Tengo un amigo a quien los potajes
de garbanzos le chiflan. Se los come con tanto apetito que a
mí me agrada sobremanera verle cucharear sin descanso hasta
que deja el plato como si hubiera pasado por un lavavajillas
de lujo. El martes pasado, bajo mi disimulada atención, mi
amigo dio cuenta de un humeante plato de garbanzos. Así que
le pregunté si semejante ingesta de legumbres no le
ocasionaba ningún tipo de alteración, al margen de la
clásica flatulencia.
Y me dijo que no. Que a él le daba mucha vida ponerse como
el Quico de garbanzos. Y que lo hacía dos veces a la semana.
Salvo contratiempo.
-¿Por que me lo preguntas?, Manolo.
-Porque hace ya mucho tiempo, no sé a quién le leí, ni
tampoco me acuerdo de si fue en un libro, en una revista o
en un periódico, que los garbanzos son estimulantes; de
manera que quien los come tarda nada y menos en sentirse
excitado y dispuesto a emprender cualquier aventura. Quiero
decir, que se apodera de él un ardor inusitado, capaz de
afrontar cualquier problema que hasta entonces no se hubiese
atrevido.
-¡No me digas, Manolo? Pues en mi caso, te aseguro que nunca
he notado nada sobresaliente.
-Sí, hombre, los garbanzos suelen propiciar un ardor
combativo y guerrero. O sea, que la excitación provocada por
tales leguminosas hace posible que te creas que eres más o
menos una especie de guerrero del antifaz. Y aun más: sus
efectos, que al parecer fueron comprobados en cobayas,
ayudan enormemente a conseguir éxitos indiscutibles. Vamos,
que los garbanzos no sólo proporcionan vigor sino que
también aportan bastante lucidez a lo que emprendas en esos
momentos.
La cara de mi amigo, ante lo que yo le estaba contando, era
de sorpresa, como no podía ser de otra manera. Pero, aun
así, pues mi amigo no tiene ni una pizca de torpe, tardó
nada y menos en reaccionar:
-¿Decía algo el libro, la revista o el periódico, dónde tú
dices haber leído las propiedades de los garbanzos, sobre
cuánto tiempo tardaban en notarse los efectos benéficos de
éstos, tras comerlos?
-Sí; creo recordar que tres o cuatro horas después, con poco
error de cálculo, era posible aprovecharse de sus bondades.
Y la estimulación tenía muchas horas de duración.
-Bueno, si es así como tú dices, Manolo, no tengo la menor
duda de que Juan Luis Aróstegui lleva comiendo
garbanzos desde que vestía pantalón corto. Y no dos días a
la semana, como yo, sino todos los días y fiestas de
guardar. Suficientes para que cada día salga a la palestra
colocado de garbanzos y dando mítines en plan beodo de
hidrato de carbono y, por lo tanto, atufándonos a todos de
manera casi inmisericorde. Y será así, digo yo, porque la
digestión de los garbanzos no será la misma en todos los
estómagos.
-Llevas razón. Aunque debes ir haciéndote a la idea de que
esta vez sí conseguirá Aróstegui su acta de diputado.
-No lo veo yo tan claro. Porque a Aróstegui le pasa lo que a
la moza calentona, que hace concebir esperanzas que jamás
llegan a realidad, lo cual es una grave falta de educación.
En rigor, poco se puede esperar de quien viene medrando a
costa de la política y la economía desde hace treinta años (Vivas
dixit).
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