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OPINIÓN - DOMINGO, 31 DE OCTUBRE DE 2010

 

OPINIÓN / EL OASIS

Hay políticos que no han trabajado en su vida
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

La semana pasada, en ‘El mentidero de Jesús’, lugar de parada obligatoria para cuantos gustamos de tomar el aperitivo al aire libre, me encontraba yo en animada charla con dos empresarios, procedentes de la península, a quienes aprecio lo suficiente como para alternar con ellos cada vez que se encarta.

La conversación trascurría con reservas. Como si nos estuviera prohibido hablar de asuntos propicios a despertar la risa. Que es en verdad lo que se pretende cuando varias personas se reúnen para que el ocio tenga cabida durante un tiempo adecuado.

Conocedor yo del motivo por el cual nuestra intranscendente charla no acababa de adentrarse por los vericuetos del humor que tanto bien hace al organismo, decidí salvar al obstáculo que se reflejaba en forma de una cortedad que nunca antes había existido entre nosotros. Así que me puse manos a la obra para cambiar el signo de la charla. Y lo hice contando la siguiente anécdota, vivida por mí en un verano de los setenta del siglo pasado.

Estaba yo por aquellas calendas compartiendo mesa en la sala de estar de ‘El Caballo Blanco’, parador portuense, con un tipo que, investido de una seriedad apabullante, era capaz de responder a cualquier pregunta y desatar la risa a borbotones entre quienes estuvieran presentes. Aquel día, verano y soplando viento de levante, un señor, que iba acompañado de su mujer, pasó por nuestro lado y mirando a mi compañero de mesa, le dijo: “A usted le conozco yo de algo...”. Y mi compañero de mesa le respondió sin mover un músculo de la cara: “Puede ser”. A lo que el señor que iba acompañado de su mujer, contestó repitiéndose, tres veces más.

El compañero que estaba sentado a mi mesa, decidió darle pistas. A lo mejor me ha visto usted durante las corridas de San Isidro en Las Ventas del Espíritu Santo; y el otro, contestaba con un no. A lo mejor me ha visto usted en los Carnavales de Tenerife; y el otro, contestaba con un no. A lo mejor me ha visto usted veraneando en San Sebastián; y el otro lo volvía a negar. A lo mejor me ha visto usted en Los ‘sanfermines’; y el otro, ídem; a lo mejor me ha visto usted en ‘Casa Lucio’, en la Cava Baja madrileña; y el otro, que nanay de la China. Hasta que, de pronto, el otro lleno de gozo creyó que ya había dado con la tecla y exclamó: “¡A usted lo he visto yo trabajando en la empresa...!”. Y mi compañero de mesa, un hijodalgo convencido, se revolvió iracundo en su asiento, a la par que exclamaba: “¡Oiga usted, yo no he trabajado en mi vida! Así que haga el favor de quitarse de en medio, si no quiere que me acuerde de todos sus muertos”.

La anécdota surtió el efecto deseado por mí. Y los dos empresarios peninsulares, que andaban sometidos a una cortedad impuesta por cierta circunstancia dolorosa, rompieron a reír. Y a mí el hecho de contarla me hizo recordar que hay políticos que llevan tanto tiempo viviendo del cuento de verse inscritos en listas de sus correspondientes partidos, para terminar siendo elegidos concejales o diputados, que si algún día alguien les hiciera la misma pregunta que aquel hombre que iba acompañado de su mujer le hizo a mi compañero de mesa, aquel verano de los años 70, seguramente responderían más o menos así: ¡Mire usted, señor, nosotros no hemos trabajado en nuestra vida! Así que haga el favor de quitarse de en medio, si no quiere que le digamos una guasa”.

Muchos políticos son unos hijosdalgo.
 

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