Como ayer adelantó en exclusiva el
director de este medio, Rabat acaba de encender la “Luz
Verde” para que los periodistas españoles vuelvan a entrar
libremente en Marruecos, aunque supongo que para visitar las
“Provincias del Sur” (Sáhara Occidental) será preceptivo un
permiso especial. Por lo demás, nada nuevo bajo el sol. La
noticia se venía rumoreando estos días, pero aun el lunes
mismo por la tarde la embajada de España en Rabat no tenía
todavía ninguna comunicación oficial al respecto. Algunos
pues, como el almendrado turrón del anuncio, podemos al fin
y después de un largo mes “volver a casa” en Navidad. Un
alivio, pues no oculto que por íntimos motivos familiares el
vecino Reino de Marruecos es como un segundo país para mí.
De ahí entiendo que nos viene a algunos el apasionamiento en
el análisis y los comentarios sobre las enredadas relaciones
hispano-marroquíes que, en buena lid, no dejan de ser en
cierto modo como un gigantesco lío de familia, algo muy
cercano.
Más de una vez he comentado que, en la fisionomía y el
carácter, los españoles en conjunto tenemos más cosas en
común con los marroquíes de a pie que con el europeo medio:
pónganle ustedes queridos lectores una chilaba a una buena
parte de los españoles y se encontrarán con un moro; mutatis
mutandis, vistan a otra considerable parte de los marroquíes
con un traje y se encontrarán a un español. Digo. Salvo
algunos sectores ligados al régimen o a gentuza relacionada
con la droga u otros tipos de delincuencia, puedo
asegurarles “desde dentro” que la inmensa mayoría de los
marroquíes no tiene nada absolutamente en contra de España o
los españoles, aunque les azucen a ello, bien al contrario.
Ahora, con el nivel de las aguas ya bajando, es hora quizás
por ambas partes de evaluar serenamente el profundo
desencuentro sufrido, con sentido autocrítico, asumiendo con
madurez cada uno su parte alicuota de responsabilidades.
Por cierto, los que estos días se han pasado más de un
pueblo fueron los colegas del semanario Le Journal de
Tánger, pues su edición especial de primeros de diciembre es
impresentable en la forma y en el fondo. Ni complots, ni
gaitas, ni leches. El delegado tangerino del ministerio de
Cultura, Rachid Amahjour, demuestra su empanada mental y
torpeza al escribir que “España no puede ser un buen
partenariado de Marruecos por su dogma” (¡tiene gracia la
cosa!), mientras que el indecente y cobarde artículo (sin
firma claro, escondido en el anonimato colectivo) sobre un
periodista de la profesionalidad y la talla de Ignacio
Cembrero, un fuerte y solidario abrazo estimado amigo, no
solo no es de recibo, en cualquier país libre sería de
juzgado de guardia. ¿Y son éstos elementos los que pretenden
dar “lecciones” al periodismo español....? ¡Carallo, qué
gandaya!
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