Todo el mundo parece jugar a la
defensiva, cuando lo que tenemos que buscar es el encuentro,
jamás el desencuentro, ver lo que nos une, afianzar los
puntos coincidentes, reforzar la sensibilidad de cercanía,
porque el ser humano en la medida que se comporta como ser
humano, en lugar de vencer, convence, que es mucho más
interesante, porque es humanizador. No es de personas
civilizadas que se sigan enfrentando mundos en un único
mundo. El mundo de la racionalidad secular y el mundo de las
creencias religiosas deberían entrar en diálogo. El mundo de
los poderosos y el mundo de los socialmente desheredados,
necesitan el uno del otro, y debieran dejarse guiar por un
sentimiento humanitario. El mundo de los que arremete y el
mundo de los que entromete, tendrían que despojarse de sus
propios intereses y dejarse arropar por el bien común. Si se
pusiera como primer valor la convivencia, en lugar de la
conveniencia, estoy seguro que esos mundos contrarios ya no
existirían.
Es cierto que transformar modos y maneras de pensar, como
puede ser el cambio de mentalidad hacia una visión de vida
más compartida, puede ser un arduo reto, pero no imposible.
En cualquier caso, lo que menos falta hacen son los
ideólogos para este cambio. La cuestión de conocernos es
algo innato, requiere de la libertad de cada individuo. Ya
en su tiempo, el célebre Tales de Mileto, advirtió de la
dificultad: “la cosa más difícil es conocernos a nosotros
mismos; la más fácil es hablar mal de los demás”. Han pasado
los siglos, las generaciones de esos siglos, y aún hallo
tanto desacuerdo entre yo y yo mismo, como entre yo y los
demás, como entre los demás y los diversos mundos. Cada día
resulta más embarazoso comprender a los moradores de esta
vida. Somos de una torpeza enorme. ¿Para qué saber tantas
cosas, si la principal, la humanizadora, es nuestra mayor
ignorancia? A los hechos me remito. En cada niño -dijo
Jacinto Benavente- nace la humanidad y le lanzamos piedras.
En cada persona -dice servidor- nace un poema y destruimos
el cuerpo de su alma. Todo el bienestar que el ser humano
puede alcanzar, está, no en el consumo, ni en el placer de
ser más, sino en el gozo del acuerdo, de la armonía, de la
concordia, de la conciliación, del pacto, de la amistad.
Ahora bien, para buscar el encuentro, más que las grandes
cosas hay que hacer crecer las pequeñas cosas. Hoy es tan
urgente la armonía con la madre tierra como con el ser
humano. Sobre el planeta hay multitud de especies vivas,
pero sólo las personas tenemos la conciencia necesaria y el
talento preciso para promover un mapa armónico de vida. Ha
fracasado la tolerancia y nos hemos perdido el respeto.
Hemos fallado en el compromiso. La superioridad de razas y
culturas nos gobiernan a su antojo, generan tensión, porque
su mismo abecedario existencial es de confrontación
permanente. Por ello, son tan importantes los defensores de
los derechos humanos. Son los magnos conciliadores. Se
afanan en conciliar la justicia y la libertad, el amor y la
paz, el valor de la vida y la valía del ciudadano como tal.
Saben que donde habita el diálogo cohabita la victoria del
ser humano. Por el contrario, también conocen que allá donde
los gobiernos son corruptos, en lugar de la mano se levantan
los puños. Sus hazañas deberían hacernos reflexionar a
todos, siempre se ha dicho que la meditación desenreda todos
los nudos.
A la Santa Sede le preocupa el nuevo fenómeno de la
intolerancia y discriminación de los cristianos en Europa,
escribe un portavoz vaticano. A Naciones Unidas le inquieta
la marginación de comunidades enteras debido al color de su
piel. A la Organización Mundial de la Salud le alarma que
los ricos reciban toda la atención de salud que necesitan,
mientras que los pobres tienen que arreglárselas por su
cuenta. A la Organización Internacional del Trabajo le
intranquiliza que el trabajo decente sea un sueño para unos
pocos. A la Organización de las Naciones Unidas para la
Educación, la Ciencia y la Cultura, le agita construir la
paz en la mente de los hombres y las mujeres. Al Banco
Mundial le impacienta que no se trabaje por un mundo sin
pobreza... Todas estas Instituciones, y tantas otras, no
cesan en llamarnos la atención. ¿Por qué no se les escucha?
¿Dónde está el encuentro de sensibilidades humanas? Desde
luego, no son palabras necias para que hagamos oídos sordos.
El encuentro humano se produce en la medida que nos mueva y
nos conmueva una causa común, el bien de todos, sin
exclusiones. Es una urgencia proponérnoslo como deber. Hay
que buscar y rebuscar un lenguaje común. Merece la pena
propiciarlo. Por desgracia, el mundo cada día está más
desquiciado, en parte por este desencuentro humano. El
triste espectáculo de la violencia y de la guerra no ha
cesado. El abecedario de las armas llena a diario páginas y
páginas de dolor en el mundo.
No perdamos la esperanza. Si al final la humanidad fuese
capaz de superar las divisiones, los lances de interés, los
radicales contrastes, sería el primer gran laurel de la
especie. La fuerza de un transparente diálogo es la única
forma de buscar soluciones pacíficas a los problemas que
injertan los conflictos. Nadie puede ser adversario de
nadie. Lección primera. Esto exige apertura y acogida, es
decir, que cada ser humano exponga su punto de vista, pero
escuche también la exposición de otro ser humano. Los falsos
diálogos, que tienen lugar en algunas cumbres o conferencias
internacionales, son más de lo mismo, reuniones convenidas,
que a nadie suelen convencer. En ocasiones, activan aún más
el encontronazo, por el deseo de poder de sus dirigentes,
que en vez de proponer y aguzar el oído, imponen sus
criterios jactanciosamente. El desencuentro aún es mayor
cuando se utiliza deliberadamente la falsedad en
determinados foros, utilizando todo tipo de tácticas, que
además de impedir el diálogo, hace perder los estribos a
cualquiera.
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