Vengo notando, de un tiempo a esta
parte, el cambio que se ha producido en la voz del
presidente de la Ciudad. Por supuesto que para bien. Y me he
dicho: Manolo, Juan Vivas ha decidido, al fin,
impostarse la voz. Que falta le hacía. Ya que toda persona
que haga uso profesional de la palabra, debe tener su voz
impostada; es decir, colocada correctamente.
Impostar es fijar la voz en las cuerdas vocales para emitir
el sonido en su plenitud, sin vacilación, ni temblor. En
suma: desde hace algún tiempo la voz de Vivas suena muy bien
por la radio y la televisión. Incluso me atrevo a decir que
nuestro presidente, si se lo propone, podría, tras hacer las
prácticas correspondientes, cantar en público, como homenaje
a cualquier organismo necesitado de fondos. Si así fuera, el
éxito estaría asegurado de antemano. Y es que para este
hombre nada hay imposible. Todo cuanto emprende lo resuelve
con éxito, a lo grande, de manera triunfal. Y, claro es, sus
victorias repercuten favorablemente en la ciudad. No me
extraña, pues, que las gentes pierdan los estribos por él y,
llegado el caso, fueran hasta capaces de matar también por
su persona como lo haría la ‘Princesa del pueblo’, Belén
Esteban, si alguien se atreviera a tocarle un pelo de la
ropa a Andreíta, su niña. Perdónenme la digresión.
A mí me gustaría preguntarle al presidente, cuando nos
tropecemos algún día, ya que nos vemos de higos a brevas, y
además cuesta lo indecible poder acceder a él, debido a que
los suyos lo llevan en volandas, si en el cambio de su voz
ha tenido que ver el famoso doctor Loprete, a quien le
adjudican la mayoría de ideas vertidas en relación con el
aprovechamiento al máximo de las condiciones fisiológicas
del aparato de fonación. Que tan buenos resultados le está
dando a él, quiero decir, como ustedes comprenderán, a
Vivas. Y si los honorarios han sido cuantiosos. Todo por
simple curiosidad. Porque a medida que voy cumpliendo años,
vengo observando que ésta me puede más.
Así que ardo en deseos de enterarme si el líder de la
oposición, Mohamed Alí, se ha dado cuenta de que
mientras la voz de Vivas suena a gloria bendita, y se adapta
perfectamente a toda clase de discursos y se distingue por
llevar controlados los ritmos adecuados, la suya suena a
chatarra. Más o menos como la de Juan Luis Aróstegui.
Y, por más que ambos digan alguna que otra verdad, que las
dicen, debo confesarles que con sus voces no les cree nadie.
Bueno, sí, los catorce o quince y un loro que se dedican a
insultar en los foros con faltas de ortografías gloriosas y
firmando con alias.
Ahora bien, con esa voz de tronío que viene luciendo nuestro
presidente, tan musical, y tan agradable para los oyentes,
alguien le debería decir que no tendría que abusar de ella.
Vamos, que hay momentos en los que no debería arriesgar lo
más mínimo. Pues a cualquier tenor le sale un gallo y queda
peor que la Chata de Cái. Nuestro presidente, que goza de
fama en toda la península, tiene la manía de querer torear
en todas las plazas. Y a veces, cuando está atorado, o sea,
cansado física y mentalmente por prodigarse, hace
declaraciones que ni siquiera su impostación vocal, tan
llena de vida y tan del gusto de una gran mayoría, es capaz
de evitar lo inevitable: que Rafael Atencia –de
Seguros Atencia y Sanz- dijo su verdad sobre el
conservatorio. La del tonto. Pero...
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