Lo conocí cuando ardía en deseos
de llegar a ser árbitro de fútbol de primera línea. Llevaba
el arbitraje metido en la cabeza. Y al arbitraje le dedicó
parte de los mejores años de su vida. Hasta que un día se
dio cuenta de que para hacer carrera en cualquier actividad,
amén de tener aptitudes y saber elegir las mejores actitudes
para afrontar tanto los éxitos como los reveses, se
necesitaba de la ayuda correspondiente por parte de los que
decidían –y deciden- en los despachos.
Cuando Diego Sastre lo vio claro, es decir, cuando
llegó a la conclusión de que él jamás subiría ni un peldaño
más en el escalafón arbitral, decidió plantearse la vida de
otra manera bien distinta; y, claro es, lo primero que hizo
es mandar el arbitraje a freír espárragos. Así, con tan
acertada decisión, no por ello menos dolorosa, Diego se
quitó de encima el obstáculo que hasta entonces le había
impedido abrirse camino en la vida por otros medios que,
indudablemente, le acabarían reportando los mejores
beneficios.
Pues bien, de los éxitos obtenidos por DS en su vida
profesional, nunca he dejado yo de alegrarme. De hecho,
nuestras relaciones, magníficas siempre, son la mejor prueba
de que ni a Diego ni a mí nos han afectado maneras de pensar
tan distintas, ni tan siquiera el que él tenga amistades con
las que yo no iría a ningún sitio –me imagino que él podría
decir lo mismo-.
En vista de nuestras buenas relaciones, y espero que no se
tuerzan por lo que voy a contar, Diego Sastre, tan amigo de
sus amigos, me llamó un día y, tras los saludos de rigor,
fue al grano:
-Mira, Manolo, quisiera pedirte un favor...
-Tú dirás, amigo... -Le respondí.
-Como bien sabes, a mí me une una gran amistad con Juan
Luis Aróstegui, desde hace muchos años. Y hablando con
él, hoy, ha salido a relucir tu nombre. Y lo primero que me
ha preguntado es qué he hecho yo para que tú me trates
siempre tan bien, cuando crees conveniente escribir de mí.
-Y qué le has dicho tú, Diego.
Le he dicho que a ti hay que conocerte bien. Y que, cuando
ello sucede, te encuentras con alguien que nada tiene que
ver con lo que de ti dicen cuantos no te miran con buenos
ojos.
-Al grano, Diego...
-Mira, Manolo, Juan Luis Aróstegui me ha dicho que tus
columnas le hacen mucho daño. Y que si me es posible
interceder por él ante ti para que dejes de mencionarlo. Y
le he dicho que no tengo el menor inconveniente en hablar
contigo al respecto.
-De acuerdo, Diego... Pero hay algo con lo que jamás seré
tolerante con tu amigo Aróstegui. Y es que cada vez que
escribe no tiene el menor reparo en destacar que todos los
medios están vendidos. Cuando resulta que quien más uso y
abuso hace de todos los medios es él. Pues acapara la
mayoría de las informaciones de radios y televisiones y
periódicos de la ciudad. Aun así, te prometo que estaré un
tiempo sin referirme a tu amigo ni para bien ni para mal. Ya
que a mí Aróstegui me importa un bledo y parte del otro.
Poco tiempo después, el desdichado de Aróstegui volvió a las
andadas. Quiero decir, que volvió a proclamar que todos los
medios estaban vendidos. Y yo, tras decirle a Diego Sastre
lo que había, no dudé en calificar al sindicalista de
infeliz y de muchas otras cosas más que no tengo por qué
recordar en estos momentos.
|