Lunes. A las doce de la mañana me
encuentro caminando por la Carretera Nueva. Hace un día
literalmente glorioso, una maravilla: el cielo está límpido
y corre un airecillo que despierta los sentidos. Miro hacia
la playa y descubro a una mujer joven, alta, rubia y de
piernas luengas, que va decidida a bañarse en las aguas de
El Chorrillo. La temperatura de noviembre, en esta ciudad,
sigue siendo un regalo en todos los sentidos.
Tan abstraído iba mirando hacia la playa, cuando me tocan en
el hombro y me giro. Es persona de bien la que llama mi
atención y, después de saludarnos, seguimos paseando. Andar
y conversar nos cunde de manera que estuvimos más de una
hora haciéndolo.
Mi acompañante me pregunta si he leído ya el panfleto que se
viene repartiendo los lunes en la ciudad. Y le digo que no.
Y además le explico que me será imposible hacerlo, debido a
que las gafas que llevo no son bifocales y tampoco me he
echado encima las de leer.
De cualquier manera, le digo, el panfleto, escrito breve,
generalmente de carácter político, que sirve para atacar con
violencia a alguien o algo, es ya de por sí repelente.
Asqueroso. Y los panfletarios están pasados de moda. Al
igual que lo están los sindicalistas acostumbrados a
destrozar escaparates y obstruir las cerraduras de los
comercios con silicona.
-¿Te acuerdas, Manolo, de aquella época en la que
incluso pintaban maldades contra algunos empresarios en las
paredes?
-Cómo no voy a acordarme de aquella canallada si a mí me
tocó tener que llamar a los operarios de Trinitas para que
acudieran deprisa y corriendo a limpiar la fachada de un
sitio en el cual yo prestaba mis servicios. Y lo curioso del
caso es que, poco tiempo después, los que cometían semejante
canallada terminaban pactando y haciendo negocios con quien
había sido objeto de las más variadas vejaciones.
-Pues ya hay que tener estómago para comportarse así. Lo
cual demuestra que unos y otros son de la misma condición.
¿O no, Manolo?
-Sí. En fin, que te haré caso, y, aunque ahora no pueda leer
el panfleto del cual me hablas, lo cogeré y me lo llevaré a
casa para leerlo. Aunque debo decirte que ya lo hice la
semana anterior.
Leído el segundo panfleto, he sacado mis conclusiones: está
escrito de una manera oscura, trabajosa y seca, como la
carne que a mí me daban cuando estaba haciendo el servicio
militar en la Infantería de Marina.
Por lo que a los escribientes del panfleto se les nota mucho
que tienen pocas cosas que decir y que no tienen todavía
dominado el modo de decirlas. Así que lo que más les urge
es, sin duda alguna, aclarar el estilo. Y eso se consigue
ordenando las ideas. Lo cual, y dado que han sido
gacetilleros, a poco que se apliquen al asunto, los próximos
panfletos alcanzarán una brillantez inusitada.
Eso sí, y siempre a modo de orientación, yo les recomendaría
que para tener credibilidad empezaran publicando la lista de
personas que han sido colocadas a dedo por Aróstegui
en el Ayuntamiento. Y dado que la lista obra en mi poder, lo
mejor sería empezar, aunque sea a costa de contravenir el
orden alfabético, con Toño Campoamor. Un individuo
que es funcionario gracias a que en su momento se postró
ante JLA. Y, desde entonces, lleva sin trabajar innumerables
años. Y encima pide trabajo para los parados.
|