Tenía razón Gide -escritor francés
y Premio Nobel de Literatura en 1947-: Todo está ya dicho;
pero, como nadie escucha, es preciso repetirse cada equis
tiempo. Por lo que me veo obligado, aunque sin desagrado, a
repetir lo que tantas veces he puesto en negro sobre blanco:
mis relaciones con Juan Vivas nunca fueron buenas.
Jamás nos llevamos bien. Y a fe que lo intentamos. Aunque
nunca pudimos evitar desencuentros que terminaron como el
rosario de la aurora.
-Lo que dices, Manolo, te lo he oído ya innumerables
veces. Aunque no entiendo los motivos por los cuales te
sigue pareciendo Vivas el mejor político que hay en esta
ciudad –dice la persona con la que comparto mesa y mantel.
-La respuesta es fácil: los demás políticos están muy por
debajo de Vivas en todos los aspectos. Y, ante tamaña
evidencia, a mí no me queda más remedio que anteponer el
bien general al daño que me pudiera haber ocasionado mi
trato con el actual presidente cuando éste era un
funcionario poderoso.
-Tampoco entiendo, y espero que no te molestes, el que sigas
hablando de Gordillo. Cuando yo sé que éste te denunció por
haberle reprendido severamente, y ante testigos.
-Llevas razón. Un día, en la terraza de la ‘Tasca de Pedro’,
Gordillo, Francisco Antonio González, José Luis
Morales y Manolo González Bolorino llamaron mi
atención y me acerqué ellos. E hicieron mofa del editor de
un periódico añejo. A mí, en ese momento, me pareció de muy
mal gusto lo que estaban diciendo. Y me enfrenté a Pedro. El
cual me denunció. Llegó el día del acto de conciliación y me
mantuve en mis trece. Y, además de no haber juicio, jamás
volví a cruzar palabra con el entonces todopoderoso político
del PP. Cuando Gordillo cayó enfermo, me interesé por su
salud y tuve a bien decirle que se protegiera porque estaba
llamado a sufrir un varapalo del cual le iba a ser más
difícil recuperarse que de los males superados. Y no tuve el
menor inconveniente en escribir mi vaticinio.
-Lo que me estás diciendo es una verdad que conozco muy
bien. Y, por tanto, me extraña mucho que aún no hayas
contestado a esa carta que, días atrás, fue publicada en tu
periódico y en la cual te ponían como chupa de dómine por
decir que lo que le habían hecho a Gordillo era una
canallada.
-Mira, Fulano, en principio, te diré que yo no suelo
responderle a ninguna persona que me es desconocida. Si no
obra en mi poder el carné de identidad de ella. Y el autor
de la misiva de la que tú me hablas, parece ser que o bien
no cumplió con ese requisito o en mi periódico se han
olvidado de ponerlo a mi disposición. Pero hay más...
-¿Me lo puedes decir...?
-Faltaría más. Un bobo, por más que se esmere en escribir
una carta insidiosa, no puede agraviar a nadie. Y menos a
quien tiene una vida tan transparente como salpicada de
errores humanos. Y es que el bobo que firmó la carta, que lo
es de nacimiento, no puede agraviar a nadie. Y, por
semejante motivo, no debe ser afrentado.
-Bien. Pero yo sé que en cuanto el carné de identidad del
bobo esté en tu poder no dudarás en darle réplica merecida.
“A un bobo, querido, lo mejor es hacerle una higa”.
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