La primera copa del aperitivo la
tomo en ‘El Mentidero’ con Ramón Ruiz. Y me sabe a
gloria. Es lunes y llevo cuatro días si alternar en la
calle. Charlar con RR es siempre un placer. Aprovecho la
ocasión para hablar bien de quienes a mi juicio lo merecen y
despotrico contra cuantos me sale de las partes blandas. Hay
edades, como la mía, que son propicias para decir y hacer lo
que a uno le salga de allí donde si te dan un balonazo te
conviertes durante unos minutos en un pobre hombre.
Me despido de Ramón y encamino mis pasos hacia el Parador
Hotel La Muralla. Y en la barra de la cafetería mantengo
casi media hora de cháchara con un barman a quien conozco
desde hace la friolera de veintitantos años. Hablando de
vinos estábamos cuando llegaron varias personas que chanelan
de fútbol y que no tuvieron el menor inconveniente en
entablar conversación conmigo.
El primer asunto que sale a relucir, por cierto, muy manido
ya, es el encontronazo entre José Mourinho y
Manolo Preciado. Y a mí se me ocurre decir que me agrada
sobremanera la forma de actuar del entrenador portugués. Y
lo hago aun a sabiendas de que voy a encontrarme con la
opinión adversa de quienes comparten tertulia conmigo. Por
más que diga que la forma de ser del entrenador del Madrid
se puede mantener siempre y cuando redunde en beneficio de
la entidad. Y hasta el momento, los resultados avalan el
comportamiento de Mourinho.
Un profesional del deporte rey, que ejerce bien su labor, me
dice que no está de acuerdo conmigo. Que si lo que dice
Mourinho lo dijera cualquier entrenador español, seguramente
sería perseguido y sambenitado en plaza pública. Y lleva
razón. Ya que los españoles tenemos la funesta manía de
atentar contra quienes llegan a cualquier profesión con
bríos renovados e ideas nuevas. Y les ruego que presten
atención a lo que a mí me tocó vivir en el estadio Domecq de
Jerez de la Frontera, en la temporada 1980-81.
Se jugaba un partido entre el Xerez CD y el Portuense.
Partido de rivalidad en Segunda División B. En plena huelga
de futbolistas. Así que tanto Xerez como el Portuense
alineaban jugadores sub-20 y los profesionales que no
quisieron secundar la huelga. Arbitraba José Francisco
Pérez Sánchez, árbitro murciano, magnífico en todos los
sentidos, y la primera parte ganaba el equipo visitante por
un gol.
Cuando emprendíamos el camino de los vestuarios, yo, como
entrenador del Portuense, me di cuenta de que peligraba mi
integridad. Y le dije a Pérez Sánchez que me protegiera.
Puesto que los miembros de la Policía se estaban haciendo
los distraídos. Pérez Sánchez no tuvo el menor inconveniente
en responderme que hiciera lo que me viniera en ganas. Y se
adentró en los vestuarios. Así que opté por buscar cobijo en
el centro del terreno de juego, mientras los aficionados se
desahogaban contra mí. Cuando yo lo creí conveniente, me
refugié en el banquillo y allí esperé la reanudación del
encuentro. El público, que se había quedado afónico
diciéndome improperios, apenas tuvo fuerzas para seguir
animando a su equipo en la segunda mitad. El portuense ganó
el partido. Y a mí me fue posible disfrutar de la emoción de
un resultado que llenó de alegría a los portuenses.
Cambiando lo que haya que cambiar, créanme, es el
comportamiento de José Mourinho.
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