Benedicto XVI acude a Compostela
como un peregrino más. Lo hace en una España que suele
marginar la religión de la vida pública. Sin embargo,
peregrinar por estos caminos cuajados de mística, significa
estar orientados en cierta dirección, que es como hacerlo a
los orígenes apostólicos de la fe en España. Sin duda alguna
el pasaje invita a la búsqueda. Algo necesario y saludable.
En el fondo tenemos un corazón inquieto deseoso de sentir la
luz. Porque Santiago es la ciudad santa por excelencia. Y el
camino es el paraíso del verso por autenticidad. Acompañados
por el rito del Botafumeiro, el signo de la purgación, todo
será como más hondo y más liberador. La purificación de lo
que somos exige, desde luego, que reconozcamos con honradez
nuestra historia de vida.
También acude Benedicto XVI a Gaudí (el arquitecto de Dios,
como él se consideraba) y la Sagrada Familia. Otro espacio
para la reflexión, para contemplar la simbología de lo
armónico, de la belleza más profunda. De Gaudí al cielo hay
como dos pasos. Presentar al mundo este templo destinado a
perpetuar las virtudes y bondades de la Familia de Nazaret,
compartir este hogar universal de las familias, es una
manera de alimentar el espíritu con abundantes místicas.
El Camino de Santiago y la Sagrada Familia de Barcelona, dos
espacios que hablan de Dios, que nos conducen a Dios, que
nos hacen pensar en Dios. Benedicto XVI sabe que no se
comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran
idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una
Persona, que da un nuevo horizonte a la vida. Él viene a
España -dijo- como testigo de esa Persona. Al fin y al cabo,
la santidad no es otra cosa, que imprimir a Cristo en uno
mismo, tomar conciencia del amor de Dios. Precisamos esa luz
de amor en un mundo oscuro, es menester vivir en el amor y
del amor.
El reto, pues, no es que toda la masa pueda ver a Benedicto
XVI, que también, lo importante es que ese gentío humano,
descubra los ideales que iluminan el camino, la belleza que
cohabita en cada cosa del camino y la hermosura de la
Sagrada Familia, en un momento en que la vida familiar tanto
se tambalea. La receta de Santa Teresa de Jesús, de “quien a
Dios tiene, nada le falta, sólo Dios basta”, se podrá
contemplar en los ojos de Benedicto XVI. El brillo de su
mirada lo dirá todo. Verdaderamente España necesita este
impulso espiritual, ahora mucho más, cuando tanto se
silencia la voz de la religión.
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