Desde el miércoles por la tarde,
ando sometido a la voluntad de un mal estado de ánimo que me
está costando lo indecible darle de lado. Enfrentarme a él y
poderle. Enterarme de lo que le ha ocurrido a un amigo ha
conseguido llenarme el cuerpo de tristeza y destemplanza.
Así que, dado que siento una sensación general de malestar,
acompañada de escalofríos y fiebre ligera, he preferido hoy,
jueves, cuando escribo, quedarme en mi casa. Aunque
necesitaba salir por motivos de trabajo. Mas reconozco que
no estoy en las mejores condiciones para desenvolverme en la
calle como mandan los cánones.
Transitar la calle, por quehaceres profesionales, no es
tarea fácil. Pues semejante labor conviene practicarla sin
que a uno se le noten los problemas que le acucian. La
tristeza que le invade. Las desganas con las que aborda
encuentros y conversaciones con las que nutrir esta columna.
Y a mí, en el día de hoy, se me ve a la legua que no estoy
en condiciones de hablar de nada con nadie. Me molesta todo.
Y sólo siento enormes deseos de meterme en la cama y taparme
la cabeza. Y, créanme, que digo una verdad como un templo.
Una verdad que, por cierta, rechazaría hasta el tan manido y
desprestigiado juramento.
Un amigo mío (parece mentira que habiendo yo dado tantas
muestras de desconfianza hacia la palabra amigo, no tenga la
menor duda en expresarme -ahora- de esta manera) está
pasando por momentos muy duros. Tan duros que va a necesitar
mucho temple y ayuda para afrontar la realidad que le
espera. Pero mi amigo, curtido en mil batallas y, por ende,
hombre que no se arredra ante nada y mucho menos ante lo
inevitable, saldrá de tan mal trance por sí mismo y, por
supuesto, con la cooperación de los suyos. En la que no
tengo la menor duda de incluir a cuantos más que apreciarle
le queremos. Y es así, sin duda alguna, porque él ha sido
capaz de ganarse nuestra voluntad. Sin trampa ni cartón. A
pecho descubierto. Y, sobre todo, con una sencillez tan
digna de encomio como nada habitual en los tiempos que
corren.
Mi amigo es alegre. Simpático. Dicharachero. Resultón.
Culto, educado, y desprendido. Y a fe que me quedo corto en
las apreciaciones. Mi amigo, además, trabaja sin descanso y
es de mucho fiar; del mejor fiar; de indudable y contrastado
fiar, en todo cuanto emprende.
Resumiendo: que ojalá pudiera estar uno, en estos momentos,
junto al amigo. Pero ante esa imposibilidad, y aunque sé que
él sólo desea mantener en silencio su dolor, yo, sin
embargo, siento la necesidad de expresarme así. De hacerle
ver que quienes le queremos estamos dispuestos a hacerle la
vida más fácil. Pues nos ponemos en su lugar. Y nada más...
Por lo tanto, dicho lo dicho, perdonen ustedes que haya
usado esta columna para hablar de un asunto muy particular;
pero a veces uno se toma atribuciones, apelando a los
sentimientos. Y, naturalmente, desde el miércoles por la
tarde, cuando me enteré de la situación que está viviendo mi
amigo, me importó un carajo la denuncia de Alvaro Siza
sobre la compra de muebles de Procesa para el conservatorio
de música; las reminiscencias del caso Rodríguez; las
actuaciones contradictorias de García Gaona; los
actos de terrorismo informático de los tales... Y así podría
ir enumerando hechos que huelen a guano.
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