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OPINIÓN - Domingo, 5 DE DICIEMBRE DE 2010

 

OPINIÓN / EL MAESTRO

“Conyuge” y la nueva ortografía
 


Andrés Gómez Fernández
andresgomez@elpueblodeceuta.com

 

La señora Ministra de Sanidad y otras competencias, al informar sobre “el cambio en el Código Civil para que un juez cuando reciba la petición de custodia individual en un proceso penal por maltrato, no se dé hasta que ese proceso acabe”. No parece muy ético que se dé la custodia individual a una persona (“conyugue”) que está siendo procesada, cometió ese lamentable desliz, cuando lo correcto es cónyuge.

Sorprende este tipo de confusiones cuando se supone que lo expuesto verbalmente estaba escrito en un documento, por lo que se cometió una grave falta de ortografía. Se entiende –yo lo entiendo así- que el tal documento posiblemente fuese redactado por su equipo de asesores, y si no ocurrió así, la responsable es la Sra. Ministra.

No es el primer miembro de un Gobierno que “ataca” con deficiencia la citada palabra. El Sr. Ministro de Trabajo, saliente, también fue “víctima del mismo desliz”. Quizás a este Ministro no se le acuse de que estudiara en LOGSE; a la Sra. Ministra, sí. Alguien manifestó que no era otra la causa de ser víctima, una más, de la cita Ley.

En el caso de la Sra. Ministra, al parecer licenciada en Sociología (no sé si terminada), universitaria, pues, se supone que el desliz toma carácter de impresentable, ya que tratándose de la máxima autoridad en Sanidad, las repercusiones que han tenido en los medios informativos han sido enormes, donde se ha llegado a caricaturizarla.

D. Fernando Lázaro Carreter, en sus “Dardos en la palabra I” nos relata, en torno al vocablo, lo siguiente: “Formando parte de un grupo de invitados para asistir a la inauguración de la Expo 92 de Sevilla, en el AVE, por la megafonía se nos daba instrucciones para ocupar los autobuses que nos trasladarían al lugar. Uno de ellos estaba reservado para los que íbamos acompañados de nuestras respectivas esposas o parejas. La azafata de turno, lo indicó así: ‘Los “cónyugues” a los autobuses azules’. Todos quedamos callados, sobrecogidos. Se habían tomado medidas para que el acto saliera perfecto, menos el dejar en manos de una persona no escolarizada el micrófono, no resistente a la consonante uvular cuando hace falta, como en el caso de cónyuges”.

No somos ajenos a los problemas que todos tenemos con la ortografía. El Nóbel de la Literatura Gabriel García Márquez comentó en una ocasión “Jubilemos la Ortografía, terror del ser humano desde la cuna”. Y, a buen seguro, era problema incendiario y la suscribirían gozosamente los millones de hispanohablantes que a diario le damos “patadas” a la lengua escrita y, consecuentemente, a la lengua hablada.

No hay muchas estadísticas, pero, según un estudio del INCE (Instituto Nacional de Calidad y Evaluación) en 2001, sólo el 11% de los alumnos del último curso de la ESO, no cometían ninguna falta de ortografía en las letras; sólo el 6% no las cometía en las tildes y únicamente el 1% escribía correctamente a los signos de puntuación.

Es obligada la pregunta, después de transcurridos nueve años, ¿hemos mejorado ortográficamente? Yo creo que no. Todo hace suponer que hemos empeorado.

Hay quienes piensan que este español, fuente de riqueza y de orgullo de los hispanohablantes, vive un momento de galopante empobrecimiento, debido, sobre todo, al lenguaje propiciado por las nuevas tecnologías y adoptado con entusiasmo por los jóvenes.

La Real Academia Española, que no acepta, de momento, el estilo SMS, no se aventura a lanzar predicciones sobre el itinerario que seguirá nuestra lengua; bastante tiene con ultimar los detalles del regalo que nos ofrecerá en breve: una nueva edición de la Ortografía Española, que para muchos puede ser un “obsequio envenenado” de las 800 páginas con que contará y de las muchas variantes que introduce. La versión más breve o “Cartilla esencial” como la denomina los académicos, se hará esperar unos meses por lo que serán muchos hispanohablantes que desean con ansiedad su aparición. No será en estas Navidades.

Las veintidós Academias de la Lengua Española aprobaron el pasado 28 de Noviembre la nueva y polémica edición de la Ortografía. Será mucho más amplia y razonada que la edición de 1999, no se han tocado las reglas ortográficas de siempre, muy asentadas entre los hispanohablantes, pero si se ha introducido novedades que, aunque pequeñas, han levantado revuelo entre la gente de a pie e incluso entre los escritores y algunos académicos. Polémico resulta, por ejemplo, que en el texto básico se proponga denominar “ye” a la “i griega”.

Y si se ha conseguido que así sea, nuestro admirado académico D. Francisco Rodríguez Adrados lo pasará muy mal. De entrada, en un reciente artículo llama a la “y” “esa desgraciada letra griega, que se llamaría “ye”. “A mí, comenta el Sr. R. Adrados –la verdad me parece risible; me suena a los “ye-yés” y las “ye-yés” de otro tiempo. Dicen que de “ye” salió la palabra “yeismo”, se refiere a una mala pronunciación de “ll”. Pero más bien al revés del “yeísmo” (imitado de “leismo”) salió “ye”. Es una especie de invento del tebeo, completamente innecesario. Pienso que seguirá siendo “i griega”.

El término “solo” no llevará tilde, a diferencia del uso actual que lo acentúa cuando es un adverbio (equivale a únicamente y no cuando es adjetivo, significa estar sin compañía… En resumen hay que acentuar “solo”, cuando equivale a solamente. Un ejemplo aclara la situación: “No es lo mismo ‘habló solo dos horas’ que ‘habló sólo dos horas’. La tilde facilita la lectura y la comprensión.
 

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