A quien yo tuve la suerte de
tratar en no pocas ocasiones, era un hombre campechano y
alegre, culto y elegante, afable y caritativo... A pesar de
que su fortuna iba menguando con el paso de los años. Ya que
el marqués gastaba a manos llenas. Debido a que no se
privaba de nada y, sobre todo, por ser muy espléndido con
las mujeres. De las que hacía colección.
El marqués de Sotocorriente había ganado fama de
castizo. Porque se dejaba ver en todas las fiestas populares
y las disfrutaba entre los vecinos como uno más. Así, no
podía resultar extraño que don Antonio, el marqués, fuera
tan querido y respetado por las gentes del lugar. A las que
no se les caía de la boca el nombre de un noble que les
había ganado el corazón.
Don Antonio, marqués de Sotocorriente, además de que era
mujeriego -hemos dicho ya que coleccionaba féminas-, tampoco
se privaba de llevar a su vera los listos-aprovechados de
precepto; regla que, salvo excepciones, no incumple ningún
famoso de turno. Los listos-aprovechados no cesaban de
bailarle el agua al marqués. Y cuando a éste, proclive a
escuchar atentamente las críticas, le reprochaban, quienes
podían hacerlo, tan malsana inclinación, solía decir: “Nadie
es perfecto”. Y a partir de esa respuesta, concisa y
peliculera, el señor marqués no admitía ni una palabra más
al respecto.
No obstante, del marqués de Sotocorriente se decía que
ejercía un dominio absoluto sobre esos listos-aprovechados
que se arrimaban a él no sólo con fines de aparentar lo que
no eran, sino para intentar sacarle los cuartos por medio de
recomendaciones inversoras y de algún que otro chanchullo,
en el cual la firma del noble pudiera ofrecerles la
oportunidad de dar un mangazo.
Semejante dominio del marqués sobre los listos-aprovechados
se traducía en un lema que todos ellos tenían que respetar
si no querían causar bajar como componentes del séquito:
antes de hablar en defensa del padrino, en este caso, el
marqués, estaban obligados a consultar con éste. Con el fin
de evitar, por encima de todo, que dijeran disparates que
pudieran dañar gravemente la fama de don Antonio.
Y es que don Antonio, marqués de Sotocorriente, por ejercer
de castizo, se bebía los vientos por los refranes, y en
cuanto la ocasión lo requería, recordaba el proverbio
siguiente: “Con amigos como Fulano -el que tocara en aquel
momento-, uno no necesita enemigos”. Y los oyentes, en la
terraza del casino, o bien en la sala donde se jugaba a la
correlativa, o al póquer, o las siete media, pues el marqués
no le hacía ascos a jugar a nada, guardaban un silencio de
funeral. Pues sabían que la frase hecha servía para
condenar, públicamente, al listo-aprovechado que había
metido la pata hasta al corvejón, al declarar, convencido de
que sus palabras estaban ayudando al marqués, lo que no
debía.
Me he acordado de la historia del marqués de Sotocorriente,
que murió hace ya veinte años, y que en paz descanse, al
leer hoy, lunes 25 de octubre y víspera del partido entre la
ADC-FC Barcelona, unas declaraciones hechas por un
empresario ceutí, llamado Rafael Atencia –de Seguros
Atencia y Sanz-, relacionadas con ese lío que se ha montado
en lo tocante a los muebles del conservatorio. Y si es
verdad lo que he leído, alguien debe decir inmediatamente:
“Con amigos como Rafael, no necesito enemigos”.
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