Todo en este mundo es camino. La
propia vida es un camino del hombre hacia sí mismo. Se hace
camino al andar, dijo el poeta. Somos parte del propio
camino. Cada hombre tiene que inventar su camino, apuntó
Jean Paul Sartre. También el mundo tiene que reinventar la
reafirmación de otro camino para que las personas, nazcan
donde nazcan, disfruten de una vida digna. ¡Qué menos!.
Ciertamente, coexistimos como caminantes en constante
evolución y revolución. Se dice que el género humano ha
avanzado considerablemente en muchos aspectos. En algunas
cosas, quizás, pero de manera desigual, porque también se ha
retrocedido. El camino de las desigualdades viene pisando
fuerte en este planeta de jerarquías y de rangos confusos.
Nos consta que todos tenemos derecho a caminar por el camino
del desarrollo; sin embargo, el reto solidario es un camino
que no avanza. Igualmente se comenta que hace dos décadas el
mundo venía saliendo de un periodo de deuda, ajuste y
austeridad, y las transformaciones políticas se sucedían,
una tras otra, en diversos puntos de los caminos humanos.
Verdaderamente, en el camino hay subidas y bajadas, la
cuestión radica en saber sobreponerse todos junto a todos.
La exclusión es el camino de la torpeza del hombre de hoy.
El pobre no puede estar marginado del circuito económico,
por ejemplo.
La marcha, de lo que se ha dado en llamar el bienestar
social, es público y notorio que deja en el camino muchos
seres frustrados, multitud de marginalidad, pelotones de
bestias sin escrúpulos. La recesión es un camino que
persiste en el planeta. Los países con menor valor de
desarrollo humano suelen tener mayor crecida de corrupción y
desigualdad. Aún así, el camino del progreso siempre es
posible, para mejorar la vida de las personas no se
necesitan tantos recursos, pero sí poner en valor principios
éticos en los pasos dados. A un entorno económico mundial
estable y sustentable se puede llegar por diversidad de
caminos pero con políticas estéticamente globales. A los
gobiernos del mundo les falta pensar en global y hacerlo de
manera incansable y persistente. Poner a los caminantes de
este mundo, que somos todos, en el centro del avance social
es más que un mero ejercicio intelectual; significa
enraizarlo en el espíritu de las gentes, en cada una de
ellas; no en vano, siempre se ha visto que la verdadera
riqueza de una nación está en su ciudadanía.
No se pueden cerrar a intereses egoístas lo que son
oportunidades del ser humano como tal. En esa diversidad de
caminos, los caminantes tienen también derecho a disfrutar
de un paseo saludable, de una vida interesante, no
interesada, a adquirir conocimientos y lograr un nivel de
vida decente. Todo esto nos lo merecemos cualquier ser
humano, por lo mero hecho de serlo. Por otra parte, hay que
encender las liberaciones. Libertad para tomar los caminos
que uno quiera, porque seguir un sólo camino es retroceder,
y conciencia para reducir las injusticias que en el mundo
tanto abundan. El universalismo de la especie humana se
halla en el centro de todo impulso que se precie. Claro,
para ello, hay que poner en valía el amor como razón de
Estado. Podemos tener los niveles de educación más altos que
nunca, sin embargo la espada de los violentos sigue siendo
el abecedario que más se utiliza y reutiliza. Tampoco puede
seguir sustentándose el progreso en la explotación de
algunos grupos. La esclavitud sigue existiendo. En esa
diversidad de caminos, lo que hay que considerar es que el
desarrollo desigual no es jamás un desarrollo humano, por
mucho que nos lo quieran meter por los ojos determinados
gobiernos del mundo.
Hay que despojarse de caminos que no conducen más que a la
miseria. Lo auténtico es siempre el camino más sencillo.
Decía el filósofo Bernard Henry que “el camino hacia la
riqueza depende fundamentalmente de dos palabras: trabajo y
ahorro”. Por volver la vista a los muros de patria mía,
España, perder el empleo es lo más normal. Esta inseguridad
laboral que se vive actualmente está generando una sensación
de malestar de gran calado y contagio en todos los sectores
de la población. Cuando se agotan todas las protecciones
sociales, quienes pierden el trabajo deben transitar por una
economía sumergida, que marca de por vida. El camino del
desempleo es un camino cruel que está ocasionando grandes
dificultades a muchas familias y agravando la pobreza como
jamás. Difícilmente si no hay trabajo puede haber ahorro. El
mundo es un derroche para algunos, mientras otros reciben
nada o reciben migajas. Con frecuencia organizaciones
internacionales advierten de la falta de medios para
operaciones de socorro, de primeros auxilios. Al final, uno
acaba preguntándose: ¿Qué desarrollo es éste que no alcanza
a los afligidos del planeta, que es incapaz de generar pleno
empleo, o que permite la impunidad frente a las violaciones
de los derechos humanos?
Diversidad de caminos, sí, ¡siempre!, pero hay que reprender
al que yerra y enseñar los caminos de la verdad, que son los
únicos que pueden globalizarnos. Al igual que aquel que anda
perdido y no sabe por qué camino llegar al mar, y se le
aconseja que debe buscar el río por compañero, también en
este laberinto de influencias y confluencias, tenemos que
iniciar otras búsquedas para un progreso más humanizador y
universalista. Sólo una cultura común, responsablemente
humana y solidariamente civilizada, afanada en cohabitar
bajo la promoción de la justicia, puede generar un
desarrollo humano auténtico y regenerarnos un mundo podrido.
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