Nos vamos al castellano antiguo,
al román paladino al que se refería Gonzalo de Berceo “en el
cual suele el pueblo fablar a su vecino” para dar u consejo
al sindicalista Aróstegui, menos beligerante ante el Juzgado
de Instrucción nº 6 de Ceuta que en sus comparecencias
públicas. El consejo es mantener la coherencia, “mantenella
y no enmendalla”, si se critica a un adversario político,
cayendo o rozando peligrosamente la difamación y la
calumnia, como es el caso de sus declaraciones con respecto
al jefe del Gabinete de Presidencia, Francisco Sánchez París
a quien acusó de hechos claramente delictivos, entonces,
ante el Juez hay que crecerse.
Si se tienen pruebas claras y contundentes de las
acusaciones.
Lo “otro” no sirve en política. Es bananero, es tendencioso
y es bajuno. La Jurisprudencia ha avanzado a pasos
agigantados en ese terreno y no estamos en el territorio de
los Chavez y compañía, donde se lanzan fulminaciones sin
coste legal alguno. Estamos en Europa. Y en la garantista
España. Y todos los políticos vienen desde la Transición
ateniéndose a unas mínimas reglas de estilo y a una
elemental prudencia a la hora de acusar y señalar con el
dedo.
Efectivamente que se puede y se debe señalar en caso de
trajines por parte de trajinosos. Y de manhguncias en caso
de mangurrinos. Pero primero se investiga, se indaga, se
buscan las pruebas, se obtienen las pruebas y se contrastan
para que sean irrefutables y luego, con “los papeles” en el
bolsillo, se lanza la denuncia o fulminación y el político,
inexorablemente, vocifera ante los medios de comunicación
blandiendo el expediente X: “¡Y eso lo tengo aquí probado! Y
reparte fotocopias entre la concurrencia.
Leo que Aróstegui, la parte comunista de Caballas, inciso,
¿Cómo puede apropiarse una formación política de la
denominación de un pueblo? ¿No tiene la Ciudad Autónoma el
copyright de su patronímico? Temas de propiedad intelectual
aparte, el político criticó la contratación de muebles para
el Conservatorio yendo más allá al acusar a la contrata de
estar relacionada con el agraviado, Francisco Sánchez París.
Ya saben, tema de corrupción política de pasillo y de
chanchulleo entre amiguetes. Denunciable y criticable
públicamente si se tienen pruebas indiscutibles.
Pero difamatorio y calumnioso si se vierten meras
“sospechas”o si la base de la acusación se fundamenta en
simple chismorreos del “me han dicho, se comenta, se
rumorea”. Aróstegui declaró en su comparecencia que “sus
palabras estaban descontextualizadas” ¿?. Si se dice que un
político tiene relaciones con una contrata, los que
presupone la existencia de intereses bastardos, no hay forma
de “descontextualizar”. Se dice o no se dice, se lanza el
muérdago o no se lanza, se tiene probado o no se tiene
probado, se tiene la prueba en la mano o no se tiene la
prueba en la mano. Pero no caben excusas exculpatorias.
Y encima la situación del político de Caballas se agrava a
mi entender al matizar “que en sus palabras no hay nada en
el ámbito de lo personal y sí manifestó que sus
declaraciones se hicieron en un marco político”.
Pues peor me lo pones. Porque una crítica o una expresión o
aseveración difamatoria en lo personal, en lo privado, tiene
escasa trascendencia. Su trascendencia e importancia llegan
cuando la declaración es publicitada, precisamente en el
“marco político” que es donde adquiere su importancia y se
transforma en lesiva para la persona agraviada. Un critiqueo
de cafetería ante un par de amigachos presenta escasa
importancia. Una declaración maledicente o calumniosa ante
medios de comunicación, cuestionando la honradez y la
integridad de una persona es un hecho grave. Y con
trascendencia legal.
Los españoles viejos, nuestros ancestros, de cuya teta
histórica mamamos colectivamente, asumían con dignidad sus
errores con ese valiente “Mantenella y no enmendalla”. Se ha
hecho, se da la cara y se tira para adelante. Si se es
hombre para hacerlo se es hombre para encajar las
consecuencias.
Si se acusa que se pruebe.
Si no hay pruebas no se puede acusar, por prudencia.
Y si se acusa sin pruebas ya se sabe cuales son las
consecuencias.
Entonces llegan las consecuencias y en “mantenella y no
enmendalla” si se está seguro de que se ha obrado
correctamente y atenerse a las consecuencias penales.O, si
se ha ido de lengüetón, bajar la testuz, pedir perdón
públicamente y pagar la indemnización al agraviado.
Esas son las reglas del juego. Así lo manda el juego limpio
político y democrático.
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