Llevo varios días sin salir de mi
casa. Días que he dedicado a la lectura. Con la voluntad de
quien en sus años mozos fue capaz de leer a los maestros
rusos. Es lo que trato de explicarle al compañero de mesa
con quien he compartido, hoy martes, dos horas de
conversación.
Mi compañero de mesa es despierto, astuto, sagaz, y además
sabe nadar y guardar la ropa. Pero llega un momento en el
cual, ante la insistencia de mis preguntas, se abre y me
dice que en el Centro de Estudios Ceutíes se encuentran los
más furibundos enemigos del presidente de la Ciudad.
Cuando trato de sonsacarle al respecto de su denuncia, se
encoge. Y yo me doy cuenta de que se ha arrugado de tal
forma que me veré obligado a darle coba si quiero enterarme
de lo que se trama en sitio donde la Ciudad se deja sus
buenos dineros.
Durante unos minutos mi compañero de mesa parece dispuesto a
no decir ni pío. Y, mientras le da sorbos nerviosos a una
copa de pacharán, yo le recuerdo que José Antonio Alarcón
es miembro importante del Instituto de Estudios Ceutíes o
Centro de la misma cosa.
Mi compañero de mesa ve el cielo abierto cuando le miento a
José Antonio Alarcón Caballero. Quien fue, durante muchos
años, secretario general del Partido Socialista del Pueblo
de Ceuta. A partir de ahí, es decir, en cuanto oye el nombre
de Alarcón, mi compañero de mesa se crece y ya no para de
ponerme al tanto de cuestiones relacionadas con un individuo
que pasó de ser la mano derecha de Aróstegui a
someterse a la voluntad de José María Campos. Un
cambio tan radical como para hacer posible que algunos
piensen que en esas relaciones hay gato encerrado.
Las relaciones entre Alarcón y Campos, sin embargo, son
claras para mí. Son unas relaciones interesadas. Con miras
hacia un futuro donde sea posible desbancar a Juan Vivas
de ese poder absoluto del cual disfruta en todos los
aspectos.
José María Campos sigue convencido de que es un intelectual
de mucho peso en Ceuta. Y que, como pensador destacado, él
está más que capacitado para elegir a quien debe gobernar en
esta ciudad. Cierto es que el hombre erró de manera grave
cuando decidió, hace unos años, que el dueño de un medio
añejo era la persona idónea para convertirse en el
monterilla de esta tierra. Pero hay personas que por más que
yerran no cejan en su intento de apostar nuevamente a favor
de cualquier individuo de su cuerda.
José Antonio Alarcón, durante su juventud, presumió de ser
un fiel seguidor del Che Guevara. Tal y como su
admirado secretario general de Comisiones Obreras. Y fue
cumpliendo años sometido a la dictadura de quien, en sus
ratos de ocio, lo tomaba a cachondeo.
Un día, José Antonio Alarcón, debido a que se sentía
menospreciado por el secretario general de CCOO, tuvo la
buena idea de desligarse de éste. Una decisión que yo,
dentro de mis cortas entendederas, celebré. Sin saber que
nuestro hombre iba a meterse en otro mundo en el cual
suspira por ejercer de hombre de paja a favor de una
burguesía ceutí, que sigue aprovechándose de Vivas aunque no
cesa de atentar contra él.
En rigor, lo que quiero decir es que José María Campos, que
sigue convencido de que es un intelectual de alto copete,
juega sus bazas por creer que tiene más influencia que nadie
en esta ciudad.
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