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OPINIÓN - DOMINGO, 12 DE DICIEMBRE DE 2010

 

OPINIÓN / EL OASIS

Manolo Ruiz-Sosa
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Hoy se cumple un año de su muerte, y he decidido repetir la columna que escribí entonces.

Nos caímos bien desde que un día nos presentaron en Piscinas Sevilla. Hizo de maestro de ceremonias Ángel Alfaro Torres, más conocido por “Pepe Alfaro” –también fallecido hace dos años-, que acababa de incorporarse al Sevilla como técnico. Y a quien yo conocía debido a mi deambular por los banquillos de campos andaluces.

Recuerdo que se quedó a observar cómo entrenaba yo a la plantilla del Écija, en uno de los campos del ya citado recinto, porque habíamos acordado tomar luego un piscolabis como excusa para seguir charlando de fútbol. Cosa rara en él, pues tenía entendido que Manolo Ruiz-Sosa siempre se había mostrado reacio a hablar de los entresijos del fútbol con cualquiera... Pero Alfaro, que siempre me distinguió con su amistad, me puso al tanto de que Manolito estaba interesado en saber si yo chamullaba de la cosa.

Por lo que nada más terminar la sesión de entrenamiento, acudí presto a reunirme con ellos y estuvimos un par de horas conversando de nuestra pasión: el fútbol. Eso sí, bien pronto expuse en la reunión los grandes recuerdos que de él tenía yo como futbolista. Y saqué a relucir aquella final de la Copa del Generalísimo del Sevilla frente al Madrid, en el Bernabéu. Donde distracciones de Mut y Maraver dieron a Puskas la oportunidad de empatar el partido y luego llegó la derrota del equipo hispalense que había acorralado a los madridistas, gracias a la enorme labor de Ruiz-Sosa-Achucarro.

Le conté también el día que tuve la suerte de verle jugar con el Coria en el viejo campo de Dato, en El Puerto de Santa María, en 1955. Y me rebatió lo dicho con esa manera suya tan peculiar que tenía Ruiz-Sosa de estar en desacuerdo con algo. Pero yo insistí, aportando la prueba siguiente: fuiste además agredido por un jugador veterano, llamado Maiño y que era de Cádiz. Y saltó como impulsado por un resorte: “¡Ah, Maiño fue siempre un gran amigo mío!”.

Le dije que no pensara que trataba de regalarle el oído si le decía que nunca antes que a él había yo visto jugar tan excelentemente en el medio campo. Porque él, el Ruiz-Sosa de sus mejores años, tenía todas las cualidades para brillar en la zona vital del terreno de juego. No se arrugaba nunca; marcaba impecablemente; era resistente hasta agotar a los que le veíamos correr; lucía una técnica estupenda y hasta se gustaba en cada lance del juego. Verle manejar el partido era una gozada; incluso cuando sacaba de banda daba muestras palpables de los conocimientos que tenía del juego y que luego pondría en práctica como entrenador.

Una etapa en la cual le tuve enfrente muchas veces. Ora cuando entrenaba al Alcoyano; ora al Jaén; ya en el Granada; ya en el Algeciras; o bien en Linares o en el Córdoba. Y en todos esos encuentros, durante varias temporadas, antes de competir, pasábamos un rato dialogando en el hotel.

Jamás he olvidado lo que me decía Ruiz-Sosa no pocas veces: “Si yo me supiera expresar como tú, habría entrenado toda mi vida en Primera División”. Mi respuesta era siempre la misma: Mira, Manolo, si yo hubiera jugado tan bien como tú y en clubs tan grandes, llevaría ya muchos años entrenando a los mejores equipos.
 

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