Cada dos por tres es presa del
decaimiento. Cuando el desánimo se apodera de él lo primero
que hace nada más llegar a su casa es tenderse en el sofá. Y
allí permanece hasta que se percata de que, además de
hacerse polvo los lumbares, aumenta su pesimismo.
Mientras tanto, o sea, durante el tiempo que pasa en el
sofá, trata de aliviar sus pesares pensando en aquellos años
en los que desde que traspasaba la puerta del edificio
municipal, todo el personal se ponía a su disposición.
Todavía le parece estar oyendo lo de don Fulano por aquí,
don Fulano por allá, o lo que usted diga, señor...
Ganar dinero, entonces, era tan fácil como ordenar en
ocasiones que se llevaran a cabo acciones perjudiciales para
terceras personas. Y a ver quién era el guapo que era capaz
de llevarle la contraria. ¡Qué tiempos aquellos! –exclama
convencido de que la verdadera vida era aquella donde cada
día se arremolinaban los servidores a la puerta de su
despacho para decirle que era el más grande político de la
ciudad.
Incluso había un sindicalista, temido por todos, pero que él
consiguió que comiera en su mano. Cuántas veces hicieron
chanchullos juntos, bajo cuerda, cuando los demás pensaban
que eran enemigos irreconciliables. Revivir ese hecho,
aunque sea con brevedad, le sirve para esbozar una sonrisa
que pronto se convierte en una mueca grotesca. En un visaje
de insatisfacción. Que no le abandona por más que intente
ver con los ojos de la memoria aquel pasaje de su vida como
concejal exitoso.
Ora con los ojos entrecerrados, ya con los ojos cerrados, la
melancolía le puede. Y al ver que el pasado, en su caso,
siempre fue mejor, se irrita porque es consciente de que
padece una pérdida de su propio respeto. Porque sabe que su
amor propio ha ido disminuyendo a pasos agigantados. Y se
rebela contra sí mismo por no poder parar ese rodar cuesta
abajo que le está causando trastornos incuestionables.
Han pasado ya dos horas desde que llegó a su casa y decidió
tenderse en el diván, porque está otra vez muy nervioso.
Acelerado en extremo. Con la tensión alta y un deseo
irrefrenable de ver la mejor manera de poder convertirse
nuevamente en el personaje que fue en su pueblo hace ya más
de dos décadas.
Ese personaje que, en cuanto se acercaba al edificio
municipal, se veía asediado por los clásicos agradadores que
le hacían creer que él era, más o menos, una especie de
Churchill español. Un político destinado a sentar
cátedra en su pueblo. Y se relame de gusto. Se pasa la
lengua por sus labios y emite un suspiro enorme, cuyo sonido
se ha podido escuchar a una legua.
Mas pronto vuelve a la realidad. A la dura realidad. La de
pensar de qué manera es posible apretarle las tuercas al
triunfador absoluto, como político, de un pueblo que antes
él manejó a su antojo como concejal. Reconoce que lleva ya
mucho tiempo tramando contra la primera autoridad municipal.
Disfruta muchísimo cada vez que lee artículos difamatorios
contra quien, no ha mucho, fue motivo de sus zalamerías. Y
hasta ha llegado a soñar, en algunos momentos de duermevela
en el sofá, con verse otra vez con poderío suficiente para
hacer y deshacer en una tierra donde sólo los hombres de su
talla merecen ganar dinero y fama. Día llegará, sin duda, en
que nos desayunemos con la siguiente noticia: Fulano ha
vendido sus propiedades y se ha ido a... tomar baños de sol.
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