De Clinton, 42º presidente de los
Estados Unidos, guardo yo un grato recuerdo. No porque su
gestión consiguió la nota más alta desde la Segunda Guerra
Mundial, que también por ello, sino porque el dirigente más
poderoso del mundo nos hizo ver que las personas amantes del
sexo rinden más en sus cometidos. Lo cual, aunque sea verdad
que no necesita demostración, es conveniente que de cuando
en cuando salgan a la luz hechos que así lo confirmen.
A mí me pareció extraordinario que Clinton, en un alarde de
generosidad, accediera a que Mónica Lewinski, de 22
años de edad, licenciada en sicología y becaria en la Casa
Blanca, cumpliera su mayor deseo: hacerle una felación a su
admirado Bill en el despacho Oval. Generosidad de Clinton y
valor desmedido de un presidente que era consciente de que
concederle aquel capricho a la becaria estaba preñado de
muchas y gravísimas consecuencias. Porque qué otro lugar
tenía el presidente de los Estados Unidos para estar con
Mónica y poder pasar inadvertido. Ninguno. Así que la
elección, lejos de cualquier valoración puritana, era la
mejor para que la chica viera su gran sueño cumplido.
Y de no haber sido por las grabaciones de una secretaria
comprada por los opositores, para acabar con el éxito
incuestionable de Clinton, no habría habido motivo de
escándalo ni a la becaria, tan sedienta de fama como
despechada, le hubiera supuesto convertirse, de la noche a
la mañana, en la mujer más famosa del universo. Y es que
nunca antes una mamada (perdón, sexo oral) había sido causa
de tanta trascendencia ni objeto de tanta deliberación por
parte de millones de personas escandalizadas y de otras que
defendían de manera jubilosa lo que Clinton terminó
reconociendo: “Hubo un comportamiento físico impropio”.
Al final, a Clinton se le perdonó, su primera y única
negación del hecho, que es lo que más se condena en Estados
Unidos, o sea, la mentira, pero mantuvo el poder y hasta fue
galardonado en el año 2000. Dos años después del asunto
Lewinski. Y aquí paz y después gloria. Lo que no sabemos es
si la señora Clinton le perdonó. Pero eso, con ser tan
principal, es ya harina de otro costal.
A Pedro J. Ramírez, tan de actualidad hasta hace
pocos días, le grabaron un vídeo con cámara oculta haciendo
lo que antes se llamaban aberraciones. Cierto que al
director de ‘El Mundo’ lo cazaron en el piso de una mujer
que estuvo de acuerdo en participar en la canallada.
Hombre, lo anormal, en el caso de Pedro J., hubiera sido
travestirse en su despacho del medio. Ya que el periodista,
por mucha fama que atesore, no creo que haya conseguido
todavía la de un presidente de los Estados Unidos como para
no poder perderse en cualquier calle sin llamar la atención.
En el edificio municipal, la tercera planta ha sido, desde
la llegada de la democracia en adelante, conocida como la de
los fantasmas. Porque en ella, a ciertas horas, sólo se oían
gemidos, susurros y sonrisitas nerviosas. Y pocos
desconocían que en ese piso quedaban citados políticos con
sus amigas. A veces, si les era posible, las citas eran en
la sede del partido. Nunca ocurrió nada.
Pedro Gordillo, sin embargo, ha carecido de suerte.
“La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero”.
Así que a otra cosa, mariposa.
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