El autismo es una forma de discapacidad de origen
neurológico cuya su etiología se desconoce, aunque se cree
que podría tener su causa en un gen. Actualmente aparece
clasificado como un trastorno del desarrollo en la DSM-IV-TR,
junto al trastorno de Rett, el síndrome de Asperger o el
trastorno desintegrativo infantil.
Todos ellos se caracterizan por déficits masivos en
diferentes áreas del funcionamiento, que conducen a un
deterioro generalizado del proceso evolutivo. Normalmente,
estos individuos, que están incapacitados de formas
múltiples, muestran un proceso evolutivo que no es meramente
lento o limitado, sino atípico o desviado. Muchos de ellos,
además, está afectados de retraso mental.
El trastorno autista, en concreto, implica un inicio
temprano de la alteración en la interacción social, déficits
de comunicación y actividades e intereses restringidos. La
psicóloga Clara Ibars asegura que una de cada quinientas
personas padecen una discapacidad de espectro autista. Sin
embargo, no hay que confundirse: no hay dos autistas
iguales, los hay de alta y de baja afectación, y su
evolución depende de cómo se trabaje con estas personas
cuando su detección es precoz.
Cuando empezó a investigarse este trastorno, al principio se
confundía con psicosis, otras veces con la sordera, o
incluso con la esquizofrenia de tipo infantil. Hoy está
mejor definido como un trastorno muy diferenciado que es muy
raro que no se diagnostique antes de los treinta meses de
vida. Los síntomas de este trastorno se mantienen durante
toda la vida, pues se habla de una discapacidad
irreversible, pero su evolución depende factores como el
grado de estimulación que recibe la persona y de la
implicación de sus familiares y médicos.
Clara Ibars asegura que cada vez hay mayor número de
personas autistas. O más propiamente: tal vez no haya más,
simplemente se detectan más casos que antes se definían como
el típico “niño raro”. El problema se hace más visible
cuando los niños autistas empiezan la escolarización.
A nivel físico, muchos individuos autistas parecen tener un
deterioro en uno o más de uno de sus sentidos. Este
deterioro puede abarcar la audición, visión, tacto, gusto,
equilibrio, olfato, propiocepción y pueden ser
hipersensibles, hiposensibles, o puede que el afectado
experimente interferencia del tipo tinitus (un silbido o
zumbido persistente en los oídos).
Como resultado de ello puede ser difícil que los individuos
con autismo procesen correctamente la información que entra
por los sentidos. Por ejemplo, algunos individuos autistas
son táctilmente defensivos y evitan toda clase de contacto
corporal, en contraste, otros tienen poco o nada de
sensibilidad táctil o al dolor. Algunas personas con autismo
parecen desear la presión intensa, otros presentan audición
hipersensible. Aproximadamente el 40 por ciento de los
individuos autistas experimentan inquietud al estar expuesto
a ciertos sonidos o frecuencias, en contraste, algunos
padres sospechan que sus hijos son sordos porque parece que
no responden a los sonidos. A nivel conductual, existe un
deterioro cualitativo en la interacción social y en la
comunicación y el lenguaje con síntomas como los rituales,
las estereotipias, la autoestimulación, la automutilación o
los hábitos poco corrientes. También pueden presentar
diferentes déficits cognitivos.
El papel de la familia es clave. Lo normal es que al
principio tiendan a negar que el paciente tenga algo. Luego
les afecta no tanto por las características del niño como
por el laborioso proceso de diagnóstico, por averiguar quién
puede trabajar con ese niño o cómo puede llevarse a cabo su
escolarización.
Se trata de personas que siempre van a necesitar ayuda a la
hora de realizar un trabajo, pues pueden presentar deterioro
de la abstracción, de la secuencia y de la integración, con
percepciones distorsionadas de algunos sentidos como el
olfato, el gusto o el tacto.
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