Hemos pasado el ecuador de
diciembre y estamos tratando de encajar lo mejor posible los
malos augurios con los cuales nos mortifican diariamente los
que dicen saber que la economía está herida de muerte. Lo
cual no es óbice para que la gente se reúna a fin de
celebrar la clásica comida de las empresas. En una de ellas
estoy cuando alguien pregunta si es verdad que España está
abismada a un fracaso que será castigado severamente por la
Unión Europea.
Un economista, que se halla sentado a la mesa, no duda en
ponerse a dar lecciones de su especialidad y los demás le
escuchamos atentamente. El hombre no tiene reparos en
adelantarnos que España no es fiable en ningún sitio porque
está dando pruebas suficientes de que no puede atender a sus
deudas.
Cuando se le inquiere acerca de si hay soluciones que puedan
cambiar el curso de los efectos negativos que están
proclamando los medios a troche y moche, el economista, muy
metido en su papel de especialista de la cosa, responde que
la situación es desesperada. Y que a partir de ahora todo
puede ir de mal en peor.
Estamos a los postres y el economista todavía sigue dando la
impresión de disfrutar de lo lindo al ver que sus opiniones
nos están acoquinando. De hecho, nada más iniciarse la
conversación sobre el momento tan difícil que vive la
economía española, todos los comensales dejamos de hablar
hasta de lo que más se habla en España actualmente: que la
novia de Iker Casillas, tan afamada ella por un beso
mundialista, ha conseguido enemistar a su novio con
Cristiano Ronaldo.
Cuando más crecido estaba el economista disertando acerca de
los motivos por los que España puede darse de cara con la
bancarrota, uno de los comensales, harto ya de escucharle
profetizar mal tan descorazonador, va y le dice que “los
economistas están para prever que estos malos momentos
llegan y poner los remedios para que no lleguen, así es que
si llegan ellos son unos mastuerzos y unos ganapanes, unos
pinchaúvas y unos impresentables”.
Y, claro, ante la sarta de insultos, el economista se pone
farruco y nos obliga a los allí presentes a intervenir.
Antes de que se metan mano. Y, créanme, que nos costó
nuestro trabajo conseguir que la sangre no llegara al río.
Pues ambos, economista y provocador, se pasan las horas en
el gimnasio y además son judokas. Así que no hace falta
decirles que pasamos nuestra miajita de jindama.
Eso sí, en cuanto logramos que reinara la calma, nuestra
conversación dio un giro radical. Que a todos nos vinos la
mar de bien. Recuperado el sosiego, Juan Vivas fue el
personaje central de nuestra charla. Y casi todos los
comensales se deshicieron en elogios hacia él. Y no tuvieron
el menor inconveniente en estar de acuerdo con su manera de
dirigir los destinos de la ciudad.
Una ciudad que lleva ya diez años sin que en los plenos haya
trifulcas, pendencias, grescas, alborotos, soponcios,
lipotimias e intervenciones de la Policía Local. Lo cual es
el resultado de gobernar con habilidad, paciencia,
inteligencia y otras cualidades adecuadas a un gobernante
sin rivales que le inquieten. Aunque convendría recordarle a
Vivas que lo ideal sería que siguiera gobernando, como si en
vez de mayoría absoluta la tuviera relativa; quiero decir,
con más cacumen, más seriedad y más sabiduría política. Ya
que él puede.
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