Me llama la señora equis. Que
además de tenerme mucha ley, demostrada en momentos
cruciales, que es cuando valen los afectos, se levanta cada
mañana deseando leerme. Lo cual, además de ser una verdad
como un templo, le agradezco muchísimo.
Lo primero que me dice la señora equis, tras tomarse el
respiro consiguiente, después de los saludos de rigor, es
que se halla recluida en su casa con un resfriado
infectocontagioso. Por lo que le ha sido imposible verme,
como hubiera sido su deseo, para ponerme al corriente de
ciertos comentarios que ella cree que son merecedores de ser
conocidos por mí.
La voz de la señora equis, incluso por medio del teléfono,
suena acatarrada, y hasta sufre un acceso de tos, que a
ella, en cuanto logra ponerle fin, le permite decirme: “Manolo,
tengo más tos que una oveja y más frío que un palúdico”.
Y a mí se me ocurre recomendarle que no se fatigue, que no
hable demasiado. Y que lo mejor para su salud es cortar la
conversación y que, cuando se recupere, nos veamos para
charlar detenidamente. Pero ella insiste en que debe ponerme
al corriente de ciertos comentarios por creer que son
merecedores de ser conocidos por mí.
La señora equis, que lo está pasando fatal por mor de una
gripe que tiene las ideas de un “victorino” emplazado, hace
verdaderos esfuerzos para irme contando detalles de una
conversación mantenida entre dos individuos y que ella, tras
oírla, pensó que estaba obligada a informarme. Los esfuerzos
de la señora equis se centran en hablarme de censura. Y me
va enterando del contenido de la conversación al respecto.
Con el fin de que yo sepa que hay individuos, y no tiene el
menor inconveniente en mencionar sus nombres, que quieren
indisponerme con el editor.
Mi respuesta no se hace esperar. Así que le digo a mi
estimada señora equis lo siguiente:
-Mira, mujer, censura ha habido siempre, en España y en el
mundo, como decía mi admirado Umbral. “La censura es
buena, como todo tamiz, como todo filtro, como todo sistema
de depuración. La censura es buena porque obliga a quien
escribe a ser más sutil. Todo escritor tiene el deber de ser
más listo que sus censores”. Incluso para quejarse de ser
censurado, créeme que hace falta eludir la censura.
-Perdona, Manolo, déjame intervenir. Veamos, al paso que
vas, acabarás haciéndome el elogio de la censura
-Estimada señora equis: pues sí; en realidad, no tendría el
menor inconveniente en declarar que la censura enriquece el
estilo, ya que le sirve de decoración. Ahora bien, tampoco
estaría de más que los censores también fueran capaces de
ser más rigurosos a la hora de intervenir. Quiero decir, que
no se precipitasen por el simple hecho de pasar el lápiz
rojo por encima de nimiedades. Por escritos que solo tratan
de encauzar la crítica por medio de la ironía; la cual, todo
hay que reconocerlo, es tarea poco fácil. Porque muchos son
los que tratan de ser irónicos y pocos los que lo consiguen.
¿Qué pasaría si yo le dijera al editor que los enemigos
están en el Paseo de las Palmeras? ¿Censuraría estás líneas?
Yo creo que, en esta ocasión, trataría de entender el
mensaje.
En fin, estimada señora equis, hazme el favor de cuidarte.
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