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OPINIÓN - VIERNES,22 DE OCTUBRE DE 2010

 

OPINIÓN / EL OASIS

Mal estado de ánimo
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Desde el miércoles por la tarde, ando sometido a la voluntad de un mal estado de ánimo que me está costando lo indecible darle de lado. Enfrentarme a él y poderle. Enterarme de lo que le ha ocurrido a un amigo ha conseguido llenarme el cuerpo de tristeza y destemplanza. Así que, dado que siento una sensación general de malestar, acompañada de escalofríos y fiebre ligera, he preferido hoy, jueves, cuando escribo, quedarme en mi casa. Aunque necesitaba salir por motivos de trabajo. Mas reconozco que no estoy en las mejores condiciones para desenvolverme en la calle como mandan los cánones.

Transitar la calle, por quehaceres profesionales, no es tarea fácil. Pues semejante labor conviene practicarla sin que a uno se le noten los problemas que le acucian. La tristeza que le invade. Las desganas con las que aborda encuentros y conversaciones con las que nutrir esta columna. Y a mí, en el día de hoy, se me ve a la legua que no estoy en condiciones de hablar de nada con nadie. Me molesta todo. Y sólo siento enormes deseos de meterme en la cama y taparme la cabeza. Y, créanme, que digo una verdad como un templo. Una verdad que, por cierta, rechazaría hasta el tan manido y desprestigiado juramento.

Un amigo mío (parece mentira que habiendo yo dado tantas muestras de desconfianza hacia la palabra amigo, no tenga la menor duda en expresarme -ahora- de esta manera) está pasando por momentos muy duros. Tan duros que va a necesitar mucho temple y ayuda para afrontar la realidad que le espera. Pero mi amigo, curtido en mil batallas y, por ende, hombre que no se arredra ante nada y mucho menos ante lo inevitable, saldrá de tan mal trance por sí mismo y, por supuesto, con la cooperación de los suyos. En la que no tengo la menor duda de incluir a cuantos más que apreciarle le queremos. Y es así, sin duda alguna, porque él ha sido capaz de ganarse nuestra voluntad. Sin trampa ni cartón. A pecho descubierto. Y, sobre todo, con una sencillez tan digna de encomio como nada habitual en los tiempos que corren.

Mi amigo es alegre. Simpático. Dicharachero. Resultón. Culto, educado, y desprendido. Y a fe que me quedo corto en las apreciaciones. Mi amigo, además, trabaja sin descanso y es de mucho fiar; del mejor fiar; de indudable y contrastado fiar, en todo cuanto emprende.

Resumiendo: que ojalá pudiera estar uno, en estos momentos, junto al amigo. Pero ante esa imposibilidad, y aunque sé que él sólo desea mantener en silencio su dolor, yo, sin embargo, siento la necesidad de expresarme así. De hacerle ver que quienes le queremos estamos dispuestos a hacerle la vida más fácil. Pues nos ponemos en su lugar. Y nada más...

Por lo tanto, dicho lo dicho, perdonen ustedes que haya usado esta columna para hablar de un asunto muy particular; pero a veces uno se toma atribuciones, apelando a los sentimientos. Y, naturalmente, desde el miércoles por la tarde, cuando me enteré de la situación que está viviendo mi amigo, me importó un carajo la denuncia de Alvaro Siza sobre la compra de muebles de Procesa para el conservatorio de música; las reminiscencias del caso Rodríguez; las actuaciones contradictorias de García Gaona; los actos de terrorismo informático de los tales... Y así podría ir enumerando hechos que huelen a guano.
 

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