El mundo tiene nefastos
administradores. Los que ocupan puestos de responsabilidad
no suelen aceptar cuestionarse con valentía su modo de
administrar el poder. Yo pienso que sería bueno que todos
cultivásemos la autocrítica. Ellos, los poderosos, mucho
más. Siempre es saludable verse a uno mismo, echar un
vistazo al camino recorrido y ver las consecuencias
forjadas. Resulta que ciento noventa gobiernos del mundo, a
través de sus representantes, menos es nada, han ejercido la
libertad de juicio y acaban de aprobar un nuevo tratado, al
que habría de incluirse propósito de enmienda global para
que no fuese un acuerdo más, con la intención de promover
justicia frente a los recursos genéticos. Si fuésemos
justos, que no lo somos en absoluto, cada cual se pondría el
castigo preciso y haría lo que le corresponde para
salvaguardar “todo material de origen vegetal, animal o
microbiano o de otro tipo que contenga unidades funcionales
de la herencia”. Por desgracia, hace tiempo que la tierra ha
dejado de ser un jardín donde se conjuga lo armónico con el
gozo de vivir. En cualquier caso, hay que dejar atrás los
egoísmos, ilusionarse por salvar el planeta, ir más allá de
las legislaciones, que tantas veces se dejan sin cumplir, lo
fundamental es tomar otras actitudes de vida.
Ya se sabe que los recursos genéticos son bienes
inalienables, imprescriptibles e inembargables por
disposición legal, y que esto significa que se trata de
bienes de uso público, a los que hay que conceptualizar para
un mejor entendimientos de sus repercusiones mundiales. En
cualquier caso, sólo hay que mirar y ver, cuántas veces los
recursos genéticos, que son de todos y de nadie, se
intervienen para goce de unos pocos, con abusos
insostenibles y dominaciones piratas, con explotaciones
abusivas de tierras y mares. Sin duda, debemos establecer
reglas básicas sobre cómo las naciones deberán compartir el
acceso a los beneficios de recursos genéticos, sin obviar
formas de compensación para aquellos países que han
preservado esos materiales genéticos por décadas, mientras
otros los han derrochado, cuando son para el beneficio de la
sociedad, del mundo entero. Por consiguiente, a mi juicio,
el mejor ejemplo que puede dar la humanidad, el ser humano
como tal, para reafirmar la importancia de la conservación
de la biodiversidad y del uso sostenible de los recursos,
pasa por adquirir conciencia de que nos descubramos, que nos
denunciemos o nos acusemos a nosotros mismos, cuando nos
salgamos del imperio de lo innato, de la ley natural. No en
vano, donde la conciencia no vive, por mucha ciencia que nos
injerten, el espíritu se nos para. El mundo también necesita
avivar esa conciencia colectiva como modo de pensar y vivir,
como manera de actuar solidariamente, y no solitariamente,
que “un corazón solitario no es un corazón”, como dijo el
visionario poeta, Antonio Machado.
El cónclave de los representantes de los ciento noventa
gobiernos tomaron para sí una nueva estrategia para abordar
la pérdida de biodiversidad con metas que deben ser
cumplidas para el año 2020. Por ejemplo, los gobiernos
acordaron aumentar la extensión de las áreas protegidas a un
17% de la superficie del planeta, y las zonas marinas al
10%. Es lógico incrementar espacios para la vida. No
olvidemos que dependemos de la variedad y la variabilidad de
los genes, las especies, las poblaciones y los ecosistemas.
Los recursos nos nutren, nos proporcionan sustento, nos dan
paz y hasta un insaciable deseo de búsquedas. Hace tiempo
que la naturaleza nos habla, pero el ser humano sigue sin
poner el oído. El actual empobrecimiento de la biodiversidad
es un claro ejemplo de que nuestra actividad humana sigue
caminos contrarios a la supervivencia y a la propia
existencia natural. Ha llegado el momento de cambiar las
inhumanas modalidades de consumo y producción que,
evidentemente, son una de las principales causas de todos
nuestros males, de la degradación de los recursos de la
tierra.
Si bien ha de administrarse el mundo de otra manera para no
agotar los recursos naturales, puesto que la propia
biodiversidad está siendo devastada continuamente, también
se evidencia la falta de responsabilidad en el manejo de las
fuentes energéticas. La pérdida de biodiversidad, incluida
la marina que igualmente está en peligro, tendrá un gran
impacto en la capacidad de la humanidad para alimentarse en
el futuro, con los más pobres del mundo entre los más
afectados. Asimismo, el mundo en desarrollo necesita
energías renovables. Al proteger los hábitats se protege
también la biodiversidad. Tanto la economía como la ecología
ineludiblemente están hermanadas. De ahí la importancia de
que en el mundo tengamos buenos administradores. Por ello,
más pronto que tarde hace falta poner en valor la gran
revolución verde, con la creación de empleos capaces de
conservar un medio ambiente más justo e inclusivo para todas
las personas y todos los países. Los administradores de este
nuevo mundo tendrán que poner más empeño en sensibilizar a
la humanidad acerca de la importancia de respetar la
naturaleza y sus millones de especies que viven por los
mares, en los bosques, en las montañas y también por los
azules cielos de las mil veredas con sabor a esperanza.
Porque, al fin y al cabo, caer en la desesperanza es el peor
de los males, prolonga el tormento y prologa la
desesperación.
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