Este mundo ha generado un mundo de
expertos para todo, menos en humanidad. La ONU acaba de
lanzar un llamamiento humanitario para 2011, una llamada al
corazón de las gentes y de sus dirigentes sobre todo. Se
precisan un poco más de siete mil millones de dólares para
financiar operaciones de emergencia. Cincuenta millones de
personas, en veintiocho países, conviven con la
desesperación de no poder vivir. Ante estas realidades, no
cabe la pasividad, hay que revalorizar la conciencia humana,
cultivar y difundir la ética frente a los desafíos de los
tiempos actuales, poner al ser humano en el centro de todas
las estrategias nacionales e internacionales. El hambre y la
malnutrición son inaceptables en un mundo con recursos
suficientes para todos. ¿Dónde está la justicia? Una
justicia que no repara estas desigualdades no es justicia.
Sin duda, la lucha por la justicia es la gran asignatura
pendiente en todo el planeta.
En donde no hay humanidad no puede haber justicia. Hay un
deber de garantizar el derecho a la asistencia humanitaria,
que no puede quedar en simples palabras. Esta sociedad se ha
acostumbrado a convivir con excluidos y ha obviado la
legitimación moral de trabajar por el bien de toda persona,
provenga de donde provenga. Han de encontrarse vías para
dialogar, con un lenguaje comprensivo, sobre los múltiples
problemas que la especie humana se ha alzado contra sí
mismo. Las verdades, por muy incómodas que nos parezcan,
jamás pueden ser eclipsadas. El ser humano ha de darse
cuenta que todos somos parte del mundo.
Por consiguiente, expertos en humanidad es un título que
todos y cada uno de nosotros tenemos que ganárnoslo por pura
conciencia, por pura razón de vida. Nadie puede ser
abandonado a su suerte. Cualquiera de nosotros podíamos
haber nacido en un lugar de los que hoy necesitan con
urgencia ayuda humanitaria. La indiferencia es una omisión
culpable. Es necesario que las personas vuelvan a aprender a
respetarse, a mirarse a los ojos, a prestar auxilio. Los
Estados tienen que desnudarse de sus intereses e interesarse
más por el nacido. Y, por otra parte, este nacido tiene que
humanizarse, ofrecer asistencia a sus semejantes, globalizar
el estatus de la solidaridad. Mostrarse cercanos y
solidarios con quien sufre debiera ser principio de todo
ciudadano. La limosna del rico al pobre no sirve. Es más de
los mismo, o sea, más humillación. La acogida de todos los
que se encuentran en dificultades es fundamental, debiera
ser la regla de cualquier acción humanitaria. Sería bueno,
pues, para el mundo elevar escuelas de humanidad que
propicien un cambio de modos y maneras de actuar. Las
aprietos son muchos y los corazones dispuestos a
tranquilizar más bien pocos.
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