Ando estos días atareado en
gestionar documentos oficiales para ciertos asuntos
familiares, tales como certificados de nacimiento, de
empadronamiento, etc.
Estando con estas cosas, aparece la propuesta del Gobierno
acerca de los apellidos y la igualdad contemplada en la
Constitución.
Por suerte, la cosa va para largo y no me pilla por ahora.
Eso de que, en caso de disconformidad de la pareja, el
apellido prevalente se rija por orden alfabético me parece
una perogrullada.
Habrán tantos Alonso o Aznar que serán difíciles de
distinguir unos de otros.
Desaparecerán los Zapatero. O sea todos aquellos que
empiecen por la U hasta la Z.
Tanto el Presidente de la Ciudad, Juan Jesús Vivas, como yo
tendríamos que aceptar el Lara con preferencia si tuviera
efectos retroactivos esa ley de registros civiles en
ciernes.
Me sonaría raro un Juan Jesús Lara Vivas. Con unas
elecciones en ciernes. Aunque bien mirado, no tendría
importancia si en los medios de comunicación prevalece, de
vez en cuando, el apellido materno, caso Zapatero. La Za, de
Zapatero, suena más fuerte que la Az, de Aznar.
Bien, no es este el problema dado que estaría a años vista.
El problema es que si se aprueba, tal experimento legal,
cientos de miles de apellidos desaparecerán del mapa en
siguientes generaciones con lo que se acortaría el
abecedario hasta la M. Las siguientes letras ya no tendrán
vigencia, al menos en el tema de los apellidos.
Los Borbones… ¿qué pasará con el apellido?, menos mal que
tanto Rocasolano como Undargarín suelen ir siempre detrás de
los Borbones. No hablemos de Marichalar, desaparecido en
combate, pero tengo la duda sobre si los hijos de Elena, si
es que tiene, siguen apellidándose Marichalar en detrimento
del Borbón.
Me pregunto si la familia regia no ha debatido, en su propio
seno, el cambio de apellidos en cumplimiento de la norma que
crearon los del PP, allá por 1999, en que, por acuerdo,
podría ser el apellido materno el primero. Un Rocasolano
Borbón seria la repanocha.
Así se descubre la jugada pepera en relación a la norma
sobre los apellidos… las Borbonas imponen el suyo, aunque
los maridos no estén de acuerdo. Muy sutil.
Tranquilo Juan, a nosotros no nos afecta esa rocambolesca
futura ley de Registros Civiles. No es más que un intento
del Gobierno de mantener viva la llama de la atención
pública a falta de otros temas.
La propuesta de esa Ley es una intención residual e
innecesaria. Estas dos definiciones no van por orden
alfabético de mutuo acuerdo entre el que escribe y el PC.
Aunque al menos se mantendría vivo el apellido Lara, pero
no.
Laras hay muchos, tal vez demasiados y los Sarria y Vivas
están contados con los dedos del cuerpo humano (veinte por
lo menos, es un decir).
Bueno, quisiera seguir con el cuento de los apellidos pero
ha salido otra cosa más o menos interesante: los cambios de
la ortografía española. Menudo problema.
Ya no podemos decir “i griega” cuando nos refiramos a la y.
Ahora debemos decir “ye”. ¡Qué papeleta llamar a uno
“Martínez ye Garrido”!
Según eso, también debemos olvidarnos de la tilde en
palabras como guión ye truhán.
Volvemos a la era prehispánica.
Estoy de acuerdo con el ortotipógrafo José Martínez de Sousa
acerca de que resultaría bastante raro forzar a los
españoles a usar nombres que resultan extraños, al tratar de
perseguir una unidad de la lengua que realmente resultaría
una quimera.
La lengua madre, el castellano cuya cuna está en San Millán
de la Cogolla (La Rioja), será vituperada ferozmente por los
americanismos latinos.
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