Cualquiera que haya leído algo
sobre la formación de ciudades sabe sobradamente que “El
hombre se potencia, encuentra seguridad y se arropa
espiritual y materialmente viviendo en grupos de pertenencia
claros y próximos. Pero, pretendiendo defender las
características sociales, étnicas, culturales y económicas
logradas, aparecen al propio tiempo una manifiesta
desconfianza y hostilidad hacia otros grupos organizados
sobre bases diferentes. Por un lado, el sentido
irrenunciable de pertenencia a un grupo con el cual se
identifica –identidad que se traduce espacialmente en
apretadas ciudades-; por el otro, la defensa de ese grupo
frente a la supuesta o real amenaza de grupos diferentes”.
Ceuta es una ciudad pequeña donde se produce el milagro
diario de una convivencia entre miembros pertenecientes a
etnias distintas. Donde los vecinos están obligados a verse
las caras unos a otros. A entenderse, mediante razones, a
fin de que la convivencia sea la mejor posible. En suma: la
convivencia, nunca tarea fácil en ninguna ciudad, aquí exige
esfuerzos muy considerables para que la desconfianza no
genere problemas graves.
A Ceuta -ciudad alabada, por propios y extraños, mediante
discursos convenientes en fechas destacadas, por ser modelo
de buena vecindad entre personas de culturas y religiones
distintas- el verbo conllevar le viene que ni pintiparado.
Verbo, que en su segunda acepción reza así: “Llevar con
paciencia, o tratando de atenuarlos, los inconvenientes de
algo o alguien”.
Estamos hartos de comprobar que en cualquier ciudad de la
Península hay miembros de etnias que, por cualquier
contratiempo, son causas de escándalos sonados. Y, sobre
todo, los enfrentamientos suelen ser más frecuentes en
poblaciones pequeñas.
Pues bien, en Ceuta, raras veces se producen reyertas entre
musulmanes, cristianos, hindúes o personas de confesión
hebrea. Lo cual debería ser motivo de congratulaciones por
un hecho de tal importancia y al que los ceutíes se han
acostumbrado como si fuera la cosa más natural del mundo. Y
la verdad es que no lo es. Y para demostrarlo sólo tendría
que poner dos o tres ejemplos de situaciones enquistadas,
ocurridas en otros sitios, y que acabaron en desencuentros
fatales en todos los sentidos.
Sin embargo, por más que esté demostrado que en esta ciudad
la gente ha aprendido a convivir, lo cual no deja de ser una
de las cosas más difíciles de este mundo, y mucho más entre
diferentes, hay un problema que siempre termina causando un
tremendo malestar entre los españoles no musulmanes (me
consta que también hay muchos musulmanes que están hasta el
gorro de las continúas reivindicaciones del Gobierno de
Marruecos sobre Ceuta).
Las reclamaciones de los gobernantes de Marruecos
-constantes y absurdas-, aunque no lo parezcan, hacen un
daño enorme: porque posibilita que muchos ceutíes no
musulmanes muestren desconfianza hacia los que lo son. Mala
cosa. Y por serla, a veces pienso en que quizá desde
Marruecos airean lo de los presidios para meter cizaña. Para
suscitar odios. Divide y vencerás... Aunque los hay
convencidos de que todo se debe a una mala política exterior
de ambos bandos. Sea lo que fuere, incluido lo del Sahara,
ya va siendo hora de que alguien diga: Se acabó la mentira.
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