Mi comunicante, a la que considero
mujer muy centrada y que siempre ha renegado de los chismes,
por lo que deja ver a veces actitudes hipocondríacas, me
pone al tanto de muchas cosas que ella cataloga de
importantes. Y dado que a mí me encanta hablar con las
mujeres, en mayor medida que con los hombres; siempre y
cuando éstas no pertenezcan al gremio de las que te miran
por encima del hombro, la escucho atentamente.
Lo primero que me suelta es lo siguiente: Mira, Manolo,
a Yolanda Bel la están quemando viva. Parece que hay
alguien empeñado en que haga declaraciones absurdas con el
fin de que la pobre mía se vaya desgastando y acabe gimiendo
por los rincones como una pavesa. Y eso es un contradiós.
Porque ni imaginarme quiero que un día, tal y como lo está
pasando de mal la criatura, la tenga yo que ver mustia y
enjuta. Si ello ocurriera, si Yolanda perdiera su figura
actual, nunca se lo perdonaría yo a quienes la abisman
continuamente al disparate.
-¿Me estás oyendo, Manolo...?
-Sí, mujer...
Te decía que lo de Yolandita, que para mí sigue siendo
Yolandita, pues ingresó en el partido casi siendo una niña y
a todos nos sedujo verla tan encantadora y tan dispuesta a
ser de nuestro partido sin contraprestaciones, es un asunto
que me trae muy preocupada. Como será la cosa, de verdad de
la buena, que hasta he pensado en hacer una novena para ver
si nuestro presidente se da cuenta de que ya es conveniente
nombrar otro portavoz. De lo contrario, y dicho con todos
mis respetos para nuestro presidente, en algún momento
tendremos que achacarle a él las secuelas que el cargo está
dejando en una mujer que está pidiendo a gritos un cambio,
antes de que le pase –“Mutatis mutandi”- lo que a María
Teresa Fernández de la Vega.
-¿Me estás oyendo, Manolo...?
-Sí, mujer...
-Te lo pregunto, porque llevo hablando mucho rato y aún no
me has interrumpido; lo cual es cosa rara en ti; y he
pensado que a lo mejor no te interesa nada de lo que te
estoy diciendo.
-Pues te equivocas, amiga. Así que no desfallezcas en
absoluto. Y sigue dándole a la mui, y así te olvidas de tus
alifafes. Por cierto, ¿Cómo estás de la jaqueca que, según
tú, te traía últimamente por la calle de la amargura?
-Mucho mejor; sobre todo cuando alguien permite que me
desahogue como tú lo estás haciendo. Y es que hay días, y no
exagero lo más mínimo, que a una le entran unas ganas locas
de cantarle las cuarenta a ciertas mujeres pertenecientes al
partido. Y es que se comportan de manera frívola. Por
ejemplo: que uno de nuestros gobernantes mete la pata, o
mete... bueno, de meter se trata, allá que se reúnen las
susodichas y adoptan la postura más conveniente a sus
caprichos. Si ellas levantan el dedo pulgar, todo queda en
nada y a Yolanda le toca salir al estrado anunciando que lo
ocurrido no tiene la menor importancia. Y la pobre niña mía,
cuando se traga un sapo así, parece que cumple los años de
tres en tres. En cambio, cuando ponen el pulgar en forma de
condena, tampoco la portavoz del Gobierno lo pasa bien. Por
razones obvias. En fin, Manolo, que a ver si hacemos algo
para salvar a Yolanda Bel. –¿Me has oído...? –Sí, mujer.
Cómo no.
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