Hay gente que no es feliz pero
tampoco sabe que es infeliz. Otra gente que pudiera ser
feliz no lo es. Siempre te encuentras con alguien que está
peor que yo. La desdicha llama a todas las puertas y parece
que cada día nos cuesta más vivir sin lágrimas. Nos hemos
rodeado de tantas mentiras, de tantos espejismos falsos, y
los poderosos hacen tantas cosas por nosotros, contra la
libertad nuestra, que uno a veces quiere hacer otras cosas
pero no puede, el propio sistema de vida llega a talarte el
entusiasmo de querer ser libre. La vida tenemos que vivirla
de otra manera, cada cual primero consigo mismo, después con
los demás, sin excluir de la hoja de ruta las estéticas
morales ni la responsabilidad personal. La humanidad tiene
que desnudarse de pesadillas y uno tiene que hallarse más en
la belleza, beber de la belleza, creerse parte de la
belleza, cueste lo que cueste, puesto que el mayor bochorno
es sentirse perdido en esta selva de desgracias y
desgraciados.
La salve de ¡triunfar, triunfar, triunfar, caiga quien
caiga; o de ganar, ganar, ganar todas las batallas sin
importar ética alguna!, lo que nos hace es más esclavos y
más dependientes de las miserias humanas. El mundo que la
humanidad viene construyendo, sobre todo en los siglos más
próximos a nosotros, tiende con frecuencia a ensombrecer los
labios de la alegría más honda. Todo se mueve y se conmueve
con fines lucrativos, hasta adormecernos por dentro y
sentirnos desamparados. Debemos abrirnos a las dimensiones
de la belleza, que a veces no vemos o nos impiden verlas,
respirar la propia universalidad de esa hermosura, algo que
suele encontrarse en las cosas más sencillas y que a todos
nos pertenecen por dignidad propia. “En cuanto alguien
comprende que obedecer leyes injustas es contrario a su
dignidad de hombre, ninguna tiranía puede dominarle”, dijo
Gandhi. Bella reflexión como bello propósito el de la ONU
dispuesta a hacer más por la paz, los derechos humanos y el
desarrollo. Todos hemos de hacer más, aunque sólo sea para
ser más felices. Merece la pena el compromiso de proteger a
quienes están atrapados en conflictos armados, de luchar
contra el cambio climático, de evitar una catástrofe
nuclear, de ampliar las oportunidades de mujeres y niñas y
combatir la injusticia y la impunidad, de tender la mano
hacia los desempleados… Al fin y al cabo, la tristeza se
vence cultivando el corazón como el auténtico poeta.
Algún lector me podrá decir, ¿pero para qué sirve un poeta
en estos tiempos? Cierto, también los poetas han perdido
autenticidad, amén de ingenio y lucidez. Servidor lo tiene
claro. En estos casos suelo extender la receta de Gloria
Fuertes, que sí fue poeta de verso en pecho. Esta es su
grafía: “El poeta tiene que ver con el verbo ver, / con el
verbo sentir y con el verbo escribir./ El poeta sirve… como
unas gafas,/ para que veas, hijo mío, para que veas”. ¿Quién
no ha buscado la felicidad sin saber dónde, como un
verdadero azorado en un laberinto de preguntas? La idea
aristotélica de que sólo hay felicidad donde hay virtud y
esfuerzo serio, pues la vida no es un juego, puede ayudarnos
a ese reencuentro con el gozo de sentirse vivo, y de uno
sentirse yo. Al igual que la paz duradera no se consigue con
la fuerza militar, la felicidad tampoco se alcanza con la
fuerza del poder, sino con la fuerza del amor. Esta es la
llave que abre todas las puertas de la satisfacción.
Es público y notorio que la riqueza por si misma no es
suficiente para el logro de la felicidad. La historia que
nos han vendido del estado del bienestar tampoco genera
felicidad global y globalizadora. La humanidad tiene que
aprender a vivir feliz, que no es fácil con tantas fuerzas
contrarias, la misma vida familiar se tambalea. Tal vez sea
lección meditativa la de los grandes educadores del ser (del
ser humano), los artistas; aquellos que se sienten
enamorados de la búsqueda. Al final de la obra alcanzan el
deleite de visionar mundos diversos, pero mundos humanos o
mundos que humanizan, que dan solución a los diferentes
aspectos del vivir cotidiano. Por desgracia, los tiempos
actuales, crecientes en injusticias, desigualdades e
inmoralidades, lo que generan son desórdenes cerebrales que
suelen rayar lo patológico.
Por mucho que nos siga persiguiendo la poesía por el
planeta, ella sí que nos ama, una humanidad infeliz es para
temerle. Cuidado con la legión de vendedores de felicidad.
En tiempos de crisis abundan mucho más. Sus cebos para nada
son versos curativos. He aquí su retahíla de sueños
venenosos, que se contagian como la lepra: Las drogas como
fuga. El placer a toda costa. El beso de la traición. El
abrazo que mata… Stop… que la mala leche y el desánimo son
tan explosivos que atizan donde más duele, en el corazón.
Por mucha inclusión social y lucha contra la pobreza que nos
rieguen la oreja los jefes de gobierno y los políticos de
turno, lo que también necesita la humanidad con urgencia son
personas en las que fiarse y confiarse. El planeta precisa
más que de poderes, de personas dispuestas a desvivirse para
los demás. Es la primera ley del amor, y la raíz que enraíza
con el poeta que hay en ti. El poeta, que todos llevamos
dentro, salve al mundo. Sé que esto no es un artículo. Es un
desahogo… Pues haga el lector lo mismo. La vida es
insoportable sin corazones que hablen.
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