El miércoles pasado, cuando aún se
hablaba del partido del año en el Alfonso Murube, comía yo
en un céntrico hotel con personas que forman parte del
tinglado futbolístico. Y cuando se me preguntó por el equipo
de mis amores, no tuve el menor inconveniente en decir que
era el Madrid. Que ha sido mi pasión desde que vestía
pantalón corto. Aunque hice la siguiente aclaración: soy del
Madrid; pero sin abdicar de mi derecho, como crítico
profesional, a no comulgar con ruedas de molino ni a dejar
de mostrar mi desagrado cuando veo cómo son sobrevalorados
algunos jugadores por el simple hecho de contar con un
físico agraciado.
Los comensales quisieron saber cuál de los equipos
entrenados por mí, que fueron unos pocos, me hacía más
tilín. Y les dije que ninguno. Que carecía de preferencia
alguna por esos clubes. Y que me daba lo mismo si perdían o
si ganaban. Y quedé esperando a que se me hiciera la
pregunta del millón. La cual no se hizo esperar.
-¿Ni siquiera te tira la Asociación Deportiva Ceuta?
-Ni siquiera la ADC -respondí.
Respuesta, no esperada por quienes estaban sentados a la
mesa, que causó la sorpresa consiguiente. Y hasta me miraron
con cara de incredulidad. Pero también, como en el caso del
Madrid, quise poner los puntos sobre las íes. Porque creo
que me correspondía hacer las aclaraciones necesarias para
disipar versiones o interpretaciones erróneas o torcidas.
Esta temporada estoy yendo todos los domingos -y día de
partido- al Murube con el deseo de ver ganar siempre a la
ADC. Y hasta sufro lo indecible cuando las cosas no ruedan
bien para el primer equipo local (y creedme que yo dejé de
sufrir por el fútbol hace ya la tira de años). Una situación
que se produce porque el presidente del club es también el
editor de ‘El Pueblo de Ceuta’, y yo formo parte de la
empresa. Razón que yo considero harto poderosa para asistir
a los partidos. Llueva o ventee o me sienta indispuesto por
los alifafes que todo septuagenario pueda tener. Si bien lo
dicho no significa que yo deje de emitir mis opiniones. Por
más que éstas no concuerden con las de otros muchos; en los
que incluyo a directivos y profesionales de la cosa.
En principio, mi derecho a la crítica lo tengo desde el
momento en que asisto al campo pagando mi entrada. Luego, y
por más que todo el mundo tenga el mismo derecho, máxime
cuando se trata de opinar sobre fútbol, es bien cierto que
no todas las opiniones tienen el mismo valor. Y la mía -sí,
sepan que hace ya un mundo que mis abuelas dejaron de
existir- es una de las más válidas para ser aireadas.
No obstante, llevo semanas procurando contener mis deseos de
poner por escrito virtudes y defectos de un equipo que
todavía no ha conseguido dar de sí lo que de él se espera.
Un equipo al que habría que recordarle lo que dijera un
técnico que alcanzó fama en los tiempos de Maricastaña:
Dadme un buen medio campo, y ya verán ustedes lo que somos
capaces de hacer.
Por lo tanto, cuando me expreso así en público, me desagrada
sobremanera que haya correveidiles, de poca monta, que nada
más oír mis palabras, en vez de asimilarlas, les da por ir a
la búsqueda del presidente para contarle historias para no
dormir. Dejaré de ir al fútbol. Y saldré ganando. A la par
que haré descansar a los necios oficiales.
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