Uno hizo sus pinitos en una
televisión local, cuando todavía nadie había pensado en
darle vida a la oficial; es decir, a la que muchos años
después sería considerada ‘La pública’. En aquella
televisión local, quien partía el bacalao era Manolo
González Bolorino. Pionero de la cosa. El cual era capaz
de montar un estudio tanto en una buhardilla como en un piso
que antes había estado dedicado al almacenamiento de
aparatos y cacharros vendibles en bazares.
En ambos sitios estuve yo poco tiempo pero sí el suficiente
para vivir aventuras que, bien contadas, harían las delicias
de los oyentes. Peripecias que incluso podrían ser tenidas
por exageradas y hasta tachadas de inciertas.
Aquella manera de hacer televisión, tan escasa de medios
como de conocimientos, por parte de cuantos en ella
estábamos, tenía todos los ingredientes para que tanto
Berlanga como Bardem, contando con Rafael
Azcona, cual guionista, hubieran podido hacer otra de
sus obras maestras del cine español.
Pronto entendí que la gente era capaz de todo por salir en
la televisión. Puesto que sabía sobradamente que lo más
importante era salir, aparecer, estar, se dijera lo que se
dijera y aunque se dijera muy mal. Pues debo reconocer, en
honor a la verdad, que pocas personas eran capaces de hablar
cinco minutos con el suficiente interés para que pudieran
ser soportadas.
Aunque tampoco era menos cierto que ponerse ante las cámaras
fascinaba a casi todo el mundo. Menuda gozada era salir a la
calle y encontrarte con que dos de cada tres ciudadanos te
dijeran que te habían visto en la televisión. De manera que
la vanidad estaba asegurada durante mucho tiempo.
A mí, pasado ese tiempo en la televisión de González
Bolorino, y tras hacer un programa cuando se veía claramente
que el GIL arrasaría en las urnas, me dio por no aceptar
ninguna invitación más para poder tener mis cinco minutos de
gloria en la pantalla. Miento: fui a un programa televisado
y se armó la marimorena.
Desde entonces acá, que ya han pasado años, he visto
desfilar por Radio Televisión Ceuta a muchos enchufados y
algún que otro profesional que, sin dar la talla, se
mantiene en el medio como si fuera una lumbrera. Aunque
sería injusto no reconocer que los hay, pocos, por supuesto,
que defienden perfectamente su puesto de trabajo.
De un tiempo a esta parte, desde que González Bolorino dejó
de ocupar el cargo omnímodo que ocupaba en la televisión
pública, vengo observando que ésta no deja de ser atacada
por quienes antes, además de hacer uso y abuso de ella, se
abstenían de criticarla. Quiero decir que se guardaban muy
bien de ponerle el menor pero a la programación ni a las
proclamas ordenadas por el gerente de la cosa.
Durante esos años, Aróstegui nunca dijo que la
televisión era NODO puro. Ni que la voz de Andrés Sánchez
era la más parecida a la de David Cubedo. Con
Andrés llevo veinte años sin cruzar palabra alguna. Pero no
creo que sea merecedor de semejante trato. Ni tampoco
Higinio Molina. Por más que éste siga anclado en la
Transitoria Quinta. Las denuncias de Aróstegui no me
sorprenden. Pero sí las de los socialistas contra RTVCE. En
fin, que los que se meten con RTVCE -y otros medios- se
están retratando como defensores acérrimos del periódico
añejo. ¿Por qué será?
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