasiones, vuelve al hombre más bueno.

Los dos universitarios me miran con cierta extrañeza. Y uno de ellos, quizá el que parece acusar cierta timidez, me pregunta: “¿Es posible emplear otra fuerza capaz de producir los mismos efectos que el tal Ferrer atribuía a la intoxicación alcohólica?”.

Sí, claro que sí. Según Pla, quizá hay otra fuerza capaz de producir los mismos efectos que Ferrer atribuía a la intoxicación alcohólica: es el ejercicio de la vanidad personal. El hombre –o la mujer- que no puede satisfacer su misterioso deseo de vanidad, se vuelve triste, duro, malvado, resentido. Y esto en cualquier grado en que el ejercicio de la vanidad pueda producirse.

La vanidad, dice mi interlocutor, no está bien vista. Cierto, le respondo. Pero está comprobado que el hombre –o la mujer- que ve satisfecha su ansia de vanidad se esponja, se le licua el durísimo cristal de resentimiento potencial que llevamos dentro y es capaz de sentir ternura, justo la que permite el sentido del ridículo

Sigo sin entenderle... Te pondré un ejemplo también perteneciente a Pla: “Una sociedad de fanfarrones es plausiblemente concebible: una sociedad de humildes sería inhabitable y peligrosísima”.

Llegado ese momento, el universitario que no había dicho todavía ni mu toma la palabra para preguntarme si a mí me agrada la forma de actuar de José Mourinho. Y le digo que sí. Que me siento mucho más identificado con el portugués que con Guardiola. Porque estoy harto de soportar a los sepulcros blanqueados. Que los hipócritas a mi edad me causan trastornos digestivos. Que cada vez soporto menos a quienes no pierden comba para hacerse notar como ejemplos de bondad y de saber estar. Y remato la faena, cual madridista fetén que soy: Valdano y Butragueño son representantes del Madrid más rancio.
 

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