Un señor que está casi siempre
apostado en una esquina de la barra de un bar que yo
frecuento, y con quien intercambio saludos y algún que otro
comentario futbolístico de vez en cuando, va y me dice que
se me nota mucho la poca simpatía que le tengo a una
periodista de la ciudad.
Y a mí, quizá porque el día es luminoso y la temperatura
agradable, me sale con celeridad la siguiente frase: “No se
confunda. Mi desagrado por ella es puramente platónico”.
Y al hombre, tras dejar traslucir una sonrisa golfa, le da
por recomendarme que sea bueno. Y a mí, en vez de molestarme
que se haya tomado la libertad de aconsejarme, sin venir a
cuento, se me ocurre contestarle con palabras de Oscar
Wilde: “Ser bueno es estar en armonía con uno mismo. La
discordia surge cuanto te obligan a estar en armonía con los
demás”.
-Leer demasiados libros, De la Torre, es peligroso
–responde mi interlocutor-. Y lo hace ya con cierta sorna y,
al parecer, dispuesto a tirarme de la lengua.
Así que le contesto con otra cita: “Leer es el único acto
soberano que nos queda”, mire usted. Y, por si fuera poco,
es un ejercicio que nos regala mucha compañía y libertad
para ser de otra manera y ser más.
-De acuerdo. Veo que se está usted tomando en serio mis
comentarios. Y debo aclararle cuanto antes que no es mi
intención molestarle, máxime cuando soy lector suyo desde
hace ya mucho tiempo. Lector fijo, eh. De los que compran
por la mañana el periódico en el cual escribe usted.
-Vaya, muchas gracias...
-Bueno, también debo decirle que muchas veces no comparto ni
sus opiniones ni su modo de expresarlas. No por incorrectas,
que sería injusto no reconocerle su interés por darle el
mejor trato a la escritura, sino porque se le nota demasiado
que trata de eludir la censura. Así que, en bastantes
ocasiones, me he visto obligado a pensar detenidamente en el
asunto que nos contaba. Vamos, que he tenido que hacer
malabares para averiguar el quid del asunto. La verdad del
cuento.
-Debería usted saber, lector de ‘El Pueblo de Ceuta’, y
concretamente mío, como persona instruida que es, que no es
lo mismo escribir en periódicos provinciales que hacerlo en
periódicos capitalinos, de tiradas nacionales. Escribir en
periódicos de provincias, a pecho descubierto, es una tarea
compleja, peligrosa, y que casi siempre suscita animosidades
políticas contra el escribidor. Las que a su vez le son
trasladadas al editor. Y éste, en un momento determinado,
como empresario que es, no tiene más remedio que mirar por
su negocio.
-Un momento, De la Torre, un momento: ¿me está usted
diciendo que los políticos, en cuanto les desagrada algo que
usted escribe acerca de ellos, incluso manejando la burla y
la ironía por sistema, o sea, sin ir directamente al grano,
se encrespan de modo y manera que se ve obligado a dar
marcha atrás?
-Un político es un hombre al que no le gusta la crítica; por
instinto será fascista. La cita es de Albert Boadella.
Y créame que acertó de pleno. Todos los políticos, y si
existe la excepción que levante la mano, actúan contra los
críticos como si tuvieran miedo de algo. Parafraseando a
Larra: escribir en provincias es llorar
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