La señora Ministra de Sanidad y
otras competencias, al informar sobre “el cambio en el
Código Civil para que un juez cuando reciba la petición de
custodia individual en un proceso penal por maltrato, no se
dé hasta que ese proceso acabe”. No parece muy ético que se
dé la custodia individual a una persona (“conyugue”) que
está siendo procesada, cometió ese lamentable desliz, cuando
lo correcto es cónyuge.
Sorprende este tipo de confusiones cuando se supone que lo
expuesto verbalmente estaba escrito en un documento, por lo
que se cometió una grave falta de ortografía. Se entiende
–yo lo entiendo así- que el tal documento posiblemente fuese
redactado por su equipo de asesores, y si no ocurrió así, la
responsable es la Sra. Ministra.
No es el primer miembro de un Gobierno que “ataca” con
deficiencia la citada palabra. El Sr. Ministro de Trabajo,
saliente, también fue “víctima del mismo desliz”. Quizás a
este Ministro no se le acuse de que estudiara en LOGSE; a la
Sra. Ministra, sí. Alguien manifestó que no era otra la
causa de ser víctima, una más, de la cita Ley.
En el caso de la Sra. Ministra, al parecer licenciada en
Sociología (no sé si terminada), universitaria, pues, se
supone que el desliz toma carácter de impresentable, ya que
tratándose de la máxima autoridad en Sanidad, las
repercusiones que han tenido en los medios informativos han
sido enormes, donde se ha llegado a caricaturizarla.
D. Fernando Lázaro Carreter, en sus “Dardos en la palabra I”
nos relata, en torno al vocablo, lo siguiente: “Formando
parte de un grupo de invitados para asistir a la
inauguración de la Expo 92 de Sevilla, en el AVE, por la
megafonía se nos daba instrucciones para ocupar los
autobuses que nos trasladarían al lugar. Uno de ellos estaba
reservado para los que íbamos acompañados de nuestras
respectivas esposas o parejas. La azafata de turno, lo
indicó así: ‘Los “cónyugues” a los autobuses azules’. Todos
quedamos callados, sobrecogidos. Se habían tomado medidas
para que el acto saliera perfecto, menos el dejar en manos
de una persona no escolarizada el micrófono, no resistente a
la consonante uvular cuando hace falta, como en el caso de
cónyuges”.
No somos ajenos a los problemas que todos tenemos con la
ortografía. El Nóbel de la Literatura Gabriel García Márquez
comentó en una ocasión “Jubilemos la Ortografía, terror del
ser humano desde la cuna”. Y, a buen seguro, era problema
incendiario y la suscribirían gozosamente los millones de
hispanohablantes que a diario le damos “patadas” a la lengua
escrita y, consecuentemente, a la lengua hablada.
No hay muchas estadísticas, pero, según un estudio del INCE
(Instituto Nacional de Calidad y Evaluación) en 2001, sólo
el 11% de los alumnos del último curso de la ESO, no
cometían ninguna falta de ortografía en las letras; sólo el
6% no las cometía en las tildes y únicamente el 1% escribía
correctamente a los signos de puntuación.
Es obligada la pregunta, después de transcurridos nueve
años, ¿hemos mejorado ortográficamente? Yo creo que no. Todo
hace suponer que hemos empeorado.
Hay quienes piensan que este español, fuente de riqueza y de
orgullo de los hispanohablantes, vive un momento de
galopante empobrecimiento, debido, sobre todo, al lenguaje
propiciado por las nuevas tecnologías y adoptado con
entusiasmo por los jóvenes.
La Real Academia Española, que no acepta, de momento, el
estilo SMS, no se aventura a lanzar predicciones sobre el
itinerario que seguirá nuestra lengua; bastante tiene con
ultimar los detalles del regalo que nos ofrecerá en breve:
una nueva edición de la Ortografía Española, que para muchos
puede ser un “obsequio envenenado” de las 800 páginas con
que contará y de las muchas variantes que introduce. La
versión más breve o “Cartilla esencial” como la denomina los
académicos, se hará esperar unos meses por lo que serán
muchos hispanohablantes que desean con ansiedad su
aparición. No será en estas Navidades.
Las veintidós Academias de la Lengua Española aprobaron el
pasado 28 de Noviembre la nueva y polémica edición de la
Ortografía. Será mucho más amplia y razonada que la edición
de 1999, no se han tocado las reglas ortográficas de
siempre, muy asentadas entre los hispanohablantes, pero si
se ha introducido novedades que, aunque pequeñas, han
levantado revuelo entre la gente de a pie e incluso entre
los escritores y algunos académicos. Polémico resulta, por
ejemplo, que en el texto básico se proponga denominar “ye” a
la “i griega”.
Y si se ha conseguido que así sea, nuestro admirado
académico D. Francisco Rodríguez Adrados lo pasará muy mal.
De entrada, en un reciente artículo llama a la “y” “esa
desgraciada letra griega, que se llamaría “ye”. “A mí,
comenta el Sr. R. Adrados –la verdad me parece risible; me
suena a los “ye-yés” y las “ye-yés” de otro tiempo. Dicen
que de “ye” salió la palabra “yeismo”, se refiere a una mala
pronunciación de “ll”. Pero más bien al revés del “yeísmo”
(imitado de “leismo”) salió “ye”. Es una especie de invento
del tebeo, completamente innecesario. Pienso que seguirá
siendo “i griega”.
El término “solo” no llevará tilde, a diferencia del uso
actual que lo acentúa cuando es un adverbio (equivale a
únicamente y no cuando es adjetivo, significa estar sin
compañía… En resumen hay que acentuar “solo”, cuando
equivale a solamente. Un ejemplo aclara la situación: “No es
lo mismo ‘habló solo dos horas’ que ‘habló sólo dos horas’.
La tilde facilita la lectura y la comprensión.
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