El escritor británico, Charles
Dickens, quedó prendado de los labios de Navidad, hasta el
punto que tejió las más brillante declaración de amor y el
más hondo compromiso de un enamorado: “Honraré la Navidad en
mi corazón y procuraré conservarla durante todo el año”. La
verdad que uno comienza a enamorarse cuando advierte a su
lado una sensación sublime. Navidad lo es. A poco que uno se
deje llevar por este sol naciente, se predispone a saborear
las esencias de los deseos. También Navidad es un deseo, que
nos fuerza a amar, lo que asimismo nos hará igualmente
sufrir. En cualquier caso, hay sufrimientos que son
caricias. Los propios labios de Navidad son ese mimo que
todo corazón busca, ese impulso a nacer con ese Niño Dios,
que se hace tan nuestro, tan próximo, que podemos tratarle
como un recién nacido. ¡Qué mejor consuelo para el rostro
sufriente del planeta que el alma de un niño!. Un niño que
reconoce a la madre tierra por la sonrisa. Un niño que
conserva el alma de poeta en un mundo cósmico. Un niño que,
con una pizca de ternura, le ganas el corazón. No olvidemos
que el cariño es para el niño como el sol para las plantas.
En los labios de Navidad, sin duda, nace la luz que mejor
nos alumbra. Calienta pero no quema. Consecuentemente,
ningún ser humano se le resiste. Junto al recién nacido nos
sorprende la memoria de saber que yo también existo y que
cohabito con el niño que nos pertenece de por vida. ¡Qué
ningún adulto mate a su niño, al niño que le sostiene! Junto
al recién nacido también nos asombran las gentes que se
donan. Humanizan lo de ser humano con el humano ser. Aunque
sea duro decirlo, pienso que quizás sean los únicos que
merezcan vivir. Junto al recién nacido más que comprender la
vida se desea vivirla. Dejémosla vivir a todos. Junto al
recién nacido la vida es tan dulce que abre las ganas de
comerse el mundo a versos. ¡Qué bien para el planeta que
todas las personas se volviesen poetas de alma!. Lo
auténtico siempre sale de adentro como las hondas palabras y
los hondos latidos. Los labios de Navidad se mueven a su son
y se conmueven con su ingenio. Yo también, junto al recién
nacido, aprendí que la vida es demasiado corta para
dilapidarla. No se puede abandonar el deber de saber vivir.
Cuánto más se vive, más naciente se vuelve la savia. Nada ni
nadie contradice al recién nacido. El amor, que todo lo
alcanza, también engrandece el silencio; un sigilo que nos
habla de paz, algo que precisamos como el pan de cada día,
para no desfallecer en el camino.
La paz en los labios de Navidad sabe a gloria. Ella siempre
cuida más el alma que el cuerpo. Desparrama miles de gestos,
tales como la comprensión. Algo tan preciso como necesario
para la convivencia. También vierte sonrisas, que es también
una forma de tender una mano, de llegar al corazón de las
gentes. Navidad sólo entiende de expresiones certeras. No en
vano, siempre está en paz con ella misma, desconfíen de la
que viene con luces guerreras, por consiguiente es la mejor
guía. Además, no fabrica armas, sólo sueños, y sueños de
corazón. ¿Sin ilusión el mundo que sería?. Propaga una
cultura de vida y una cultura de concordia. Bienvenido este
cultivo. El mundo tiene necesidad de dejarse querer por
estos genuinos labios pacificadores y pacifistas. Existe un
sentimiento que acompaña a la humanidad desde sus principios
y que está presente en todos los rincones del planeta, es el
sentido de fraternización navideño. Se acentúa por este
tiempo y celebramos que así sea.
Pensemos que el espíritu de fraternidad entre las naciones
es fundamental. Hoy más que nunca los problemas humanos nos
desbordan, con su complejidad e implicaciones, el espíritu
de unidad. Sabemos que sólo en un mundo de personas sinceras
es posible la unión, pero cada ciudadano somos un mundo y
complicamos esa alianza que todos requerimos. Considero,
pues, que descubriendo el naciente, o sea la Navidad,
podemos caer en la cuenta, que lo vergonzoso no es nacer
pobre, sino llegar a ser un pobre hombre por nuestras viles
acciones. Con solo leer los labios de Navidad debiéramos
cambiar de actitudes. Si el peligro mayor que corren las
personas creyentes es reducir la Navidad a una secuencia de
ritos y de fórmulas, repetidas hasta la saciedad, pero sin
reflejo alguno en sus vidas; para las personas no creyentes
cerrarse al asombro de la vida, no estremecerse por nada, es
tan torpe como mezquino, puesto que en el fondo son las
relaciones interpersonales las que dan conciencia de vida.
Machado dijo que “el hombre no es hombre mientras no oye su
nombre de labios de una mujer”. Tampoco el mundo no es mundo
mientras no vibren sus moradores ante lo que describen los
originales labios de Navidad. Cantan el don de la vida,
cuestión que afecta a todo ser humano, lo que ha de
estimularnos a abrir el baúl de los afectos. El sentimiento
me dice que la Navidad es el encuentro con un recién nacido
que llora en una gruta miserable, y, ¿cómo no pensar en
tantos niños a los que la agonía les puede?. El sentimiento
me indica que la Navidad es el reencuentro con las familias,
y, ¿cómo no pensar en tantas familias separadas? El
sentimiento me indica que la Navidad es el amor de amar
amor, y, ¿cómo no pensar en los que laboran el odio?. El
sentimiento me expresa que la Navidad es el cuadro más bello
jamás pintado, y, ¿cómo no pensar en aquellos a los que nada
les maravilla? No se confundan, pues, los labios de Navidad
no se compran ni se venden, son del alma; y, las cosas que
nacen interiormente, son para vivirlas, sentirlas y
pensarlas. Reducir Navidad a una mera ocasión comercial de
compras e intercambio de regalos, es una mayúscula
estupidez, tanto para piadosos como para incrédulos. La
necedad elevada a la enésima necedad.
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